La suite 😏😏

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Estaba tan inmersa en sus pensamientos que no notó que Alfonso había vuelto hasta que su puerta se abrió de repente.
—Nos aceptan —dijo él, y le entregó un gran paraguas—. El portero te indicará dónde ir mientras yo aparco. Y pienso dar un auténtico ejemplo de caballerosidad y dejar que tú te bañes primero.
— ¿Has tomado una habitación? —preguntó Anahí. desconcertada.
— Por supuesto. Necesitaremos un poco de intimidad mientras se seca la ropa.
—Nuestro día de excursión ya ha acabado, Alfonso — dijo Anahí, casi con ferocidad —. Creía que ya lo había dejado claro. Y no pienso entrar contigo en un hotel en el que se alquilan las habitaciones por horas.
— Se alquilan por noches, aunque el tiempo que pasemos en ella depende de nosotros. Y te he traído aquí porque estamos helados y empapados. Es un asunto de pura necesidad, no un elaborado plan de seducción.
Anahí se ruborizó.
—No podemos quedarnos aquí. No quiero... —No pongas las cosas difíciles, Anahí. Sigue lloviendo y estoy volviendo a empaparme.
—Quiero volver a Londres —insistió ella, testaruda.
— Y volverás —dijo Alfonso con firmeza—. Pero antes pienso darme un baño, comer algo, y esperar a que el servicio del hotel seque y planche mi ropa. No creo que eso sea tan poco razonable —tras una pausa, añadió—: Pero si quieres quedarte aquí, sola y empapada, corriendo el riesgo de caer enferma, allá tú. Pero, en ese caso, sé lo suficientemente buena como para no obligarme a hacer lo mismo. No discutas más, carissima. Te llevaría en brazos al interior, pero el recepcionista podría darnos la suite nupcial por error.
Anahí le lanzó una mirada fulminante y salió del coche con tanta dignidad como pudo.
El portero, un hombre bajito, calvo y muy animoso, la estaba esperando.
— Buenas tardes, señora, y bienvenida al hotel Haiseland. Qué pena de tiempo... —liberó a Anahí del paraguas—. Les hemos puesto en la suite Garden, que está por aquí.
La guió por un pasillo y abrió la puerta de la habitación con una fioritura.
—Este es el cuarto de estar, señora —dijo mientras encendía las luces —. El dormitorio principal está tras esa puerta, y el baño en la de enfrente, junto al otro dormitorio. No lo van a necesitar, por supuesto, pero suele venir bien a las familias.
— Sí —fue todo lo que Anahí logró decir.
— Hay calefacción, por supuesto, pero voy a encender el fuego para que el ambiente sea más acogedor — el portero fue hasta la chimenea, ya preparada, y sacó unas cerillas con las que prendió el fuego. Las llamas surgieron de inmediato—. Si deja la ropa mojada en el dormitorio, una doncella vendrá a recogerla. Encontrará un par de batas en el armario y todo tipo de artículos de tocador en el baño, de manera que relájese y siéntase como en su casa. Su marido ha dicho que querían un té —dijo por encima del hombro cuando ya se encaminaba hacia la puerta —. Llame cuando esté lista para tomarlo y se lo traeré junto con algunos troncos más para la chimenea.
—Gracias—dijo Anahí.
—De nada, señora —el portero le guiñó un ojo y salió, dejándola a solas con la confusión de sus propios pensamientos.
Su reacción inicial fue de agradecimiento por encontrarse en una suite y no en una habitación doble. Al menos podría mantener las distancias con Alfonso durante su breve estancia en aquel lugar, se dijo con pesar.
Su segundo pensamiento fue que, ya que tenían que quedarse en algún sitio mientras sus ropas se secaban, aquel era el lugar perfecto. Había dos cómodos sillones frente a la chimenea, una mesa redonda para comer y una pequeña estantería llena de periódicos y revistas.
Se quitó los zapatos y las empapadas medias y fue descalza al baño.
Mientras llenaba la bañera de agua y añadía a esta unas sales, comprobó que el portero no había exagerado. La bonita cesta de artículos de tocador tenía incluso cepillos de dientes y dentífrico.
Mientras terminaba de desnudarse y se ponía la menor de las dos batas, suspiró y se dijo que con el paso del tiempo lograría dejar atrás los acontecimientos de aquellos enigmáticos días.
Metió la ropa que se había quitado en una bolsa que encontró en el baño, pero decidió que ella misma limpiaría su ropa interior y la pondría a secar en un radiador.
La bata era muy discreta, pero sabía que no se iba a sentir cómoda estando medio desnuda frente a Alfonso.
Llevó la otra bata al cuarto de estar y la dejó sobre el brazo del sofá para que él la viera.
Luego volvió al baño y echó el cerrojo. Mientras se sumergía en el agua y dejaba que la agradable sensación de las sales hiciera su efecto, pensó que nunca antes había sido tan consciente de su cuerpo y de su inesperada capacidad para el placer.
Pero también era cierto que hasta entonces no había sentido un deseo físico tan abrumador como el que sentía por Alfonso.
Ni siquiera Rob, al que creyó amar, había sido capaz de despertar en ella un deseo tan intenso.
Pero aquel apasionado deseo por Alfonso debía quedar contrarrestado con las preguntas sobre él que aún permanecían sin respuesta.
Le preocupaba saber tan poco de él. Le asombraba saber que había estado a punto de entregarse a un hombre que era casi un completo desconocido para ella, que un día, una noche, se iría y la dejaría destrozada.
De manera que lo más seguro era volver a ser la que siempre había sido antes de que la tentación volviera a llamar a su puerta. Antes de que el daño fuera mayor.
Haría lo que su abuelo quería. Saldría y conocería gente y, de algún modo, antes o después, encontraría a alguien que haría desaparecer el doloroso vacío que sentía en su interior. Solo era cuestión de tiempo.
Tras tomar un largo baño se secó y se puso la bata. Luego aclaró su ropa interior y la envolvió en una toalla. No le apetecía salir del baño, pero no podía quedarse allí encerrada como si fuera un santuario. Debía superar de algún modo las horas que se avecinaban. Y para hacerlo debía enfrentarse al hombre que estaba en la habitación.
Respiró hondo, abrió la puerta y salió al cuarto de estar.
Alfonso estaba junto a los ventanales, contemplando la lluvia. Se había quitado los pantalones y se había arremangado la bata, de manera que sus poderosos antebrazos estaban al descubierto. Su piel parecía muy oscura contra el blanco de la bata.
Se volvió despacio y la miró con expresión atenta, casi cautelosa. Anahí resistió el impulso de ceñir las solapas de su bata para cerrarla aún más. «Compórtate con tranquilidad», se dijo.
— Siento haber tardado tanto —luego, con timidez, añadió—: Este lugar es encantador. Si queremos té o más troncos para el fuego, solo tenemos que pedirlos.
Alfonso sonrió.
— Dame diez minutos antes de hacerlo. Nuestra ropa no estará lista hasta dentro de un par de horas, así que he pedido que nos traigan un menú. Podemos comer aquí.
—Suponía que estaríamos camino de Londres antes de comer.
—No sabía que tuvieras tanta prisa —comentó Alfonso en tono cáustico—. ¿Acaso tienes una cita?
Anahí apartó la mirada.
—No... solo una vida que retomar.
—Ah, sí, por supuesto —dijo Alfonso con suavidad, y se encaminó hacia el baño.
Al pasar junto a ella, se inclinó de manera que su boca quedó a escasos milímetros de la curva de su cuello e inhaló con fruición.
—Hueles exquisitamente, mia bella —murmuró —. Como una flor.
Anahí sintió una tensión casi insoportable en todo su cuerpo.
—Gracias —replicó en un susurro.
Permaneció donde estaba hasta que oyó que la puerta del baño se cerraba. Entonces avanzó como un autómata hacia uno de los sillones y se sentó a contemplar las llamas que acariciaban los troncos, consumiéndolos, quemándolos...
Y supo que a ella le podía pasar aquello mismo, aunque no tuvo más remedio que preguntarse si no sería ya demasiado tarde.

Aquí uno más!

Una deliciosa venganzaWhere stories live. Discover now