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— Continúa —dijo Alfonso, tenso.
—Pero aunque pasamos todo ese tiempo juntos no éramos amantes. Él lo intentó, desde luego, pero yo... supongo que quería esperar hasta que estuviéramos casados. Entonces, una tarde, pocas semanas antes de la boda, estábamos comiendo en su apartamento y pareció tonto seguir diciendo que no.
— ¿Y te acostaste con él?
— Sí —Anahí tuvo que tragar saliva para poder seguir hablando —. Fui increíblemente ingenua, pero no esperaba que fuera así... tan doloroso... tan rápido. Estaba enamorada de él, pero no sentí nada. Solo quería que acabara. Cuando volvimos a hacerlo traté de responder... de hacer lo que él quería. Sentí que estaba decepcionado, que se estaba impacientando, y eso me dolió de un modo distinto. Después de eso... simulé dormir. Cuando desperté por la mañana, Rob no estaba en la cama y supuse que había ido a preparar café. Yo solo quería irme, volver a mi apartamento y darme una ducha. Me sentía... sucia, y confundida. Fue como si Rob se hubiera convertido de pronto en una persona distinta... en una persona que no me gustaba —Anahí hizo una pausa y respiró profundamente antes de continuar—. Había una extensión del teléfono junto a la cama. Lo descolgué para llamar a un taxi y me di cuenta de que Rob estaba hablando por el otro teléfono con algún amigo. Oí que decía: «La cama va a ser una pesadilla. No tiene ni idea, y va a ser como hacer el amor con un perchero. Tendré que mantener los ojos cerrados y pensar en todo ese maravilloso dinero aguardándome en el banco».
Sintió que Alfonso se movía a su lado y lo miró. Su expresión era tensa, sombría, como si estuviera atribulado por alguna inquietante visión interior.
— Por un momento traté de convencerme de que no estaba hablando sobre mí —continuó Anahí —. No podía creer que Rob fuera tan cruel. Yo sabía que aquella noche no había sido buena en la cama, pero él había dicho que aprendería... que las cosas mejorarían.
—Te mintió —dijo Alfonso con aspereza—. Las cosas nunca habrían mejorado para ti. No con él.
— Comprendí que en realidad nunca me había querido, que todo había sido una farsa. Me vestí y me fui. Apenas pude mirarlo a la cara, pero le dije que todo había acabado, que no habría boda y que no quería volver a verlo. Se enfadó mucho y empezó a gritarme. Dijo que iba a quedar en ridículo por mi culpa, que nadie más iba a fijarse en mí por mucho dinero que tuviera... No dejé de oírlo mientras avanzaba a toda prisa por el pasillo hacia el ascensor. La gente empezó a abrir las puertas para ver qué sucedía. Quise morirme... La boda se suspendió. Le dije al abuelo que había cambiado de opinión, pero no le expliqué por qué. No... no podía. Hasta ahora nunca le había contado a nadie lo sucedido. Todo el mundo, incluso mi mejor amiga, supone que me fue infiel, y yo he dejado que lo crean.
Se produjo un breve silencio y, a continuación, Alfonso salió con brusquedad de la cama.
—Necesito beber algo —dijo mientras se ponía la bata—. ¿Quieres tú algo?
Anahí negó con la cabeza.
— No, gracias —dijo, pero por dentro rogó que no se fuera, que no la dejara sola.
Aunque sabía que eso era imposible, que, muy pronto, Alfonso desaparecería de su vida para siempre,
Y comprendió que cuando eso sucediera se quedaría aún más destrozada que después de lo sucedido con Rob.
Se vería condenada a pasar el resto de su vida sola...

Alfonso cerró la puerta del dormitorio y se apoyó contra ella con la respiración tan agitada como si acabara de correr una maratón.
Decir que necesitaba beber algo solo había sido una excusa. De pronto había necesitado quedarse a solas para pensar, para asimilar lo que acababa de escuchar.
Fue hasta las puertas acristaladas que daban al balcón, las abrió y aspiró el aire cargado de lluvia.
Sentía náuseas, y una vergüenza que ninguna cantidad de alcohol podría curar. Sabía que lo decente sería llevar a Anahí a su casa antes de hacerle más daño.
Ella sufriría, pero no sería nada comparado con el dolor que acabaría sintiendo si seguían juntos.
Mientras escuchaba lo que acababa de contarle había sentido deseos de buscar al tal Rob para darle la paliza de su vida. Pero, él no era mejor. ¿Acaso no estaba engañando también a Anahí por dinero?
Maldijo entre dientes. Estaba atrapado y no había escapatoria. Hiciera lo que hiciese, el resultado final sería el mismo. La perdería.
No estaba seguro del momento preciso en que Anahí se había vuelto esencial para él, o cómo había sucedido, o por qué. Solo sabía que cuando se había acercado a ella aquella mañana en la galería había sido porque no podía mantenerse alejado más tiempo. Se había sentido instintivamente atraído hacia ella. Tenía que estar con ella, fuera cual fuese el precio que tuviera que pagar por ello.
Ni siquiera había tenido oportunidad de luchar contra ello. Para cuando se dio cuenta ya era demasiado tarde y supo que estaba perdido.
Sin embargo, era imposible que pudieran seguir juntos. Aquella era la brutal realidad a la que debía enfrentarse.
Si le decía la verdad, Anahí lo rechazaría, asqueada. Y aunque por algún milagro estuviera dispuesta a perdonarlo y a volver a confiar en él, no tendría nada que ofrecerle, pues habría perdido Montedoro. Tendría que empezar de cero, y no podía pedir a ninguna mujer que compartiera su vida en aquellas circunstancias.
Y  si seguía adelante con el plan de su abuelo, Anahí acabaría odiándolo. Pero no más de lo que él se odiaba a sí mismo.
Cerró las puertas del balcón, tomó una botella de agua y dos vasos de la nevera y volvió al dormitorio.
Anahí no se había movido. Tenía los ojos cerrados, pero no estaba dormida.
Y  había estado llorando. Al verla, Alfonso sintió que todos sus razonamientos se disolvían en un intenso sentimiento de ternura y, un instante después, en una necesidad que no podía negar por más tiempo.
«Al diablo con lo correcto», pensó. Tendrían aquella noche para ellos. Podría ser una oportunidad para deshacer el daño que había hecho Rob y demostrar a Anahí que era una mujer deseable y capaz de desear.
Tal vez la última oportunidad.
Se quitó la bata, se metió en la cama junto a ella y la tomó en sus brazos. Ella lo miró, desconcertada.
—Alfonso... —dijo, y el apoyó un dedo en sus labios para hacerla callar.
— Shh, mia cara —susurró—. No hables. Solo siente.
Y empezó a besarla.
Incluso mientras entreabría los labios para él, Anahí supo que debía resistir. Pero el deseo de ceder era demasiado fuerte, demasiado seductor.
Cuando comenzó a acariciarla, sintió que toda su piel cantaba de gozo. Arqueó su cuerpo hacia él en un reclamo que casi fue un ruego.
Alfonso apartó la sábana que los cubría y le acarició los pechos lenta y delicadamente, haciendo que sus rosadas cimas crecieran en respuesta. Inclinó la cabeza y las acarició por turnos con la lengua. Un sonido casi desesperado escapó de la garganta de Anahí.
Él volvió a besarla en los labios para calmarla y siguió explorando cada curva de su cuerpo mientras lo hacía. Cuando su mano llegó a la barrera de las braguitas, Anahí volvió a ponerse tensa y él se detuvo. Le besó de forma aún más intensa y jugueteó con su lengua hasta que ella misma volvió a tomarle la mano para guiarla hacia sus braguitas.
Porque ella sabía dónde lo necesitaba, donde anhelaba tenerlo... y Alfonso le estaba haciendo esperar tanto...
Sus muslos se estaban aflojando y separó las piernas para ofrecerle acceso.
El la tocó a través de la seda de las braguitas y acarició con íntima suavidad el excitado centro de su deseo. Poco a poco fue incrementando la presión y dando a los movimientos de su mano un ritmo al que ella pudiera responder.
Sin aliento, Anahí alzó las caderas para presionar su pubis contra la mano de Alfonso, para nacerle comprender que quería que desapareciera el último obstáculo, para estar tan desnuda como él.
De pronto sintió la aterciopelada dureza del miembro de Alfonso contra su muslo. Lo palpó con timidez y casi le sorprendió su tamaño, su palpitante dureza. Oyó que él gemía con suavidad en respuesta y, un instante después, sus braguitas habían desaparecido.
Cuando volvió a acariciarla, el contacto de sus dedos sin la barrera de las braguitas hizo que estuviera a punto de enloquecer de deseo.
Por un instante sintió miedo, temió estar cediendo demasiado de sí misma, perder su identidad y convertirse en una criatura sin voluntad a merced de los deseos de Alfonso.
Como si hubiera sentido su repentina tensión, oyó que susurraba:
—No luches contra mí. cara. Ven conmigo.
Volvió a mover los dedos y, casi al instante, el cuerpo de Anahí se vio atrapado en la marejada de su primer orgasmo. Cuando habló, su voz surgió ronca, casi adormecida.
—No sabía... Nunca habría imaginado...
Alfonso sonrió.
— Y esa es solo la primera lección. — ¿Cuál es la segunda?
—Esta —Alfonso tomó una mano de Anahí y la guió de nuevo hacia su sexo.
— Ah —susurró ella y lo rodeó con la mano para acariciarlo.
Alfonso dejó escapar un gemido a la vez que deslizaba una mano por el hombro de Anahí hasta sus caderas para detenerla sobre la tensa redondez de sus nalgas. Allí comenzó a acariciarla de nuevo hasta que ella empezó a moverse inquieta bajo su mano.
—Te deseo —susurró, sin aliento.
—Demuéstramelo —la invitación de Alfonso fue casi un reto.
Ella sintió el calor y la potencia de su miembro entre los muslos y, empujada por el instinto, se abrió a él y lo atrajo hacia sí.
Alfonso la penetró despacio, con absoluto control, sin dejar de mirarla por si veía algún indicio de dolor o miedo. Luego, cuando la unión de sus cuerpos fue completa, permaneció quieto un largo momento para darle tiempo a adaptarse a la nueva sensación.
Fue ella la que empezó a moverse por pura necesidad y él la dejó marcar el ritmo. La besó en la boca, en el cuello, y luego se irguió sobre ella para tomar en sus labios sus pezones a la vez que incrementaba el ritmo de sus movimientos.
Anahí alzó las piernas y lo rodeó con ellas por la cintura. Murmuró el nombre de Alfonso una y otra vez y de pronto sintió que su cuerpo estallaba en pleno éxtasis.
Un gemido casi salvaje escapó de su garganta a la vez que sus sentidos eran consumidos por el placer, y solo entonces permitió Alfonso que su cuerpo alcanzara la liberación deseada.
Más tarde, cuando el mundo pareció volver a su órbita habitual y mientras permanecían abrazados y besándose, Anahí dijo, maravillada:
—Creía que estaba muriendo.
—Suelen llamarlo «la pequeña muerte» —Alfonso sonrió—. ¿Quieres que te demuestre que sigues viva?
Ella lo miró con recato.
— ¿Crees que podrías?
—Ahora mismo no. Pero pronto.
Anahí permaneció unos momentos en silencio.
— ¿Siempre... es así?
— Ha sido así para nosotros —contestó Alfonso —. ¿No es eso todo lo que importa?
— Sí. Gracias.
— ¿Por qué me das las gracias?
—Por las lecciones... por todas —Anahí trató de sonreír—. Creo que acabo de pasar un curso intensivo, y siempre te estaré agradecida por ello.
Alfonso se apoyó sobre un codo y la miró a los ojos.
—Lo que acabamos de experimentar ha sido maravilloso, sensacional y, como supongo que sabrás, mutuo, de manera que el agradecimiento no entra en la ecuación.
—Pero no puede haber sido lo mismo para ti. No ha sido tu primera vez...
Alfonso tomó una de sus manos y se la llevó a los labios.
—Ha sido mi primera vez contigo, y ha sido maravillosa. Y si en algún momento has pensado que he hecho el amor contigo por compasión, debo decirte que no soy tan altruista.
Anahí bajó la mirada.
— ¿Me habrías hecho el amor aunque no te hubiera hablado de Rob?
— No me habías hablado de Rob cuando volvimos a tu casa después de comer en Alessandro's... y apenas fui capaz de mantener las manos quietas. Y tampoco esta tarde, en tu antigua casa. Hemos ardido juntos, y lo sabes. Solo era cuestión de tiempo que acabáramos juntos en la cama —tras una pausa, Alfonso añadió —: Pero, en honor a la verdad, debo admitir que quería que disfrutaras realmente para que ese miserable abandonara tu mente de una vez por todas —tomó el rostro de Anahí entre las manos y la miró a los ojos —. Ya no puede hacerte daño, carissima, ¿comprendes? Ya puedes olvidarlo para siempre —se inclinó y la besó en la punta de la nariz—. ¿Tienes hambre?
Anahí rió.
—Menudo cambio de tema.
—En realidad no, porque ya no voy a tener que esforzarme por mantener las manos quietas contigo y se acerca el tiempo en que no me bastará con mirarte y hablarte —la besó con sensual suavidad en los labios —. Nos espera una larga noche, mia bella, y tenemos que estar en forma, así que te lo preguntaré de nuevo: ¿tienes hambre?
Asombrada, Anahí se dio cuenta de que estaba hambrienta.
Alfonso pidió unos sandwiches de salmón y una botella de champán al servicio de habitaciones y, mientras comía a su lado, en la cama, Anahí supo que nunca se había sentido tan feliz.
Y entonces, como un mazazo, llegó otro pensamiento.
¿Cómo iba a sobrevivir sin Alfonso?, se preguntó, angustiada.
—Estás muy callada —dijo Alfonso.
Anahí apartó de su mente la desagradable pregunta que se había hecho hacía unos minutos.
—Estoy conservando mi energía —dijo con ligereza.
Alfonso la tomó por la barbilla y le hizo alzar el rostro para mirarla a los ojos.
— ¿En serio?
—Por supuesto —mintió Anahí —. Pruébame.
La expresión de Alfonso era solemne, pero sus ojos reían.
—Creía que nunca ibas a pedírmelo. Deja que me libre antes de estos platos.
Cuando regresó, la expresión de Alfonso parecía meditabunda, como si también él hubiera tenido algún pensamiento desagradable.
— ¿Sucede algo malo? —preguntó Anahí.
—Espero que no —Alfonso se sentó en el borde de la cama—. Pero no lo sé. ¿Estás tomando la pastilla? — preguntó de sopetón.
—La pastilla —repitió Anahí, extrañada, y de pronto entendió a qué se refería—. Oh. No... no la estoy tomando. Nunca la he tomado.
—Eso era lo que me temía —Alfonso movió la cabeza—. Dios santo... ¿cómo he podido ser tan estúpido?
Anahí alargó una mano hacia él.
— Yo he sido tan irresponsable como tú. No estaba pensando...
— Ni yo, pero debería haberlo hecho —dijo Alfonso con amargura—. Debería haberte protegido.
Anahí lo miró unos momentos en silencio.
— ¿Importaría mucho si... pasara? ¿Si me quedara embarazada?
— Ya no eres una niña, Anahí —dijo él con aspereza—. Sabes que importaría.
Anahí esperaba que la consolara, pero en lugar de ello sintió que su corazón se encogía. Comprendió que Alfonso le estaba diciendo que no tenían futuro juntos. Que el sexo, por maravilloso que fuera, no bastaba para hacer que una relación durara... y un bebé solo sería una complicación.
«Y tú eres tonta por haber esperado algo distinto», se dijo.
Pero estaba segura de una cosa. Si aquello era todo lo que iba a tener con Alfonso, quería lograr que fuera memorable para ambos.
Se recostó sobre las almohadas y sonrió.
— Si el caballo ya se ha ido, no tiene mucho sentido preocuparse por la puerta del establo, ¿no? Así que, ¿por qué no seguimos con lo que habíamos planeado y... disfrutamos del resto de la noche?
Alfonso movió la cabeza.
— Sé razonable, carissima
—Ya es tarde para eso —susurró ella, y dejó que la sábana que la cubría se deslizara hacia abajo. Al oír el gemido que Alfonso fue incapaz de contener, sonrió —. Además, me estoy impacientando...
Muchas horas después, cuando la primera luz de la mañana entraba en la habitación, Anahí contemplaba a Alfonso mientras este dormía.
Merecía aquel descanso, pensó, y se ruborizó al recordar cómo habían hecho el amor una y otra vez durante la noche.
Pero todo había acabado.
Salió de la cama con sigilo, recogió sus ropas y fue al baño.
El portero no estaba de servicio cuando bajó al vestíbulo, pero había una joven muy amistosa en recepción que le informó de los horarios de trenes para Londres y pidió un taxi por teléfono para que pasara a recogerla.
— No es necesario molestar a mi marido —dijo Anahí con calma—. Planea pasar el día por aquí, pero yo no tengo más remedio que irme.
—Es una lástima —dijo la joven —. Sobre todo porque parece que hoy va a hacer buen día. Espero que vuelvan por aquí en alguna otra ocasión.
Anahí sonrió.
—Yo también lo espero.
Pero sabía que nunca volvería, que sería demasiado doloroso revivir aquella preciosa y loca noche.
Lo que debía hacer era irse y tratar de olvidar.
El viaje de vuelta fue una pesadilla, porque había obras en las vías y se prolongó mucho más de lo esperado.
Ya estaba mediada la tarde cuando llegó a su apartamento. Acababa de salir del taxi cuando sintió un inquietante cosquilleo en el cuello.
Se volvió, nerviosa, y vio a Alfonso caminando por la calle hacia ella.
Permanecieron unos momentos frente a frente, sin decir nada. Anahí se mordió el labio, esperando sus recriminaciones. Pero, cuando habló. Alfonso lo hizo con gran suavidad.

Una deliciosa venganzaHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin