Muy contenta!

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—Eso haría que nuestro secreto dejara de serlo — dijo Alfonso con ironía—. Además, si averiguas demasiado pronto que ronco y dejó la ropa tirada por el suelo, podrías cambiar de opinión respecto a lo de casarte conmigo. Es más sabio seguir como estamos. Lo más prudente será seguir como estamos.
— ¿Y a quién le importa la prudencia?
— Creo que ya es hora de que nos importe a uno de los dos. Hasta ahora no hemos sido muy razonables.
— Y ahora vas a dejarme —Anahí dijo aquello en tono de broma para ocultar su dolor—. Y ni siquiera puedo consolarme hablando de ti.
Alfonso abarcó el rostro de Anahí entre sus manos y la miró con gran ternura.
— Cuando estemos casados no podrás librarte de mí. Eso te lo garantizo.
Ella suspiró.
— Sé que estoy siendo una tonta, pero no quiero perderte. Es demasiado pronto. Necesito tenerte solo para mí durante una temporada.
— No vas a perderme, porque voy a llevarte conmigo... en mi corazón, mi mente y mi alma. Y cuando vuelva podremos estar juntos para siempre... si quieres.
Anahí tiró de él hacia sí.
— ¿Crees que hay alguna duda al respecto? - murmuró contra sus labios.
«Sí», pensó Alfonso mientras entraba en su piso. Había un abismo de dudas.
Durante las últimas cuarenta y ocho horas había estado a punto de decirle la verdad en más de una ocasión.
Y, probablemente, al final ese sería el único camino posible para salir del lodazal de engaños en que se había metido.
Pero se lo debería haber dicho antes de pedirle que se casara con él. Había sido un estúpido por hacerlo, pero no había podido evitarlo.
La arrebatada respuesta de Anahí cuando le había hecho el amor lo había empujado hacia una especie de locura en la que nada importaba excepto que debía pertenecerle para siempre.
Pero al despertar había descubierto que ya no estaba a su lado.
Durante todo el trayecto de vuelta había tratado de convencerse de que Anahí había hecho lo correcto. La enemistad entre sus familias era demasiado fuerte, y nunca les permitirían estar juntos.
El afecto de Anahí por su abuelo era evidente. ¿Cómo reaccionaría cuando averiguara que él, Alfonso, había cobrado dinero para que la sedujera con el fin de sacarle más dinero a Arnold Puente? Pensaría que todas las cosas desagradables que había escuchado a lo largo de su vida sobre los Sansom eran ciertas...
Pero no se había permitido seguir pensando en aquella dirección porque se habría vuelto loco. Su prioridad era encontrarla, hablar con ella sobre algunos de los sentimientos que lo estaban desgarrando y pedirle que lo esperara mientras trataba de salir del estercolero en que había convertido su vida.
Pero al verla frente a él había perdido la cabeza y le había pedido que se casara con él.
No tenía derecho a hacer algo así, y lo sabía. Pero no lamentaba haberlo hecho.
Y ahora debía luchar por conservarla, junto con Montedoro. Y sin saber muy bien por dónde empezar, pensó con amargura.
La luz de su contestador estaba parpadeando. Había un mensaje de Matt exigiendo saber dónde estaba.
Era una suerte que no hubiera cedido a la tentación de llevarse a Anahí consigo, pensó mientras escuchaba el mensaje. Porque Matt Sansom al ataque desafiaba toda explicación.
—Más vale que tengas buenas noticias cuando llame la próxima vez — rugió su abuelo al final de su diatriba—, porque ya estoy harto de todo esto.
—En ese caso ya somos dos — murmuró Alfonso, y borró el mensaje.

—Pareces muy contenta estos días —Arnold Puente dirigió una mirada sagaz a su nieta, que estaba canturreando mientras escribía algo en el ordenador.
— ¿De verdad? —Anahí notó que se estaba ruborizando—. No... no sé muy bien por qué será.
Arnold miró la pantalla por encima de su hombro.
— ¿Desde cuando estás interesada en la bolsa y las acciones?
—Desde hace bastante tiempo —Anahí sonrió—. Es mi pasatiempo.
—Estás llena de sorpresas, muchacha. Y también pareces diferente. ¿Qué has hecho con tu pelo?
— Solo me he dado unas mechas. ¿Te parece mal? —No creo que sea mi aprobación lo que estés buscando — dijo Arnold con ironía—. ¿Quién es él?
Anahí se concentró de lleno en la pantalla.
—No sé a qué te refieres.
— En otras palabras, que me meta en mis propios asuntos, ¿no? — Arnold asintió —. Pero no olvides que tu bienestar y felicidad sí son asunto mío. No lo olvides, por favor —tras una pausa, añadió —: ¿Y por qué no me has hablado de él? ¿Acaso es alguien que no va a parecerme adecuado?
Anahí se mordió el labio y lamentó con todo su corazón tener que mantener su relación con Alfonso en secreto. Sobre todo cuando era imposible ocultar el brillo de su pelo, el color de sus mejillas, el balanceo de su caminar... todos los indicios de la felicidad.
Y aquel podría haber sido un momento perfecto para decírselo a su abuelo.
— No. Y no te he hablado de él porque lo conozco hace poco y es demasiado pronto para pensar en presentaciones formales. Además, está de viaje por asuntos de trabajo —añadió con rapidez.
— Hmm —Arnold permaneció unos momentos en silencio. Luego dijo —: ¿La cosa va en serio?
—Sí... espero —contestó Anahí, y sintió un gran alivio al ver que su abuelo no le pedía que entrara en detalles.
Alfonso la había llamado una vez y había dejado un mensaje escandaloso en el contestador que le había hecho ruborizarse de la cabeza a los pies, pero en el que no le había dado ninguna indicación sobre cuándo pensaba volver.
Aquel era el tercer día con su correspondiente noche, pensó Anahí con tristeza, pero sentía que había pasado mucho más tiempo.
Durante el resto de la tarde fue consciente de las miradas especulativas de su abuelo, y se alegró cuando este le dijo que podía irse temprano. Una cierta rudeza en su tono le hizo comprender que le había dolido que no confiara más en él.
Hasta entonces, su vida había sido como un libro abierto en lo concerniente a su abuelo... y un libro bastante aburrido, por cierto.
¿Cómo reaccionaría cuando averiguara que planeaba vivir en Italia?
«Soy todo lo que tiene», pensó, preocupada, mientras regresaba a casa. «Pero ya cruzaremos ese puente cuando lleguemos a él».
Ese mismo día, Alfonso volvía del norte de Inglaterra, donde había ido a establecer una serie de contactos que le había dado Allessandro. Y varios de ellos se habían mostrado realmente interesados en apostar por los viñedos de Montedoro.
En cualquier otro momento, Alfonso se habría sentido muy satisfecho. Incluso habría dado unas cuantas volteretas laterales, pero no podía evitar pensar que el vino que estaba vendiendo podía dejar de pertenecerle en un futuro cercano.
Pero si demostraba que su negocio estaba prosperando, podría conseguir con facilidad una financiación independiente para asegurarse de que Anahí y él pudieran vivir juntos en Montedoro.
«Pero nada es seguro en este mundo inseguro», se recordó con amargura, y había fuerzas muy poderosas aliadas contra él. Sin embargo estaba dispuesto a luchar con uñas y dientes por su futuro. Y por Anahí.
Cuando regresó a su apartamento encontró varios mensajes de su abuelo exigiéndole que descolgara el teléfono.
Pero lo que tenía que decirle debía ser dicho en persona, pensó con placer mientras volvía a salir.
Incluso cuando brillaba el sol la casa de Matt resultaba lóbrega, pensó tras aparcar el coche y mientras caminaba hacia la entrada.
En aquella ocasión le abrió la puerta una mujer desconocida para él. Preguntó por la señorita Sansom y fue guiado a través de la casa hasta un invernadero que se hallaba en la parte trasera. Allí, entre varias plantas enormes y de aspecto ligeramente amenazador, encontró a Kit Sansom, que hacía punto tranquilamente sentada en una mecedora.
Al verlo, dejó a un lado las agujas.

Una deliciosa venganzaWhere stories live. Discover now