Capítulo 63 -El Ágora-

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Esferas energéticas de diversos tamaños se acercaron desde arriba. Después de una leve pausa, descendieron muy despacio y, cuando hubieron estado a la altura del terreno, se materializaron en cuerpos físicos aghartianos. El tamaño de las esferas dependía de los individuos que viajaban en su interior, y parecían fusionarse a voluntad en una sola energía.

Aunque se mostraban relativamente tranquilos, el asombro de Eddie y sus compañeros aumentaba por momentos. Un cosquilleo comenzó a recorrer desde los dedos de los pies hasta la punta del cabello más largo de la cabeza. Sin embargo, gracias a las vicisitudes experimentadas en el recorrido, ahora se encontraban preparados para dar el siguiente paso; de hecho, de no haberse producido de esta manera, el shock emocional hubiese sido casi irreparable.

Cordialmente y sin necesidad de palabras, fueron acompañados a un gran espacio cerrado entre edificios. Una especie de plaza circular cubierta por una gigantesca bóveda que, sostenida por majestuosas columnas, parecía elevarse hasta transformarse en una suerte de enorme y alargada estructura cónica; ésta finalizaba en lo más alto en un reducido anillo cilíndrico muy brillante de apenas un metro de diámetro, por el cual discurrían potenciados los rayos del Sol interno hasta alcanzar el centro de la superficie del Ágora. Todo estaba maravillosamente elaborado por este tipo de material similar al cristal, pues lo que quisiera que fuese su composición poseía misteriosas propiedades de iluminación, ya que ningún foco de luz existía por ninguna parte. Era como si toda la estructura se impregnase de partículas de luz del Sol interno y ésta repartiera de forma inteligente su energía lumínica al interior del gran Ágora.

Accedieron perplejos y desorientados como asustados gladiadores en el Coliseo de Roma a la espera de enfrentarse a dios sabe qué. La sorpresa de los cuatro fue mayúscula cuando comprobaron la numerosa audiencia debidamente acomodada y dispuesta alrededor del foro en un anfiteatro de apenas cuatro gradas. La diferencia era que nadie aplaudía, ni gritaba, ni tan siquiera conversaba. Únicamente un inquietante silencio los aguardaba. Casi podía oírse la nerviosa respiración que comenzó a acompañarles durante sus cortos y temblorosos pasos. Los cuatro miraban de un lado a otro. No obstante, pronto percibirían una cálida y suave melodía de interminables sonidos etéreos que de forma misteriosa los tranquilizó por completo. Parecía como si las paredes compusiesen esa música para ellos. No obstante, la estructura del edificio tan sólo servía como transmisor de las altas vibraciones que emitían todos aquellos seres repartidos por el anfiteatro. Mientras caminaban lentamente hacia el centro del Ágora iban observando cómo sus cuerpos se reflejaban en la brillante superficie del suelo.

Izaicha tomó un lugar en la primera fila y ellos, como si supiesen exactamente qué hacer en todo momento, continuaron hasta la zona central, donde el Sol interno manifestaba su presencia a través del orificio cónico de la gran bóveda a través de un pequeño hilo de luz. Justo antes de llegar se detuvieron, volvieron a mirar atónitos en derredor, y después hacia arriba; admiraban la majestuosa estructura cristalina en forma de embudo. Sin embargo, lo que más les llamó la atención fue que justo en el centro del Ágora —donde se proyectaba el Sol— se alzaba increíblemente sobre la superficie una figura geométrica. Se trataba de un deslumbrante y transparente tetraedro de tres metros de altura, con sus cuatro caras que formaban cuatro triángulos equiláteros. Encontrándose de manera invertido, y suspendido a unos centímetros del piso, giraba muy lentamente sobre uno de sus cuatro vértices. Fascinados, no se explicaban cómo era posible que aquella maravillosa figura sólida y traslucida con textura de lo que parecía cristal se mantuviese en equilibrio y sin caer al suelo; era como si lo sostuviese el minúsculo hilo de luz que se proyectaba desde lo más alto de la bóveda.

Luego de evidenciar una admiración absoluta, Eddie y su tres compañeros volvieron los rostros hacia las gradas. Cinco razas de la galaxia se dieron cita allí, entre las cuales se encontraba la humana del planeta Tierra (Tiamat), representada por ellos mismos, los cuatro expedicionarios, los principales invitados y protagonistas del transcendental evento. Presidiendo el acto aparecía la raza aghartiana, representada por cincuenta maestros espirituales; entre algunas de sus funciones estaba la de protección espiritual de la humanidad, además de ofrecer testimonio de su desarrollo álmico. A su derecha, la raza reptiliana autóctona; su Reina como principal figura, acompañada de Izaicha y de otros tantos miembros de alto nivel jerárquico; podría decirse que su labor más destacable era la de observadora y vigilante de cualquier tipo de vida —incluida la humana— y su evolución en la superficie terrestre; con potestad para intervenir si llegara el caso en que peligrase la esfera planetaria. También acudieron como embajadores una veintena de seres andromedanos y otros tantos de las Pléyades. Para finalizar, un nutrido número de seres de cincuenta razas diferentes de otras constelaciones participaron igualmente. Excepto ellos cuatro, todos y cada uno de los allí presentes eran emisarios de la Confederación Galáctica y testigos principales de lo que allí acontecería.

EL SECRETO DE TIAMATDonde viven las historias. Descúbrelo ahora