Capítulo 8 -El deshielo-

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La capacidad de resistencia del cuerpo físico humano puede llegar a ser verdaderamente sorprendente, y la de ellos ya se encontraba en el límite, justo donde concluye el terreno firme y empieza el más terrorífico de los abismos; un último esfuerzo de más de una hora fue necesario para no precipitarse por él.

Casi haciendo uso de la épica, el grupo logró alcanzar el comienzo de aquella extensión donde la nieve se intercalaba con pequeñas calvas de terreno pedregoso. Estaban demasiado exhaustos como para discernir una realidad que sobrepasaba de la lógica humana. Sólo cuando dejaron caer sus cuerpos sobre la superficie y la conciencia volvió a conectar con los sentidos, comenzaron a darse cuenta de la situación. Aun así, sus propios ojos no daban crédito a aquel irracional escenario. Les parecía fascinante ver otro color que no fuese el blanco inmaculado de la nieve, aunque un tanto desconcertante teniendo en cuenta donde se encontraban. Ahora también podían distinguir tonos grisáceos con algunos azulados intercalados entre las piedras y las rocas repartidas por toda la superficie helada, ésta, en proceso de fundirse en agua. En algunas zonas, el terreno parecía estar pavimentado con un fino cristal de hielo que crujía al caminar sobre él, viéndose a través rezumar el líquido cristalino entre las piedras. Otras zonas, por el contrario, se ubicaban ligeramente más altas, lo que permitía que el suelo se encontrarse relativamente seco. Éste se componía de un terreno arenoso con pequeños y medianos guijarros redondeados por la erosión de unos treinta milímetros de grosor, mezclados con otros similares de tonalidad oscura. A cada tramo de entre doscientos o trescientos metros grandes rocas de diferentes tamaños, de no más de dos metros de altura, salpicaban toda la superficie; parecían estar dispuestas a conciencia. Había zonas en donde, originadas por la geografía del terreno que servía para facilitar diminutos afluentes de escaso un palmo de ancho, fluía gran cantidad de agua fresca del hielo fundido.

En ese momento la temperatura casi sobrepasaba los 0ºC. Eddie y sus compañeros aprovecharon el abrigo de una roca irregular del tamaño de un automóvil para dormir algo. La superficie donde se ubicaron se encontraba en una cota ligeramente más alta, por lo que en un principio parecía seca y óptima para establecer el campamento. Apartaron algunos guijarros que sobresalían del suelo y alisaron el terreno de pequeños cantos rodados donde descansarían sus fatigados cuerpos.

—Parece material de meteorito —comentó Peter mientras examinaba la gran roca.

Nadie contestó. Nadie pudo abrir la boca. A nadie le interesaba lo que decía Peter. Poco les importaba en ese momento de qué material estaba hecha la roca; se encontraban tan extenuados que no quisieron disertar sobre el tema.

—Haré la primera guardia —ordenó Eddie al tiempo que se despojaba de su mochila.

—No, Eddie —saltó Norman muy seguro de sí mismo—. Creo que de los cuatro soy el que está más fresco. Duerme tú primero. En un par de horas te avisaré para el siguiente turno.

Norman estaba muy bien preparado físicamente. Su resistencia era enorme. En su profesión era habitual estar muchas horas de pie, siempre en guardia y con los ojos bien abiertos.

—Chicos, no seré yo quién discuta con vosotros para efectuar la primera guardia —expresó fatigado Peter, apoyando su espalda sobre la roca y mirando al cielo—. Estoy literalmente reventado.

—Entonces yo seré el tercero —sugirió Marvin—. Eddie, cuando me avises para sustituirte, por favor, tráeme un café doble bien caliente.

—Por supuesto, querido. Ya puestos, si lo deseas te sirvo también el desayuno especial polar antártico a la cama. No olvides que viene gratis con la reserva de la habitación doble —le seguía la broma Eddie al tiempo que le abofeteaba amistosamente la cara.

EL SECRETO DE TIAMATDonde viven las historias. Descúbrelo ahora