Capítulo 3 -Variación inexplicable de temperatura-

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Pasados unos minutos y una vez que repusieron las fuerzas, emprendieron nuevamente la marcha durante varias horas. Ya se encontraban muy próximos a aquellas fastuosas montañas de al menos tres mil metros de altura. Habían consumido algo menos de la mitad del combustible, y asegurar suficiente para la vuelta se antojaba de vital importancia, pues desconocían las condiciones físicas en que iban a encontrarse. Por lo que Eddie, en previsión a esté probable inconveniente, ordenó detener los motores y poner las máquinas a buen recaudo. Convinieron situarlas justo encima de una pequeña y suave cumbre que sobresalía algo más de un metro de la superficie, «de esta forma será más fácil avistarlas». Las cubrieron con sus respectivas lonas de color negro al fin de protegerlas del frío y evitar —al igual que hicieron con la aeronave— la congelación de los motores. Desde ese punto continuaron caminando hasta llegar a los pies de las montañas. Casi dos horas especialmente dificultosas y agotadoras, ya que la nieve era muy blanda y a cada paso que daban se hundían hasta las rodillas.

Desde que abandonaron las moto-nieve no descubrieron ni rastro de los restos de la expedición desaparecida; ninguna señal que pudiera ser identificada como un accidente; o indicios de algún superviviente. Nada en absoluto. Sin embargo, y a pesar de tener entumecidos varias zonas del cuerpo por el intenso frío, se mostraban excitados por el lugar. No todos los días se tenía la oportunidad de disfrutar de un paisaje tan impresionante e intimidante a la vez. La contemplación de aquello les producía tal cantidad de adrenalina que evaporaba cualquier sensación de cansancio, frío o incluso miedo. Era como dejarse llevar por alguna sensación incontrolada; como estar en un planeta distinto, lejos de cualquier forma de vida o civilización. Todo cuanto divisaban a derecha e izquierda eran montañas y más montañas coloreadas de blanco y salpicadas por el azul del firmamento; un magnífico escenario que estaba formado por una especie de hilera recta casi perfecta. Parecía tratarse del final su mundo, al menos ese fue el efecto que les produjo; y el gigantesco macizo montañoso era justo la frontera que los separaba de otro mundo desconocido.

Tras admirar la belleza casi arrogante del paisaje, expuesto a las dificultades más extremas en las que un ser humano puede encontrarse, se cobijaron bajo una gran roca cubierta por una masa de hielo que sobresalía de una de las enormes montañas. A sus espaldas quedaron las extraordinarias banquisas, la planicie casi infinita e infernal de hielo y nieve, la aeronave y, por último, también las Ski-doo. Ahora aquellas montañas les daban la bienvenida. Anhelaban ampararse bajo sus temibles mantos de algodón. Pero, no había cosa más lejos de la realidad.

—Descansaremos aquí un rato —sugirió Eddie casi sin aliento.

Exhaustos, soltaron las mochilas sobre la superficie helada, dejando caer sus rodillas al suelo. Se apiñaron entre si muy juntos, de tal manera que aprovechaban al máximo el calor corporal humano. Ciertamente, transcurriría un buen rato antes de que pudieran articular palabra, hasta que poco a poco las zonas escarchadas de sus cuerpos iban recobrando la circulación sanguínea.

—¡Esto es extraordinario! —exclamó Peter castañeteando sus dientes—. ¡Jamás había visto nada igual!

—¿Y ahora cuál es el plan, Eddie? —preguntó Norman al tiempo que se frotaba las manos para que recobrasen la temperatura.

—Creo que debemos aprovechar este cobijo para restablecer las fuerzas y calentarnos un poco —sugirió Eddie mientras examinaba su alrededor—. Nunca se sabe en qué situación nos podemos encontrar después.

—Hacía horas que no oía algo tan razonable, me echaré una siesta con vuestro permiso —ironizó Marvin.

—¡Diablos! Después de todo, ¿aún tienes ganas de bromear? —le replicó Norman, frunciendo el gesto.

—¿Es que se te ocurre algo mejor? —saltó Marvin algo exaltado—. ¿No te parece gracioso estar en medio de la nada casi congelado, sin saber exactamente qué coño estamos haciendo aquí?

El vaho que desprendían cuando hablaban era lo más parecido a algo cálido que podían presenciar.

—Muchachos, os recuerdo que estamos en una misión. Y que nuestro deber es, al menos, intentar localizar los restos humanos de una expedición, en la que por cierto, se encontraba un buen amigo mío —aludió Eddie.

—Sabes tan bien como yo que eso será prácticamente imposible, —objetó Marvin dirigiéndose a Eddie con la mirada—. Sobre todo después de un año desaparecidos en un entorno tan hostil como es este. La geografía del terreno cambia constantemente, cada día.

—Tienes mucha razón en eso —contestó Eddie colocando su mano sobre el hombro derecho de Marvin, e intentando tranquilizar los ánimos—. Pero no podemos perder la esperanza a la primera de cambio. Empresas más complicadas hemos conseguido juntos. Además, ¡nos pagan una fortuna por hacer este trabajo, joder!

—¡Bueno, camaradas! —interrumpió Peter—. No perdamos la calma, tengo una buena noticia que daros. Increíblemente, la temperatura de este lugar es más alta que en la zona donde aterrizamos —explicaba mientras examinaba el termómetro con cierta extrañeza.

—¿Más alta? ¿Cuánto exactamente? —preguntaba desconcertado Eddie.

—Es incomprensible, pero son cinco grados más —contestó frotándose la cabeza.

—¡Eso no es posible! —exclamó Marvin confundido— Sabemos que en esta zona de la Antártida la temperatura máxima en el mes de diciembre ronda los menos 26ºC.

—Lo sé, pero es lo que dice el termómetro. He hecho una comparación con el de Norman y está correcto, ambos marcan exactamente lo mismo: menos 22ºC —explicaba Peter al tiempo que mostraba en sus manos ambos termómetros.

—¿A que puede ser debido este cambio tan brusco? —se interesaba Norman por la anomalía.

—Si tengo que ser sincero, no tengo ni idea. Aquí en la Antártida pocos factores pueden darse para que en tan sólo unas horas se produzca una variación tan drástica de temperatura —explicaba Peter—, a no ser por un cambio de estación, cosa que descarto puesto que ya se produjo hace un par de semanas. Me inclino más porque haya sido una ola de calor originada por alguna gigantesca tormenta solar —concluyó.

—Bueno, si es como tú dices, me alegro de estar aquí —comentó Marvin—. No imagino el calor que deben estar pasando en otras zonas del mundo.

—Entonces, aprovechemos esta situación favorable y pongámonos de nuevo en marcha —ordenó Eddie—. Por favor, Peter, no dejes de observar el termómetro. Mantenme informado.

EL SECRETO DE TIAMATDonde viven las historias. Descúbrelo ahora