PARTE CUARTA: Mundo interno. Cap 53 -Un apacible día en parque infantil-

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Boston (Massachusetts)

Cuando Ángela hubo leído toda la documentación secreta del maletín, oscuros pensamientos contaminaban su mente desequilibrándola por momentos. Percibía que algo no marchaba bien en su interior o, ¿quizás era otra de sus repentinas crisis? No lo sabía, mas el corto trayecto que separaba la cabaña de su propia casa le parecía interminable. Podría asemejarse al agobio de cuando quedamos atrapados en un ascensor; todos tus pensamientos desaparecen al instante, y en tu mente queda un solo deseo, casi una súplica podría decirse: que las puertas del mismo abrieran de inmediato, porque pareciera que nuestros pulmones se quedasen sin aire. Tal era lo que se mostraba de repente produciéndole un sudor frío, e impidiéndole que respirase con normalidad. Su luz interna parecía luchar incansablemente contra la oscuridad, sin embargo, ésta última se hacía más fuerte cada vez, decidida a tumbarla de un solo golpe.

Desde que su esposo Eddie, varios años atrás, tuviese el casi mortal accidente aéreo, unido a la inestabilidad económica producida por el obligado cambio laboral, Ángela comenzó a manifestar ciertos episodios de ansiedad que desarmonizaban su vida. Aunque en los últimos meses parecía haber conseguido superar este mal, había sido no obstante el momento en que Eddie aceptara realizar la expedición cuando la enfermedad de Ángela se acentuara; aquello fue como la puerta entreabierta de una siniestra buhardilla que no logró cerrar nunca. Una espesa y pegajosa niebla parecía acompañarla en todo momento, pues creía ver sombras donde no las había, percibiendo que su esposo se alejaba de ella cada vez más. Estos pensamientos la hacían atormentar de tal manera que, sin ser consciente de ello, alimentaba a la imaginación con sus miedos como un vampiro se sustenta de la sangre ajena.

Mary desde el asiento de atrás trataba de tranquilizarla y le secaba la frente con un pañuelo.

Kat conducía su automóvil para llegar lo antes posible.

—Aguanta un poco, Ángela. Ya estamos muy cerca —intentaba animarla mientras pisaba el acelerador, sin perder de vista un solo instante la resbaladiza carretera.

Sin embargo, cuando llegaron a la casa las sombras imaginarias se hicieron realidad.

Al borde del desmayo, y antes de que desplomara todo su cuerpo en el parquet del salón, sus dos compañeras tuvieron que sujetarla aprisa y echarla sobre uno de los almohadones del sofá que se encontraban esparcidos por un suelo caótico. Ambas cruzaron sus miradas de espanto; todo estaba revuelto, desordenado, como si un torbellino hubiese entrado por la ventana. Aquello fue la gota que colmó el vaso. La pobre Ángela, con su mente alterada, perdió el conocimiento. Kat y Mary no podían creer lo que había sucedido.

Alguien había entrado en casa buscando algo.

Inmediatamente, las dos cayeron en la cuenta. Giraron la cabeza hacia el maletín de aluminio que el Doctor Clarence les había transferido, y que hasta ese instante sostenía Kat con fuerza en la mano derecha.

Un pequeño cuadro simulando un horizonte abstracto que se encontraba tirado en el suelo sirvió para dar a Ángela un poco de aire. Ésta, al fin, se reanimó. Cuando pudo incorporarse, Mary le ofreció un poco de agua.

—No te preocupes Ángela, te ayudaremos a recogerlo y todo quedará como estaba —la tranquilizaba mientras le frotaba la espalda.

—No es... no es eso —barruntaba Ángela, con dificultad para enlazar las palabras— lo que me intranquiliza.

—Al parecer —explicaba Kat— esperaron a que saliéramos para entrar en la casa.

—¿Crees que podrían estar buscando el maletín? —preguntó aún con el rostro pálido, ya casi recuperada.

EL SECRETO DE TIAMATDonde viven las historias. Descúbrelo ahora