La Metamorfosis

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4.500 millones de años antes

El Sistema Solar

Cuando la nada parecía un abismal y oscuro océano sin vida, se produjo una chispa en forma de pensamiento. Un nuevo diseño estaba a punto de iniciarse; el juego entre polaridades trazaba el ritmo natural de la existencia. Tal fue el origen de nuestro universo.

Entonces, infinidad de enormes cúmulos de gases, semejantes a pompas de jabón, junto a otros de polvo, comenzaron a expandirse y deambular sin rumbo alguno, con caprichoso destino, por todo lo recóndito del cosmos. Fuerzas desconocidas hicieron que, misteriosamente, se atrajesen entre ellos hasta conseguir formar conjuntos, que parecieran estar artísticamente dibujados en hermosos lienzos, con centenares de miles de millones de nebulosas. Como granos de cereal fueron derramándose por toda la profundidad del nuevo espacio sideral, y con distinta suerte tomarían caminos desiguales, estableciéndose, de este modo, sus propias formas de vida.

En una de éstas nebulosas, los gases utilizaron su poder de presión para expandirse; no obstante, las fuerzas gravitacionales de la formación lo impidieron, superando así el poder expansivo de los mismos y atrayéndolos en dirección al núcleo como si de un gran abrazo cósmico se tratara. Ésta, inexorablemente, terminó colapsando.

La nebulosa, en su fase de contracción, comenzó a girar sobre su propio eje. Pero el cóctel que produjo las fuerzas gravitatorias junto a las presiones de los gases y su misma rotación, hizo iniciarse un proceso de achatamiento. Esto originó acumulaciones gaseosas mezcladas con polvo en su interior, y fue entonces cuando nació una de las centenares de miles de millones de Galaxias del Universo; se trataba de la Vía Láctea. Así pues comenzaron a formarse cúmulos corpóreos de todos los tamaños y propiedades físicas y químicas. A efectos de masas, algunos de estos cúmulos se separaron para constituir planetas y girar en torno a alguna gigantesca masa incandescente. De esta manera se crearon los diversos sistemas de la Vía Láctea, entre ellos, el Sistema Solar. Sin embargo, no todos los planetas o demás cuerpos celestes pudieron formar parte de una estructura familiar cuyo progenitor fuese un astro Sol. Muchos quedarían huérfanos, errando solitarios por los misteriosos abismos de la Galaxia, mientras encontraban alguna familia que lo amparasen.

Pasarían millones de años de continua transformación, y en ese transcurso de tiempo fueron produciéndose, entre si, un sinfín de impactos de cometas, asteroides y demás elementos cósmicos. El Sistema Solar fue evolucionando con aquellos sucesos, hasta configurar casi su estado actual. De esta manera progresiva se originó el nacimiento de sus satélites y planetas, y de entre los cuales se encontraba al que posteriormente llamaron Tiamat.

El planeta, con un tamaño aproximado a la mitad de lo que es en la actualidad, estaba en su conjunto compuesto por agua. Transcurrió miles de años de profunda transformación geológica, fue cuando en el interior de su composición acuosa comenzaron a surgir las primeras células, para posteriormente evolucionar a microorganismos pluricelulares, así sucesivamente hasta alcanzar una variedad inimaginable de clases vegetales y animales marinos con diversidad de formas y tamaños, algunos de ellos realmente monstruosos y otros con inteligencias sorprendentes. Poco a poco fueron adaptándose a su medio ambiente y al entorno que les ofreció la oportunidad de existir y coexistir como seres vivos. Entonces, no había hecho más que comenzar la cadena evolutiva de vida en Tiamat.

Mientras tanto, un cuerpo celeste huérfano, semejante a una pequeña enana marrón, deambulaba errático por los confines de la galaxia. Se dirigía a gran velocidad, implacable y sin rumbo, hacia el Sistema Solar. Su volumen, tres cuartas partes del volumen de Tiamat, estaba compuesto principalmente de materia sólida con un núcleo incandescente. Éste, comenzó a adentrarse y a cruzar la órbita excéntrica e inclinada de Plutón, ignorándolo a su izquierda. El joven y radiante Sol, con un volumen 900 mil veces mayor que el del intruso, hizo que su extraordinaria fuerza gravitatoria atrajese irremediablemente su curso. La entidad, debido a la gran atracción del astro Sol, modificó sensiblemente su trayectoria, hasta convertirla en una elíptica. Debido a ello, comenzó a variar de forma considerable su orientación, de tal manera que logró cruzar las órbitas: primero del gigantesco y gaseoso Neptuno, que se encontraba orbitando detrás del Sol, al igual que el gigante helado Urano. Después, se dirigió hacia la órbita de Saturno, atrayéndolo hacia sus majestuosos y brillantes anillos, por lo que su rumbo elíptico volvió a modificarse ligeramente, dibujando una parábola algo más suave. Cruzó la órbita de Júpiter —el planeta más grande—, encontrándose éste en el otro extremo del Sistema Solar, para después del mismo modo hacerlo con la de Marte —el planeta rojo—, dejándolo rezagado detrás a su izquierda.

La fatalidad, o incluso podría decirse, la providencia, hizo que el cuerpo, irremediablemente, se cruzase en el camino de Tiamat. Parecía estar todo curiosamente predispuesto y confabulado, por una mano invisible, para que así aconteciera. Por fortuna, el movimiento orbital de Tiamat era el mismo a la dirección que había tomado la entidad visitante. Éste, al desplazarse a una velocidad algo mayor que Tiamat, la alcanzó lentamente, hasta producirse un terrorífico encuentro lateral que hizo estremecerse todos los rincones del Sistema Solar.

El impacto creó una inmensa nube de partículas de agua, polvo y rocas, que debido a las diversas fuerzas gravitacionales se distribuyó por cada uno de los satélites y planetas del sistema, siendo los cuerpos celestes más próximos a Tiamat los más "beneficiados", como el planeta Marte.

Podría determinarse que, más que una colisión, fue una venturosa fusión entre los dos astros. Su núcleo incandescente penetró hasta el mismísimo centro de Tiamat. Lo cual creó una doble fuerza gravitacional en su interior, repeliéndose entre ambas y girando en sentido contrario. Como resultado de la fusión, la materia sólida se separó de la materia líquida, formando así una gran masa continental en la superficie esférica. Los gases dispersos se mezclaron creando, de esta forma, las diversas capas de la atmósfera. Como consecuencia, todos los seres vivos de Tiamat perecieron en el acto irremediablemente. Tan sólo sobrevivieron aquellas células que lograron soportar tal envite entre los dos cuerpos celestes.

Sin embargo, como un óvulo fecundado por un espermatozoide resultó Tiamat. El cuerpo intruso parecía llevar lo necesario para que posteriormente y después de muchas decenas de miles de años de alteraciones físicas, comenzara de nuevo a surgir la vida en el renovado y preñado planeta; tal fue la metamorfosis. Sin embargo, esta vez, el volumen del planeta era casi el doble del que tenía antes de la colisión. Lo conformaba algo más de una cuarta parte de materia sólida, cohesionada en mayor medida en una misma zona de la superficie, y formando lo que actualmente conocemos como Pangea supercontinental.

Una mayor y rica diversidad biológica fue entonces la gran característica del transformado planeta. De modo que, gracias a ello, comenzarían, pues, a nacer una diversidad casi infinita de seres vivos, tanto animales como vegetales, dentro del agua e incluso fuera de ella.

De los océanos migraron hacia la superficie los primeros tipos de anfibios. Éstos, después de varios cientos de miles de años, evolucionaron hasta convertirse en los primeros tipos de reptiles. Algunos de los cuales se desarrollaron en diversos grupos de dinosaurios. Otros, por el contrario, evolucionarían más la capacidad cerebral, llegando a formar complejas estructuras sociales entre sus miembros, y convirtiéndose en la raza reptiliana más inteligente y evolucionada del planeta. El desarrollo de la vida no había hecho más que comenzar en Tiamat.

EL SECRETO DE TIAMATDonde viven las historias. Descúbrelo ahora