Capítulo 20 -La reunión-

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Nueva York

Entre tanto, a primera hora de la mañana, una eventual reunión de carácter urgente tenía lugar en un antiguo y gran edificio de Nueva York. Treinta representantes entre mujeres y hombres de diversas nacionalidades se congregaron alrededor de una redonda y gigantesca mesa de caoba. Deliberaban sobre el contratiempo que se había presentado y las estrategias que debían adoptar para su inmediata resolución. Sus rostros mostraban cierta intranquilidad, y la discusión parecía algo exaltada.

—¡Señoras y señores tengan calma, por favor! —llamaba al orden el portavoz.

Después de varios intentos, al fin los asistentes aplacaron algo los nervios por la situación imprevista que se había generado. Situación de la que estaban al tanto gracias a un detallado informe repartido a cada uno de ellos, y cuyo problema figuraba como de «inminente solución.»

—La investigación muestra que existe un colectivo organizado detrás de esta expedición —comenzó uno de ellos mientras repasaba el informe.

—Ya hemos interrogado a sus familiares sin éxito —comentó otro.

—¡Pues entonces habrá que hacerles hablar! —saltaban excitados algunos.

—¡Exacto, estamos de acuerdo! —manifestaban otros alzando la voz.

El ambiente volvió a ponerse tenso e irritado. Momento en que varios de entre los asistentes intentaban poner orden ante tanta algarabía de opiniones y sugerencias:

—¡Por favor, señores! ¡De uno en uno!

—¿Pero qué diablos han ido a hacer allí? —preguntaba enfurecido un individuo con aspecto de perro pit bull, que se hallaba sentado al otro lado de la mesa, una vez la normalidad se restableció.

—Según hemos indagado —respondía un hombre uniformado—, al parecer han ido a buscar los restos de los expedicionarios desaparecidos el año pasado.

—¿Qué...? ¿Pero no...?

Los rostros de algunos participantes mostraron cierto desconcierto.

—Tranquilícense, señores. De aquello no hay que preocuparse —explicó otro—. Dimos buena solución a los cuerpos. Jamás podrán encontrarlos.

—¡Eso ya lo sabemos todos! Pero muchos de los que estamos aquí no creemos que ese sea el motivo por el cual se han desplazado hasta allí. ¿De veras lo creen ustedes? ¿Jugarse la vida por buscar unos cuerpos desaparecidos el año anterior? ¡Vamos señoras y señores, no seamos ingenuos!

—¡Interroguemos de nuevo a las familias! —gritaba uno encrespado—. ¡Seguro que saben algo!

—¡Pero esta vez usando la fuerza si es necesario! —exclamaba otro más.

—No podemos hacer eso —negaban desde el lado opuesto de la mesa—. Levantaríamos demasiadas sospechas.

Un pequeño instante de silencio se interpuso. Tiempo de incertidumbre en que un ser frío y calculador aprovechó para plantear lo siguiente:

—Todos y cada uno de los movimientos del entorno familiar deben ser vigilados —dijo de forma serena mientras se incorporaba de su asiento—. Controlaremos cada una de las entradas y salidas de todos sus miembros; también con cada persona que haya una mínima relación; cualquier paso que den será examinado por nuestro servicio de inteligencia. Tarde o temprano hallaremos alguna información que nos pueda interesar. Y si esto no ofrece resultado, buscaremos soluciones más drásticas.

—Estoy de acuerdo con eso.

—¡Y yo!

Muchos de los asistentes comenzaron a ratificar su postura.

Un gran murmullo se hizo de nuevo en la sala y todos quedaron satisfechos con la última proposición.

Pero cuando la reunión parecía concluida, una mujer de edad avanzada se puso en pie y alzó su voz grave y ejecutora:

—¡Señoras y señores! —exclamó poniendo un silencio sepulcral con las puntas de sus dedos sobre la mesa—. Lo más importante en estos momentos no son las familias, sino los exploradores. Encontrarlos y hacerlos desaparecer debería ser nuestro principal objetivo. Nuestras bases no pueden ser descubiertas.

—¡Efectivamente! Yo estoy de acuerdo —admitió otro frente a ella e incorporándose igualmente—. Sin embargo, que descubran las bases es el menor de nuestros problemas. Lo más grave de este asunto es que hayan podido tener un contacto con los intraterrenos.

En ese instante, pareciese que un velo oscuro enturbiara la atmósfera de la sala, quedando ésta completamente eclipsada. El problema para ellos era aún más grave de lo que en un principio habían pronosticado.

—En ese caso —replicó la mujer con un semblante aún más duro— hay poner en alerta a todos nuestros efectivos. ¡Que busquen de debajo de las piedras si es preciso! Tenemos que acabar con ellos cuanto antes si no queremos que nuestra milenaria línea de sangre comience a desvanecerse. ¡Y no estoy dispuesta a que eso suceda!

—Estoy contigo —afirmó otro—. Si llegasen al interior del planeta nuestro dominio peligraría.

—¡No podemos permitir eso! —gritaban varios.

—Entonces... ¿A qué estamos esperando? —decretó nuevamente la mujer con un tono de voz que causaba respeto—. ¡Comencemos de una vez por todas antes de que sea demasiado tarde! ¡Pongamos en marcha nuestros recursos! ¡Descubramos quienes están detrás de esa expedición! Y por supuesto, ¡eliminemos a todos sus integrantes! —concluyó de forma autoritaria, cuyo mandato apoyaron por unanimidad.

La reunión fue corta pero intensa, y sus asistentes tenían muy claro la estrategia a seguir. Redactaron otro informe completo y actualizado incluyendo lo acordado en la junta para hacerlo llegar, de manera urgente, e informar de lo sucedido a todos y cada uno de los miembros de la sociedad secreta repartidos por toda la superficie del planeta.

EL SECRETO DE TIAMATDonde viven las historias. Descúbrelo ahora