Camino al final

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Los dolores aumentaron a más del 100 por ciento. Tenía a todos conmigo. Estábamos en casa. El doctor, luego de llamarlo por teléfono para informarle que las contracciones estaban durísimas, nos dijo que debíamos esperar, ya que aún no se me caía el tapón mucoso. ¿Lo tenía? Necesitaba que saliera de mí.

—Respira amor —dijo mi mamá, poniendo una mano en mi frente.

—Sí sé —admití. Era obvio.

Me vinieron unas ganas increíbles de ir al baño. Rodrigo me ayudó y caminamos despacio, me afirmaba, me apoyaba. Lo amo. Llegando a destino me ayudó con la ropa y a sentarme. Aunque sinceramente no alcancé a llegar abajo. Sentí como un líquido corría por mis piernas. Claramente, orina, no era. Ni que uno la expulsara a chorro.

—La bolsa... —dije mirando a Rodrigo casi aterrada.

—Vámonos ya.

Ni quince minutos pasaron cuando me encontraba sobre el auto e íbamos camino al hospital. Mi madre iba atrás y llamaba al doctor; María, su novio y mi hermana con su familia venían en otro auto.

El dolor se me hacía insoportable. Apretaba fuerte la mano de Rodrigo. Pujaba con todas mis fuerzas. Intentando hacer el ejercicio correcto, aunque costaba hacer solo la fuerza abdominal. Tenía a un doctor sobre mi panza, con su brazo sobre mis costillas, aplastándome para que el bebé saliera.

Por fin un alivio interno y el beso de Rodrigo junto a un llanto exquisito me hicieron caer en que por fin teníamos a nuestro bebé con nosotros. ¡Por fin!

Quería verla, necesitaba verla. Tenerla conmigo siempre. No separarme jamás de ella. Cuidarla, verla crecer...

—Te amo, amor es hermosa —me dijo más que emocionado Rodrigo.

—Quiero verla —cerré los ojos al sentir como volvían a unir mis carnes en mi entrepierna—. ¿Dónde está?

—Aquí la traen —me respondió y en ese instante la matrona me puso a mi bebé sobre el pecho. Sin evitar las lágrimas la besé. ¡Dios, su carita! Es hermosa. Mi vida...

La enfermera descubrió uno de mis senos y acomodó la boquita pequeña alrededor de mi pezón.

Apreté los labios y lloré más. Succionó hambrienta. Miré a Rodrigo y ambos sonreímos. Unos tontos babosos.

Luego sentí un pinchazo en el brazo y cómo me sacaban muchas muestras de sangre. Miré a Rodrigo intrigada. Él levantó los hombros y me dio un beso en la frente.

Lo siguiente fue separarnos. Se llevaron a mi hija y a Rodrigo lo hicieron salir. Acto seguido me dormí.

Horas después, que sinceramente a mí me parecieron días, desperté en la blanca habitación. Allí estaba Rodrigo. Sentado viendo futbol. Sonreí.

—Amor...

Él se volteó con una sonrisa, levantándose del sofá, acercándose a mí. Nos besamos tierno, lento.

—¿Cómo te sientes?

—Dolorida —sonrío—. Nuestra hija, ¿Dónde está?

—En otra sala, con más bebitos... La traerán en un rato. Tenías que descansar.

—No le tenemos nombre —reí bajito.

—Hay que pensarlo ya... ¿Rodriga?

—Ay Rodrigo —exclamé divertida. Él rió.

—¿Antonella?

Lo miré sonriendo.

—Me encanta.

—Perfecto.

Al día siguiente, mientras alimentaba a mi Anto, llegaban visitas. Se la comían a besos y como buena madre lo primero era enviarlos al baño a que se desinfectaran completos. Rodrigo me miraba y sonreía divertido. Simplemente le saqué la lengua.

A eso de las 12 estábamos solos los 3. La puerta se abre.

—Buenas tardes —dice el doctor.

—Hola —le sonrió feliz.

—¿Cómo está doctor? —le pregunta Rodrigo.

—Bien, ¿Ustedes? ¿Cómo te has sentido, Clau?

—Bien, cansada pero bien. Aunque yo creo que mi cansancio excesivo ya se frenará, seguro era el embarazo lo que me tenía así.

—Posiblemente —respondió el experto.

—¿Pasa algo doctor? —preguntó Rodrigo.

El hombre suspiró. Acomodé a mi hija bien en mis brazos y lo miré interrogante.

—Tengo los resultados y la comparación de cada examen de sangre que te hemos hecho Clau.

Sentí el brazo de Rodrigo rodearme. Esto no tenía buena pinta.

—Cómo te lo dije hace un tiempo —prosiguió—. Había irregularidades en tu sangre. Todo partió por una "simple anemia" en la sangre. La anemia se presenta con frecuencia en los embarazos. Por ello quería esperar y le dimos la importancia que necesitaba esa enfermedad. Rodrigo y yo asentimos. Él guardó silencio. Al parecer no sabía cómo decirnos qué pasaba realmente.

—Doctor... ¿Qué tengo? —mi voz sonó temblorosa.

—Clau, la anemia en pocos casos provoca otra enfermedad —suspira—. Tu diagnóstico es... Leucemia.

Se me derrumbó el mundo.

—Esta es la parte que no me gusta de mi carrera —hace una mueca—. La leucemia en un tipo de cáncer, cáncer a la sangre. Se produce por un error en los procesos de maduración de células. El embarazo alteró a tal nivel tu organismo que la anemia provocó el cáncer. Por lo mismo te has sentido extremadamente cansada. Es un síntoma —aclaró—. Ahora hay distintos tipos de leucemia, en tu caso es leucemia mieloide crónica, afecta a personas de todas las edades y sexos, cursa con anemia y trombocitopenia, que es la escasez de plaquetas en sangre. Las células leucémicas se originan sobre todo en la médula ósea, pero también en el bazo y el hígado. Con el avance de la enfermedad, vas presentar fiebre, fatiga, debilidad, pérdida de apetito y peso, aumento del tamaño de los ganglios linfáticos y hemorragias.

Sinceramente no entendía nada. Sólo sabía que algo me ponía un reloj en contra. Y que me separaría de mi hija y de Rodrigo.

Ninguno de los dos decía nada. Me atreví a mirar a Rodrigo. Por su carita había rastros de lágrimas, tenía el ceño fruncido. ¡Dios! Esto es realmente más grave. ¿Me dejaría?

Notó que lo miraba y me abrazó fuerte, cuidando de no aplastar a Antonella.

Mírame, aquí estoy [EDITANDO] #TWGames2016 #EditorialWonderland2016Where stories live. Discover now