19. Corazón Hecho Pedazos.

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La duda comenzó, como el piquete de un mosquito. Se extendió en su mente tan rápido como el fuego en años de sequía. No era posible. No podía ser posible. Perdido por la furia y la incredulidad llego a las puertas del loft casi trasportándose. No recordaba haber tomado un taxi y menos haber pagado. Pero allí estaba. Abrió la puerta encontrando a Alec junto a Presidente Miau. Los ojos azules, inocentes y puros, aminoraron su ira.

- Mi hermoso Alexander, mi amado Alec.- dijo Magnus. Alec bajo la mirada y se negó a responder. Su voz sonó cortada cuando pudo decir palabras.

- Haz regresado.- murmuró sin mirarlo. Alexander obviamente se sentía más triste al verlo allí.

- Leí un libro, en el avión. Fue muy interesante, muy peculiar, de hecho.- dijo Magnus caminando hacia él. Pero Alec no podía continuar fingiendo.

- Te fui infiel.- dijo Alec sin mirarlo.

Magnus quería gritar, quería estallar. Quería llorar. Se dirigió hacia el clóset y saco de allí todo lo que era de Alec. Miro la camisa, aquella con las letras bordadas. No la tomo, fue lo único que no tomo. Camino furioso por el pasillo hasta la sala y arrojo toda la ropa sobre Alexander.

- Márchate. No quiero verte de nuevo jamás. Todo terminó.- las palabras emergían con dolor. Magnus se dio cuenta, estaba llorando. No lloró cuando encontró a Camille con su propio padre, cuando supo que era producto de una violación. Pero estaba llorando porque Alexander le había sido infiel.- No volverás a la empresa jamás y no volverás a mi casa nunca. No quiero verte nuevamente. Todo ha terminado.- añadió caminando hacia las puertas de su casa.- Saca tus cosas en el día, cuando regrese no quiero nada de ti aquí.- agregó tan indiferente que caló en el alma de Alec.

Alexander asintió sin decir nada ni excusarse. No explico ni una palabra, solo asintió y lloró aferrándose a sus rodillas.

Magnus deseó golpearlo en la preciosa cara y extendiendo el puño... se despertó de aquella pesadilla.

La pesadilla se repetía una y otra vez, un retorno, una mirada, el dolor en sus hermosos ojos azules, la belleza de sus facciones empañada por la tristeza, el dolor puro que él mismo vivía. Amaba a Alexander, lo amaba profundamente pero no podía solo fingir que aquello no alteraría su vida.

Había transcurrido casi tres meses desde que los ojos verde-dorados apreciaron la belleza pura del joven de cabello negro y ojos azules. Soñaba con él, deseaba verlo y tocarlo, sentirlo y abrazarlo. El pensar que otro hombre toco lo más preciado, lo único que amaba más que a la música, a su empresa o a sí mismo, le hería más que un cuchillo atravesando su pecho. Se mantenía firme pero malhumorado, odioso e incluso muchos hablaban de que Magnus no era una buena elección para hacer negocios. ¿Pero qué podía hacer?, estaba muerto, Sebastián y Alexander lo asesinaron.

No podía ir a lugares para tener sexo casual, no podía ahogar su dolor en alcohol. No porque no quisiera o no pudiera, sino porque su mente solo se aferraba al joven de cabello negro, a aquel cuyos dedos dibujaron marcas en su pecho uniendo líneas invisibles. Además, cada vez que la idea de estar con otro pasaba por su mente, la verdad era susurrada en su cabeza: "No terminaron. No han terminado. Todo puede pasar y quizás tu relación pueda salvarse."

Sabía que Alec estaba bien, eso se murmuraba entre los representantes que iban y venían desde la empresa hasta la subsidiaria en Londres. Todo era para consolidar la gira. Tras un tiempo, al pasar el primer mes, Will había sido enviado como representante de algunos... representantes. El pasar el tiempo con Will no disminuyó el dolor, y menos porque al pasar el tiempo Jem se unió a ellos.

Tanto Will como Jem evitaban hablar de Alec frente a él, pero Magnus había escuchado algunas conversaciones entre Jem y Will. Alec parecía cada vez más cercano a la familia de Michael, parecía pasar el trago con fuerza, enfocándose en el trabajo pero buscando que Will persuadiese a Magnus para leer o responder los cientos de correos electrónicos y las llamadas. Alec parecía enfocado en rectificar su crimen, o eso creían Will y Jem.

Mi Hermoso AlecDonde viven las historias. Descúbrelo ahora