Osada.

63.1K 4.1K 576
                                    

Me tomé una ducha larga y me puse el vestido rápidamente, colocándolo realmente mal. No comprendía estos vestidos, eran realmente pegados y no encontraba forma de arreglarlo y que quedara todo bien y en su lugar. La puerta se abrió y me dejó ver a la primera dama junto con una sonrisa de burla en su rostro. Me rendí al verla y agradecí al cielo que haya aparecido.

-¿nunca habías usado un vestido?.- caminó hacia mi riendo.

-no de este tipo.- refunfuñé tratando se ponerlo correctamente, pero me fue imposible hacerlo.

Solo bastó con los dedos de la esposa del presidente para que el vestido se acomodara a mi cuerpo, me miró y asintió.

-ahora si está bien puesto.- sonrió.- tienes que verte.- me miró a los ojos y me haló fuera del baño hasta ponerme frente de un espejo alto, con decoraciones onduladas doradas por fuera del espejo. Hermoso. Me miré y me quedé muda, de verdad que me gustaba como me veía, parecía otra persona, o como si perteneciera al alto rango de la sociedad. Esto tiene sus ventajas, pero no quiero ser rica, prefiero vivir mi vida barriendo mi vieja casa de campo y con una familia feliz, que estar secandome las lágrimas con billetes de 100 por mi soledad. No sé ustedes.

La puerta se abrió y nos dió la vista de uno de los guarda-espaldas del presidente. Esto no olía nada bien.

-máxima señora, su excelencia desea ver a la jovencita.- nos miramos por dos segundos y luego miramos al fortachon de dos metros de alto. Gruñí en voz baja y murmuré varios insultos hacia el presidente que a la primera dama parecían divertirle.

¿Es que era en serio?, apenas ayer lo había apuñalado, por lo menos esperaba verlo en 100 años, si su suerte no la abandonaba.

Me sentí desdichada y miré mi situación amargadome más de lo que estaba ya. No sabía que  tramaba el presidente  conmigo, aunque lo había descubierto ayer, cuando por esa razón lo había apuñalado, recordé. Que no vaya a intentar otra estupidez porqué se arrepentirá.

Como que soy una Foster.

-en un segundo sale.- dijo con firmeza la mujer, este solo asíntió cerrando la puerta detrás de el. Me observó sin poder objetar ante su inepto esposo.

-Enfrentalo como solo tú sabes hacerlo.- murmuró.

La miré extrañada pero no dije nada. No quise ponerme los taconazos altos para ir a ver al imbécil del presidente a su habitacion. Preferí unas pantuflas, o andar descalza, pero la señora no me lo permitió diciendo que el piso tiene químicos gracias a la limpieza de esta casa que pueden ocasionarle daños graves a los pies. Le hice caso, es mejor prevenir que lamentar. Seguí al fortachon, pero me dí cuenta de que alguien me seguía, otro detrás de mi.

Tienen miedo de que invente algo. Me tienen miedo.

Sonreí ante el pensamiento, pero solo me inmuté a seguir a los tipos hacia la habitación del Presidente, a través de estos pasillos kilometricos.

La puerta grande de caoba con adornos de pino se me puso en frente, yo solo rodé los ojos y giré la perilla, abriéndola. Miré hacia dentro y el cuerpo del famoso hombre estaba encima de la cama, al parecer durmiendo. Caminé lentamente por la habitación oscura, sintiendo como la puerta la cerraban lentamente detrás de mi. Miré hacia atrás, pero miré hacia delante, ojeando la ventana. Se veía tan tentadora en estos momentos.

Como cuando tienes una deliciosa Nutella en frente tuyo, y deseas comerla. Así estoy yo, deseosa de poder salir de aquí y de ver a mi familia y a Noah.

Mierda, no me había acordado de mi familia. ¿Cómo estarán?, espero que no se preocupen mucho por mi, aunque sería imposible teniendo a una madre sobreprotectora. Bajé la mirada triste por un momento pero volví a alzar la mirada hacia la ventana considerando la idea ya que el idiota posiblemente dormía. No tenía nada que perder después de todo.

La luz se encendió de un momento a otro y los ojos azules grisáceos del sujeto me miraban atentos. Lo miré y pausé la caminata, tomando aire.

-¿te crees muy osada?.- preguntó levantándose a duras penas de la cama, sentándose en esta, mirando hacia el suelo.

-se merecía la muerte.- contesté normalmente, como si de cualquier conversación de tratase. Me miró y sonrió.

-¿cómo una mierda como tu puede decidir eso?.- preguntó burlon. Yo alcé una ceja y saqué mis dientes perfectamente alineados y blancos para sonreír de la misma manera.

-¿la mierda que casi lo mata?.- pregunté cruzando mis brazos, me puse erguida frente a él, demostrándole lo fuerte que puedo llegar a ser, o lo imponente.

Con un solo movimiento de lengua puedo demostrarle que no me dejaré ante él y que somos completamente iguales como humanos. Respiramos igual, comemos igual y cagamos igual. No hay nada que nos diferencie. Excepto la maldad y el dinero, y la fachada de cometer crímenes tan atroces sin tener remordimiento alguno. Eso sí es tener un corazón de hierro.

-puedo destruirte de solo parpadear.- me amenazó, lo que no sabe es que me importa una verga  lo que me diga, no le tengo miedo y no caeré en ninguna de sus trampas mal hechas.

-¿Qué espera para hacerlo?.- preguntó  de buena gana, sonriendo nuevamente.

De un momento a otro se levantó de su cama y camino hacia mi, agarrando mi cuello y obligando a mis píes a ceder hacia atrás, para pegarme la puerta y alzarme contra ella. Quitándome la respiración. Sonreí sin mostrarle temor mientras me quedaba sin aire, pero el poco aire que tenía en esos momentos le hice ver que no me rendiría, que seguiría a la defensiva por lo menos hasta que él mueriese.

-¿qué te hace sentirte tan especial?, ¡¿EH?!.- gritó contra mi rostro y empecé a marearme al no tener nada de oxígeno en mis pulmones, dejando de luchar ante el duro agarre.- yo soy el presidente de este maldito país, y creo que tú no puedes hacer nada contra ello, niñita, así que deja de actuar como si pudieras conmigo, porque no puedes.- me soltó y yo comencé a toser al sentirme liberada, atrapé mi cuerpo con una silla y agarré mi cuello recuperando la respiración. Mierda. Lo miré.

Este me observaba desde su altura omnipotente, así que me levante derecha y lo encaré nuevamente. Me daba rabia el simple hecho de que pensara que me vencería, ja, eso no sería tan fácil cariño, suelo ser muy rebelde a la hora de proponerme algo.

-la mayoría corre, o grita, o solo me deja que haga lo que quiera sin hablar.- tomó un respiro.- no sé que hacer contigo. Esto se me hace extraño.- se abrió, lo miré con desprecio.

-Nada.- murmuré.-me dejarás ir, o me matarás, ¿qué haras?.- pregunté esperanzada de que pudiera considerar dejarme ir y así continuar con mi vida como lo había planeado, pero hasta para sus ojos parecía imposible el hecho de que el maldito no me dejaría ir sin dar una buena batalla. Que dudo que se canse de ella.

- si te dejo ir, organizarás otra rebelión contra mi, y eso está prohibido.- pausó.- y si te mato, no tendrás tu merecido, y no podré gozarte.- ladeé mi cabeza levemente. Era idiota al pensar que me tocará, primero muerta.

-te juro que si me tocas, ese no va a ser  el único agujero ocasionado por mi.- me puse a la defensiva, este sonrió.

-no sabes lo que me excita tu rebeldía.- miré hacia abajo y ví como en su bóxer se marcaba su virilidad, miré su rostro nuevamente. Si me toca lo mato.

-Que pena me da su caso, pero lo que usted pretende no va a ser posible.- sonreí, este sólo me miró y también sonrió.

-eso lo veremos.

Caminó hacia mi y antes de que llegara, alcé mi vestido un poco para que me diera libertad de lo que iba a hacer. Alcé mi pierna agilmente y le meto una patada en donde deberían de estar los puntos en su herida. La franela comenzó a mancharse de sangre, y su quejido de dolor fue épico. Lastimosamente no pude propinarle más golpes por que los guarda-espaldas se adueñaron de mis brazos nuevamente. Comencé a patalear, mientras que los primeros auxilios llegaban nuevamente.

Y donde el presidente ordenaba en que no me hicieran daño.









El DictadorWhere stories live. Discover now