La rebelión de los mortífagos:

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El hombre oscuro se sintió profundamente herido y perdió la paciencia, tomó a Ania del brazo y prácticamente la arrastró dentro de la mansión, mientras los gritos de la chica los acompañaban en el camino y el ladrido de los perros se atenuaba a la distancia. Lord Voldemort se dio cuenta de que no la entendía, las mentiras y la actitud contradictoria de la chica habían comenzado a llevarla por un tortuoso camino de espinas.

_ ¡Nooo! ¡Suélteme, por favor!_ suplicaba desesperada.

_ Nadie juega conmigo_ susurró malévolamente Lord Voldemort.

Al atravesar la puerta de entrada casi derriban a la señora Malfoy que se había acercado a ver qué estaba pasando, preocupada por tantos gritos y los ladridos de los perros. La mujer por poco no cae al suelo mientras los miraba con unos ojos desorbitados de terror. Al verlos desaparecer escaleras arriba corrió hacia el jardín para averiguar que le había ocurrido a su esposo.

El hombre oscuro arrastró a Ania sin compasión por las escaleras, al llegar a la habitación de la chica, la empujó dentro. Luego cerró la puerta tras él y la selló con un hechizo. Al ver que sacaba la varita la chica comenzó a temblar entera. Dentro de la oscura habitación hasta el aire pesaba.

_ ¡¿Qué estabas haciendo?!_ le gritó Voldemort de repente.

_ Yo... yo..._ tartamudeó aterrorizada sin idea de qué decir ni cómo justificarse.

_ ¡Y no te atrevas a mentirme!_ la interrumpió vociferando.

_ Yo... sólo estaba paseando_ dijo Ania con un hilo de voz.

De la punta de la varita de Voldemort salieron chispas rojas y doradas, haciendo que Ania diera un respingo del susto. Ahora iba a matarla y no había nada que ella pudiera hacer, pensó aterrada. Había desperdiciado su última esperanza, ya no le quedaba nada.

Lord Voldemort se acercó a ella, que estaba acurrucada contra la pared como un perro herido, y la tomó del cuello de la capa. Las marcas que la magia oscura había dejado en su alma comenzaron a manifestarse. Ania no podía saberlo pero lo intuyó.

_ ¿Paseabas trepando las rejas en plena oscuridad?_ susurró suavemente, llenándola de saliva. Sus ojos se tornaron fríos como un témpano de hielo.

Ania no le respondió, sólo atinaba a negar con la cabeza.

_ Me dijiste que te quedarías a mi lado... ¿Ere una mentirosa, Ania?

_ No... no mentía... no...

_ ¡Eres una maldita mentirosa!_ le gritó en la cara mientras la zarandeaba.

Fue en aquel brusco movimiento cuando ocurrió algo que empeoraría las cosas, las galletas que había guardado en un bolsillo de la capa cayeron al piso y se esparcieron a sus pies. Voldemort sorprendido se inclinó y recogió una de ellas.

_ ¡¿Te gusta jugar conmigo?!_ gritó fuera de sí mientras acercaba la galleta a sus ojos, luego la apretó en su puño y la hizo mil pedazos.

La chica supo que ya no tenía excusas y las lágrimas cayeron por sus mejillas. Entonces el hombre la apuntó con su varita. Estaba harto, se daba cuenta que no podía confiar en ella, que le había mentido. Supo con certeza que no tendría jamás una posibilidad con ella porque Ania amaba a otro. La furia y el despecho lo invadieron como nunca y decidió mandar todo al demonio. Amarla sólo lo había convertido en un hombre débil y no podía seguir permitiendo que aquel fuerte sentimiento lo condenara al fracaso. La haría suya allí mismo para calmar el fuerte deseo que sentía ante su presencia, luego la intercambiaría por su medalla y se olvidaría de ella para siempre.

El alma perdidaWhere stories live. Discover now