Secretos, cosas buenas que parecen malas.

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El ánimo y las buenas vibras se podían respirar en el aire. Hoy el sol salía en todo su esplendor, no había lluvia, no había nubes, solo un cielo que poco a poco adquiría el más bello de los azules, coronado por una gran astro dorado que ascendía poco a poco.

Grupos y grupos se arremolinaban por doquier, hoy los alumnos parecían haberse multiplicado nuevamente, pues las áreas deportivas del instituto estaban hasta el tope, gente por doquier, principalmente en las bancas que rodeaban el campo de futbol, pues el equipo de casa estaba jugando contra uno invitado, los torneos iban ya en cuartos, el final poco a poco se acercaba.

A pesar de que la mayoría estaban inertes en dicho partido, había suficientes alumnos para llenar las otras áreas deportivas, las chicas de vóley, los equipos de basket, corredores y jugadores de tenis, todos entrenando y participando. El pobre de Edmund se vio en un gran y desafortunado dilema, ¿iría a ver a su mejor amigo jugar? Iban ya en cuartos de final, pero... Laia tenía entrenamiento hoy, y ella se motivaba con tenerlo a la vista, y no, no exageraba, Ed era testigo de que cuando tenía y por lo tanto no podía verla entrenar, clases no había conflicto, no obstante era evidente su falta de concentración, pues cuando este estaba cerca, se convertía en una estrella de tal deporte.

Finalmente y después de terminarse su hot dog, se encogió de hombros y fue a donde su novia, Israel me entenderá pensó.

La joven lucia espectacular en su blanco uniforme, para Edmund eran las mejores pernas que había visto, si, y las únicas para las que tenía ojos, él no era un don juan, por alguna razón había durado ya meses con Laia, porque se daba a respetar y le brindaba a ella el respeto que se merecía. Apenas la pequeña joven le miro, sonrió y saludo dulcemente con la mano. Ed le devolvió el saludo. Más allá se escuchaban los gritos de la gente eufórica, goooool gritaban todos a coro, el equipo de casa sin duda iban ganando, el joven tuvo que hacer un esfuerzo por no fruncir el ceño, en verdad deseaba ver a su compañero jugar, le recordaba viejos tiempos, tiempos en los que Isra y el mismo jugaban saltando charcos con un viejo balón, amigos iban y venían, pero ellos fueron simplemente inseparables. Y hasta la fecha, algo que le llenaba el pecho de orgullo, lo seguían siendo.

Respiro profundo relajo el cuerpo, no pasaba nada con perderse un partido, además, era por una excelente causa.

Laia por otro lado se encontraba concentrada en su obligación. Edmund se sorprendía de que a pesar de ser de las más pequeñas, se novia ágilmente y rebotaba la pelota una y otra vez. Sus manos en posición recta y su rostro siempre en alto. Él joven babeaba al verla.

Anunciaron el break y ella se apresuró a salir de la cancha rodeada de maya sintética, fue a donde su novio y salto, literalmente para que este le tomara.

Se dieron un dulce y algo beso en los labios.

—Sabes que me va mucho mejor cuando estás aquí —Dijo ella con los ojos cerrados y los labios aun unidos a los de él. Su respiración era agitada y había una pizca de sudor en su frente.

—Lo se preciosa, por eso lo hago, por eso y porque a mí también me va mejor a tu lado— Ella sonrió ante lo escuchado, estaba satisfecha.

Una niña de primer grado, un poco regordeta, con anteojos y la camisa de la escuela, se acercó de pronto, llevaba sobre sus manos un montón de papelitos rectangulares.

—Hola compañeros —Saludo con una voz de ardilla —Voten por Xitlali para Reyna del baile, les prometo que no se arrepentirán —Anuncio entregando un volante a cada uno. A continuación los pasó de largo y siguió con los chicos que se encontraban más allá.

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