Quien te ayuda a levantarte cuando los demás ni siquiera notan que has caído

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Dos días después.

Israel ya se encontraba de pie. Se había cambiado de ropa desasiéndose por fin de las horribles batas del hospital. Llevaba puesto un jean de mezclilla en color oscuro, su tenis de siempre y una playera verde, era lo primero que su madre le había encontrado en su habitación.

Sus padres no debían de tardar mucho, puesto que ese día lo daban de alta, estaban solo a la espera de que ellos llegaran para hacer el papeleo.

El joven caminaba de aquí para allá. Los blancos pasillos estaban en su mayoría desnudos de personas, a excepción de algunos en los cuales había secretarias, doctores, enfermeras, et. Los ventanales daban una amplia vista del patio, también servían como espejos. Israel se observó a sí mismo a través de uno de ellos.

Sus ojos. ¿Eran realmente los suyos? No sabía una que pensar. Ese blanco cegador, ese azul purpura fosforescente, todo parecía tan irreal, los lagrimales eran como pequeños diamantes. Sus cejas perfectamente pobladas, al igual que sus pestañas. La piel alrededor como la cera. Le causaba escalofríos.

Unos auténticos ojos de lobo, pensó El chico sin dejar por un segundo de observarse.

Aun quedaban almacenadas ciertas dudas, los doctores habían indicado que no habría consecuencias. Pero Israel no estaba seguro del todo. Es decir, fue algo sumamente peligroso para lo poco que había sucedido. El chico no recuperaba su seguridad aun.

El sonido de unos tacones lo saco del pensamiento. Era su madre quien iba a la delantera, justo detrás de él, ibas el padre de Israel. La señora llego y le dio un fuerte abrazo.

—Oh mi hijo, al fin te han dado de alta ¿Te sientes bien? Si quieres podemos pedir una silla de ruedas y que...—Su voz sonaba como si tuviera un nudo en la garganta.

—Estoy bien mama, en serio —Respondió Isara ante las sugerencias de su progenitora.

El padre del joven le entrego un objeto negro.

—Nos da gusto verte por fin de pie hijo, aqui tienes lo que pediste... tengo que ir con la señorita del escritorio a terminar la papelería para que te puedas ir. —El hombre giro sobe sus talones y fue a donde la secretaria.

Lo que el padre de Israel le había entregado, eran unos anteojos grandes y oscuros.

Aun no tenía la confianza suficiente, ahora que el peligro ya había pasado, comenzaba a sentir cierta pena, puesto que ¿Qué le dirían cuando lo vieran? La gente se asustaría. Pensaba él. Esos sin contar lo que las personas más cercanas a él, como Edmund, quien sabe que dirían.

Abrió las patillas de los lentes y se los puso sobre el puente de la nariz.

— ¿Cómo te sientes hijo?

—Muy bien madre —Respondió en un susurro.

Su padre llego con un par de hojas para completar las firmas, y así el trio salió por fin libre y despejado de aquella horrible preocupación.

Otras delas preocupaciones de Israel había sido el querer saber que le sucedería a la luz del sol, sorprendentemente nada malo paso, después de una levísima molestia, Israel se acostumbró.

A lo largo del trayecto en la camioneta de su padre, el joven pensaba sobre cómo podría cambiar su futuro, para comenzar tenía que aprender mucho de las miradas extrañas de aquellas personas que sin duda alguna no despistarían el acto. Que observarían el rostro de Isra desde que aparecería hasta que se iba.

¿Tanto cambiarias vida? —Pensaba el mismo.

Para su mala suerte nada de eso tendría una respuesta segura hasta no vivirlo.

El DefectoWhere stories live. Discover now