La realidad es el único juego que no se puede ganar

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Al día siguiente.

Las mañanas ya comenzaban a ser más cálidas, los rayos del sol penetraban por las cortinas de la habitación. El despertador comenzó molestar.

Sin muchos ánimos Israel se puso de pie, lo apago y comenzó el proceso de bañarse y vestirse.

Era del tipo de jóvenes que planean con tiempo que ponerse, en esta ocasión término con unos jeans azul desgastados, sus zapatillas de deporte y una playera tipo polo en color azul celeste. Sin olvidar sus anteojos oscuros, desde luego.

Desde que salió de su casa hasta llegar a la escuela todo fue un borrón silencioso. No sabía siquiera que pensar, sabía que habría algo diferente, estaba seguro de ello. Pero... ¿Qué procedería? Su estómago no dejaba de doler, una señal de los nervios que invadían al joven.

Nada más entrar al estacionamiento comenzó a sentir miradas pesadas, gente que iba llegando, gente parada en la entrada del lugar. Susurros que comenzaban a presenciarse. Tratando de engañarlos, estaciono su moto y entro al instituto.

Fue el camino más largo de su vida, parecía pasar todo en cámara lenta, el tiempo parecía no avanzar una milésima siquiera, paso y más pasos hasta llegar al aula correspondiente, niñas, niños, jóvenes casi adultos, incluso un par de profesores que le miraban. Como broma de mal gusto, muchos de ellos llevaban sobre sus manos aquel opaco pedazo de papel, si, aquella falsa noticia que solo buscaba dramas.

Al llegar al aula para su alivio esta se encontraba casi vacía.

No transcurrió mucho tiempo para que Edmund y el profesor llegasen.

Nunca pensó en tener algo así en mente, pero... nunca se había sentido tan cómodo en una clase, no tenía la más remota idea de que cosa explicaba el profesor, dado que se encontraba sumido en sus pensamientos, pero si de algo estaba seguro, era que muy poco compañeros le observaban, nadie la tenia fácil frente a un profesor, todo era muy diferente a veinte minutos atrás cuando el alumnado completo enfocaba sus ojos en él. No quería que la clase acabase porque eso significaba otro pasillo más que caminar. Pero claro, es por demás decir que ahora fue lo contrario, el reloj pareció avanzar diez veces más rápido.

La campanilla sonó, indicando el fin del módulo.

—Andando Edmund —Exclamo en señal de que quería salir lo más rápido posible. Su mejor amigo supo de inmediato la intención de Isra y no se hizo esperar. E joven quería cruzar los pasillos restantes antes de que se atestaran de gente, lamentablemente eso sería muy complicado, dado que su siguiente hora era de química, lo que significaba desviarse hasta su casillero por la bata y algunos útiles. Edmund le siguió en silencio.

—...Algún tipo de enfermedad...

—Pero qué diablos es...

A sus oídos comenzaron a llegar voces y rumores, cosa que no le causaba más que caminar con paso firme, pesado y rápido, tanto que Ed tuvo que correr un poco para alcanzarlo.

—...Incurable...En cuarentena...

Era molesto.

—¡Demonios! —Exclamo Israel con furia. Parecía estar todo planeado, la gente a su alrededor le seguía mirando, apenas salían de sus respectivas aulas ubicadas en los costados. Inclusive justo al bajar el último escalón estuvo a punto de tropezar, no era fácil caminar con lentes, sentir cientos de miradas sobre ti, literalmente y además bajar escaleras.

Llego a su casillero y lo abrió con demasiada fuerza y coraje. Ed de manera más pacifica abrió el suyo también. No dijo palabra alguna, no había mucho que hiciera para que Isra se sintiera mejor. Lo único que eso podía hacer era el que los rumores pasasen, el que el joven volviera a sentirse cómodo.

El DefectoWhere stories live. Discover now