Capítulo 21

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-Quédate.

Tan solo eso bastó para que mi corazón diese un vuelco y mis piernas comenzasen a temblar. Mis ojos, clavados en un punto fijo de la puerta, no podían cerrarse ni moverse. No podía mirarlo, ni moverme, ni respirar como una persona normal. Mi cuerpo estaba estático en su lugar y hubiera deseado que se quedara así por el resto de la eternidad para no tener que enfrentar lo que sabía que venía. Porque, la verdad, es que no hay que ser muy inteligente para deducirlo. Él estaba borracho y yo a sus pies; cometería el mismo error de antes y, gracias a que mi cuerpo lo necesitaba más que a nada, no me extrañaría que cometiera un error más grande aún. 

Tras unos instantes eternos en la misma posición, logré cerrar mis ojos y obligarme a respirar hondo para tranquilizarme. Su aroma ayudó y, para cuando quise recordar, estaba respirando normalmente y mi cuerpo no estaba tan tenso como antes. El sonido pausado pero intenso de su respiración se oía detrás de mí y me obligué, muy a mi pesar, a voltear para verle. Se había incorporado y estaba sentado con la espalda apoyada en la pared. Sus ojos pardos, que marrones se veían gracias a la poca luz que el amanecer nos brindaba, me miraban fijamente. Su pecho subía y bajaba lentamente, y su boca dibujaba una suave línea recta. Yo no sabía qué decir, qué hacer, cómo hacerlo. No sabía si disculparme, si gritarle, si irme y no volver a hablar del tema nunca más. Yo no lo sabía, y él no me daba ninguna pista. Tan solo se quedaba ahí. Sentado. Mirándome. Como si aquel simple acto me diera todas las respuestas que necesitaba. 

-Ya.

Sus labios, que hasta entonces se habían mantenido sellados, murmuraron esa simple palabra casi sin moverse. Yo no la escuché al principio, y la verdad es que dudo que él quisiese que la escuchase, pero como estaba tan desesperada por encontrar en él la más mínima pista que me dijese qué hacer, la escuché sin querer. Sin embargo, cuando entendí lo que decía, mi confusión aumentó considerablemente. ¿Qué quería decir con "ya"? ¿"Ya" qué? ¿Y ahora qué hago? ¿Qué significa eso? Las dudas se agolparon todas en mi cabeza rápidamente y reflejé mi sentimiento en mi cara lo mejor que pude, para que Rubén entendiese que yo de aquello no entendía ni jota. 

-¿Qué has dicho? -susurré yo finalmente, pues él no respondía ni cambiaba su expresión. 

Rubén, en vez de darme una respuesta verbal, tan solo estiró su mano y golpeó levemente el sitio de su cama a su lado, invitándome a sentarme con él. Yo miré su gesto y dudé. ¿Qué querría? ¿Por qué hacía eso si hace tan solo unas horas me había gritado una infinidad de insultos? Pero no lo pensé mucho más, claro. Hice pasar a esas dudas a la zona de mis cerebro donde mandaba a todas las demás e hice lo que mi esperanzado y tonto corazón me dictó. Recorrí la distancia entre los dos y me senté, no sin antes dudar un poco más y sentirme culpable por hacerlo. Una vez sentada, los dos permanecimos en silencio, mirando hacia el frente. Mi respiración, gracias a su cercanía y todo lo que ella me traía, hizo que se volviera entrecortada. Intenté disimular lo máximo que pude, pero cada minuto que pasaba ahí se me hacía eterno y doloroso y no sabía con qué fin me quedaba ahí. Noté de pronto, que mi respiración entrecortada se escuchaba muy fuerte y, en un afán de calmarme, respiré hondo tres veces y mi respiración se normalizó al menos un poco. Sin embargo y pese a haber clamado mi fuerte y entrecortado respirar, los ruidos de una exhalación muy fuerte se seguían escuchando. Y no eran míos.

Al notar aquello, giré la cabeza rápidamente para ver a Rubén, y lo que encontré no fue especialmente bueno. Pues su entrecortado respirar se vio justificado gracias a unas pequeñas lágrimas que hacían surcos en sus mejillas. Sin embargo, no duraron mucho, pues con coraje se las limpió y no derramó ni una más. Tensó su mandíbula y no me miró ni un instante. Yo no sabía qué hacer, si preguntarle qué le pasaba, si quedarme en silencio ahí, esperando a que él hablase o, lo más lógico y sano para mi cabeza y corazón, irme de ahí sin más. Pero verlo en ese estado hacía que una barrera imaginaria no me dejara salir por aquella puerta y bloqueara todo tipo de salida. Me quedé de pie allí, mirándolo durante unos minutos en los que mi mente trabajaba rápidamente y consideraba todas las posibilidades de qué hacer. Al final, dudosa, me acerqué a él y posé una mano sobre su hombro. Apreté levemente y pregunté en un susurro lo primero que se me vino a la cabeza. "¿Estás bien?". Él no respondió, pero no fue necesario. Era tan solo comparar ese estado con el de siempre y ver que algo sí que andaba mal. Pero la cosa era el qué. "¿Qué pasa?". Tampoco respondió, pero me dedicó una mirada larga y fría, cargada de sentimientos, de palabras impronunciables, de dolor, y yo no pude comprender lo que él pretendía decirme mirándome de esa forma. 

Aún con mi mano en su hombro suspiré, y aparté la vista de la suya. No podía soportar esa mirada y verlo así me destrozaba. Tan solo quité mi mano de su hombro y me quedé allí, nuevamente considerando qué hacer. Repasé mentalmente todo lo que había sucedido hasta el momento y me di cuenta de que ya todo estaba perdido. Que no importaba qué hiciera o qué dejara de hacer en ese momento, pues el final sería igual de malo de todas formas y no había nada más que hacerle. Entonces, rodeada de aquél silencio, de la escasa luminosidad del amanecer y de la tranquila certeza de que nada podía empeorar más de lo que ya estaba, me dejé guiar, nuevamente, por mi corazón. Y me agaché a un lado de su cama y lo miré con el cariño de siempre impregnado en mis ojos cafés. Y me acerqué a él consiente de que todo lo que hacía estaba mal pero a su vez consiente también de que ya todo me importaba una mierda y que solo lo quería a él. Y acaricié suavemente su rostro mientras sus ojos reflejaban el desconcierto al verme acercarme a él con una sonrisa embobada en el rostro. Y lo besé, como se debía, como mis labios me lo habían estado pidiendo desde que lo había visto por primera vez después de años en aquel aeropuerto yéndome a recoger. 

Y lo besé, como años atrás, sin esperar sin embargo, que él correspondiera. 

Pero lo hizo. Y no podía estar más feliz. 

Más enamorada. 

Más llena de esperanza. 

Más en la mierda y más desinteresada en eso que nunca. Porque lo tenía ahí. Besándome. Y no importaba lo que pasara al día siguiente, la semana siguiente, el mes siguiente, el año siguiente. No importaba. No me importaba. No me importaba lo que dirían Jen, Mangel, Amanda, mi familia... nadie, nadie me importaba. Solo importaba ese momento, ese instante exacto en el que mi felicidad y goce no cabían en mi propio cuerpo. Lo quería, lo quería tanto. 

¿Del odio al amor? [FanFic Rubius]Where stories live. Discover now