3. Ensalada de idioteces

2.2K 121 34
                                    

A esta altura quizás se estén preguntando –o quizás no- cómo hice para llegar virgen a los veintisiete. Bueno, eso es algo que yo también me pregunto...

En mi adolescencia no tuve ningún novio, nada, sí muchos amigos e incluso me enamoré de mi mejor amigo –sí, el típico cliché-, pero como mi vida amorosa fue siempre un desastre, él estaba enamorado de una de mis mejores amigas y yo era el vínculo entre los dos, Soledad también amaba a Pedro y no fue difícil hacer que terminaran juntos. Después de la adolescencia vino mi etapa estudiantil, donde por fuerzas cósmicas del universo conspirando contra mí, los únicos dos varones de mi clase eran gays. Y si tenía esa suerte de salir y conocer gente, terminaba teniendo los mejores amigos del mundo. Como ven, estoy destinada a la friendzone y ¿saben cuál es la peor parte?, que termino queriendo a los idiotas. Los hombres dicen que las mujeres elegimos enamorarnos de chicos malos, yo les digo que los chicos buenos corren tras las zorras, así que estamos a mano.

Siguiendo con mi historia, tuve un novio y besé algunos labios, dos para ser exacta, traigan una pala así cavo el pozo para meter mi cabeza. Con mi novio no funcionó porque era un maldito mentiroso y manipulador. Créanme que si algo caracteriza a las Clara Rigotzi es que no somos tontas -o quizás sí, pero sólo un poco-; el caso es que me di cuenta de sus intenciones y decidí terminar la relación. Me estuvo molestando un par de veces y luego desapareció de mi vida. Si tengo que ser sincera, cada vez se me hace más difícil conocer hombres, voy perdiendo un poco más las esperanzas y me aferro a esta vergüenza y miedo de ser rechazada. Sé que no está bien, pero no soy una chica normal, lo que supongo que a esta altura ya se habrán dado cuenta.

Mis amigas no tienen idea de mi virginidad, sólo Caro es consciente de eso porque nos conocemos hace tiempo, pero mis compañeras de trabajo y amigas nuevas no saben. No me esfuerzo por develar el asunto; tampoco miento, simplemente me quedo callada y omito mi opinión. Creen que soy reservada, ¡qué ilusas! Caro me molesta siempre con chistes y cosas pero sabe que soy bastante sensible al tema, así que no lo divulga a los cuatro vientos.

¡Diablos!, ¡olvidé las llaves de casa otra vez!

Suspiro y miro el cielo rogando que mi hermano esté en el departamento. Rodrigo es mayor que yo, tiene treinta y le pesa vivir conmigo. Si no fuera por mí, él y Victoria, su novia, ya estarían conviviendo; me ha tirado la indirecta de que debo mudarme y yo deseo hacerlo, sólo necesito un poco de apoyo paterno en el asunto porque mis ingresos son escasos, aunque la realidad es que no sé si mis padres querrán apoyarme con todo eso.

En fin, oprimo el botoncito del quinto B en el portero eléctrico y espero cruzada de brazos.

—¿Si? —escucho la voz de Rodrigo y exhalo todo el aire contenido en mis pulmones por el alivio.

—Soy yo, Clara —sí, tengo esa maldita costumbre de responder «soy yo» cuando toco el portero de casa.

Escucho el zumbido de la puerta al abrirse y avanzo por el palier, agradeciendo que hoy la suerte me sonría un poco más. Llego al lado del ascensor y hay un hombre de espalda, esperando igual que yo para subir.

—Hola —saludo tímidamente cuando él me mira.

—Hola —repite y al sonreír, unos bonitos hoyuelos aparecen en sus mejillas.

«¡Alerta roja!, ¡alerta roja!» escucho a mi cerebro porque me he quedado embobada mirándolo. Las puertas del ascensor se abren haciendo que vuelva en mí y percibo cómo me empiezo a ruborizar involuntariamente. Miro el suelo tratando de que la cortina de mi pelo oculte un poco las mejillas tomate que sé que tengo. Él ingresa después de mí y se queda parado al lado de la botonera del ascensor. Extiende la mano, marca el número ocho y me pregunta.

—¿A qué piso vas? —¡Diablos!, ¡esa voz!

—Al quinto, gracias —susurro y vuelvo a mirar mis zapatillas de correr.

Así que tengo un vecino jodidamente sexy en el octavo piso, o quizás sea el amigo jodidamente sexy de algún vecino del octavo piso.

El ascensor se detiene y el número cinco titila en los leds rojos que forman el número en la pantalla. Doy dos pasos hacia la puerta cuando se abre para que yo salga. Estoy en el pasillo del quinto piso y escucho la voz de mi vecino a mis espaldas, en el ascensor.

—¡Adiós!

—¡Adiós! —repito cuando cierro la puerta y las del ascensor se están cerrando también, mientras continúa subiendo.

Miro a mi alrededor asegurándome de que nadie me está viendo y me río. Hum, hum, el vecino me ha saludado.

Golpeo con mis nudillos la puerta del departamento y espero unos segundos hasta que escucho los pasos de mi hermano acercándose para abrirme.

—No olvides las llaves otra vez cabeza dura. No sabes si voy a estar acá para abrirte.

—Lo sé, lo sé, perdón —ingreso haciendo a un lado su brazo y me caigo rendida en el sofá.

—¿Vienes de correr? —frunce el ceño, me está mirando y sé que no es normal que yo utilice ropa deportiva pero ¡vamos!, nunca es tarde para empezar.

—Fui con Laura y Caro a correr por el parque. En realidad ellas corrían y yo caminaba, pero bueno, es mi primera vez.

—¿Segura que no fuiste para ser animadora de ellas mientras corrían?

Rodri ríe a carcajadas y le arrojo uno de los almohadones directo a su cara. Lo sujeta en el aire antes de que le impacte el rostro y me devuelve el gesto, directo a mi cara. Obviamente que mis reflejos no son tan buenos como los suyos.

—¡Ouch! ¡No seas idiota! —lo reprendo.

—No te ofendas enanita.

Me guiña un ojo y juro que si no estuviera tan destrozada y no me doliera cada centímetro de mi cuerpo, iría directo a él para hacerle alguna maldad.

—Esta noche no me cuentes para cenar, iré a casa de Vicky —dice y recoge sus llaves, saliendo de casa y dejándome aún tirada en el sofá.

Me acomodo un poco mejor, recostando mi cabeza sobre uno de los almohadones y me quedo dormida.

*-*-*

La música de mi celular empieza a sonar y abro los ojos. Me siento, tratando de descubrir dónde estoy, quién soy, qué diablos es ese ruido. La música se intensifica y veo el malicioso aparato sobre la mesita a unos centímetros, lo tomo con pereza.

—¿Sí? —pregunto con voz somnolienta.

—¡Hola, Clara de huevo!, ¿Estás lista? —la voz de Caro resuena en mis oídos amplificada como veinte veces.

—¿Lista para qué? —pregunto incorporándome un poco tratando de hacer memoria, intentado descifrar a qué se refiere.

—¡Vamos a bailar esta noche, corazona! ¡Oh sí!, ¡Oh Sí!, con las chicas te pasamos a buscar dentro de una hora. Vístete y ponte más hermosa porque esta noche todo puede pasar.

—Caro, yo... —comienzo a quejarme y tratar de inventar alguna excusa en mi cerebro, pero no puedo porque ya me ha cortado y en una hora vendrán por mí.


Te amo, Idiota #1: El café no se toma quemadoजहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें