2.idiotas everywhere

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Creo que tengo un imán para los idiotas. No importa si son rubios, castaños, morenos, pelirrojos, altos, bajitos, flacos, gordos, de ojos color café (¡mmm café!, voy a prepararme uno, ¿tú quieres?) decía, ojos verdes, azules, grises, negros... Los idiotas están everywhere,  y ¿saben qué es lo peor? ¡Que yo me enamoro de los idiotas! Así, tal cual lo oyes.

Y ahí está mi idiota favorito del momento, renegando con la fotocopiadora. Parando el culo que se marca redondito en sus pantalones grises de vestir. Esteban, ese es su nombre. Termina de sacar copias y gira en mi dirección. Obviamente que ni siquiera me mira porque no sabe que existo; igual me hago la distraída. Miro la pantalla de mi ordenador y muerdo mi bolígrafo mientras él pasa a mi lado. Se va por el pasillo, con sus copias y su culo bonito, hasta su cubículo para trabajar. 

Y mientras tanto, aquí sigo yo, renegando con los programas que no funcionan y la jodida impresora que me traba las hojas. Me levanto sintiéndome la más frustrada del universo. Para estos momentos no existe mejor remedio que un café, además de que hace rato que estoy antojada. Camino hasta el bar de nuestra oficina y le pido a Carlos que me prepare uno mientras ruego que no tenga gusto a quemado como cada una de las veces que tomó café aquí.

Tengo una amiga en la ofi, en realidad varias, pero Caro es especial, con sus miles de historias para contar. Somos tan distintas y tan amigas que muchas veces se nos ha resultado imposible explicar cómo mantenemos la amistad después de tantos años. 

Se acerca hasta donde estoy y me pega un caderaz. Sí señores, me pega con sus anchas pero bellas caderas y yo río, es que no puedo hacer otra cosa más que sonreír cuando ella llega para alegrarme el día.

—Clara de huevo —dice riendo.

—¡Buenos días para ti también!, cara de pescado —ese apodo se lo ganó porque cada vez que está nerviosa comienza a boquear como un pez.

—¿Dónde vamos a ir a celebrar, corazona? —mueve sus caderas al ritmo de música inaudible y levanta las manos por encima de la cabeza, mientras cierra los ojos y se mueve gracioso.

—Por Dios... —murmuro—, si bailas así no te llevo a ningún lado, no conmigo —Ella sigue riendo. Toma mis manos para obligarme a seguirle el ritmo. 

Carlitos lucha con la máquina para hacer café pero sé que nos está mirando.

—Vamos gruñona, baila conmigo —Caro me guiña un ojo y yo suspiro.

—No sé bailar, Caro...

—Ey, ¡no es difícil! sólo mueve el culo —sus carcajadas invaden el bar de la oficina, que para nuestra fortuna está vacío. Me hace girar mientras yo sigo su juego y muevo el culo exageradamente.

—¿Así?

—¡Eso es muñeca!  —me pega una palmada en el trasero y veo a Carlitos abrir los ojos mientras se deleita la vista; tiene mi taza de café en la mano y está por apoyarla sobre el mostrador.

—El show ha terminado —exclamo más roja que frutilla madura.

Regreso al mostrador y tomo mi taza de café. Le entrego el dinero a Carlitos. Él sonríe de una manera extraña, haciendo que el calor de mis mejillas se acreciente. No sé cómo he podido dejarme llevar así por Caro y sus ideas locas.

Mi amiga tiene 29 años. Nos conocemos desde la facultad, estudiábamos periodismo y terminamos trabajando juntas en la redacción de un diario de mala muerte. Sí, el periódico es un fracaso -literal-, pero necesitamos el dinero. Vive con Juan, su novio. Están juntos hace varios años, recuerdo que aún estudiábamos cuando comenzaron a salir, y como todo en la vida de mi amiga, su noviazgo comenzó de una manera poco convencional, en algún momento les hablaré de eso si es que surge la ocasión (seguramente que sí porque tiendo a irme por las ramas cuando hablo).

Caro pidió otro café y cuando Carlitos se lo sirvió, nos sentamos juntas en una de las mesitas del lugar. Esas mesas redondas típicas de cafetería, con esas sillas plegables, también típicas de cafetería. Se sienta a mi lado con una sonrisa en los labios y cara de estar planificando una maldad. Pruebo mi café y suspiro "¡Quemado!, otra vez".

—Vamos a salir y voy a invitar a Esteban para que vaya con nosotras. "¡Oh sí!, ¡oh sí!, ¿y qué?, ¿y qué?" —tararea una canción que estaba de moda cuando estudiábamos y yo blanqueo mis ojos.

—Ni siquiera lo conoces, Caro —le recuerdo, un poco temerosa porque la conozco demasiado bien.

—Todavía tengo dos semanas para que comience a hablarme y entonces... "Mi amiga cumpleaños, ¿quieres ir a la fiesta?" —pone voz de niña sexy y se me hace imposible contener la risa —¿Quieres apostar? —agrega desafiante.

—No, por supuesto que no apuesto.

—Vamos clara de huevo, no seas aburrida.

—No voy a apostar y esa es mi última palabra.

He terminado mi café y entonces me levanto para volver a mi trabajo, con una sonrisa triunfal porque ella sabe que no he caído en la típica trampa de las apuestas.

—Lo haré igual, clara de huevo, y tú lo sabes —Su sonrisa pícara aparece de nuevo.

—No haré fiesta de todas formas —contesto a regañadientes.

—Celebraré sin ti entonces —contesta con determinación.

Y yo me voy frustrada a esconderme detrás de mi cubículo, en mi ordenador, otra vez. Anhelando que las horas del reloj avancen para irme a mi departamento, darme un baño caliente, ponerme mis medias de lana para que no me haga frío en los pies y meterme en la cama como toda una anciana virgen de 26 casi 27 años.

Te amo, Idiota #1: El café no se toma quemadoWhere stories live. Discover now