Capítulo Treinta y Uno

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A veces simplemente lo sabes.

Muy en el fondo de tu corazón puedes sentir que algo pasará.

No sabes cuándo, ni cómo, ni donde estarás tú cuando suceda, pero aun así no puedes cambiar lo que ya ha sido decidido. No importa cuánto desees que sea todo lo contrario.

*****

Entré a la habitación, desprovista de todo color excepto el blanco. Rose y Trevor habían pegado algunos dibujos, sin embargo, parecía como si el blanco consumía las coloridas obras de arte. Quizás era que el blanco era demasiado intenso, que no podías ver nada más.

Ni siquiera a la persona yaciendo en medio de la habitación.

Papá descansaba en una camilla, con aparatos a ambos lados de la misma que lo mantenían con vida a través de varios tubos. No sabía nada de medicina, pero podía reconocer sus signos vitales y supuse que la otra máquina, leía su actividad cerebral. Era ahí donde estaba el problema después de todo.

Me acerqué a él lentamente. Todavía lucía como mi papá, pero al mismo tiempo no era igual.

Mamá se había asegurado de mantenerlo limpio, con el cabello corto y sin barba. Sin embargo, sus mejillas se habían hundido, haciendo que su rostro luciera más largo y delgado. Sus ojeras eran pronunciadas y su piel era más pálida. Ceniza, incluso.

—Ho-hola —susurré, sentándome en la silla contigua a la cama, con mis tobillos cruzados y mis manos entrelazadas sobre mi regazo.

No hubo respuesta.

El pitido de sus signos vitales era constante, rompiendo el espeso silencio mientras el olor a medicamentos intentaba opacar el olor a muerte. Pero era imposible hacerlos desaparecer. Aun así, intenté no prestarles atención y en cambio, decidí enfocarme en el hombre que me había dado la vida. Al hombre que era imposible no ver en Trevor.

—Lamento no haber venido a verte antes... No podía encontrar el valor para hacerlo. Mamá se enfadó conmigo por eso.

Procedí a contarle todo lo que había sucedido desde la última vez que vine a verlo. Le conté como me había conocido con Jayden y como lo había detestado después de eso. Quizás no fue lo suficiente porque aun así me encontré a mí misma esperando verlo hasta aceptar salir con él. Hablé sobre mi trabajo y lo buenos que eran los gemelos conmigo.

—Creo que te caerían muy bien. Son como Cassie solo que en versión masculina —me reí. —Ella está bien por cierto. Comenzó a salir con este chico totalmente lindo que la trae loca desde que llegó a Londres.

Tomé su fría mano en las mías y dejé caer mi cabeza en la cama, a su lado. Seguí hablando sin parar, riendo cuando recordaba algún momento gracioso en particular y comportándome como una niña malcriada cuando hablaba de mamá o mis hermanos. Sobre todo, hablé con orgullo al mencionar lo mucho que había cambiado desde la última vez que estuve aquí. Estaba segura que él estaba orgulloso de mí también, fuera donde sea que su mente estuviera.

Hablé por tanto tiempo que para cuando finalmente guardé silencio, mi garganta estaba reseca y mi voz comenzaba a salir ronca. Pero también me sentía más ligera, más en paz. Hablar con él, me había traído una tranquilidad que quizás nunca antes había sentido. Volvía a sentirme como una niña pequeña, que se sentaba en el regazo de su padre a contarle historias sobre princesas y dragones.

—Si soy honesta contigo, esta es la razón por la que no vengo. Cuando me marcho, vuelvo a sentirme sola. Mamá me escucha, pero a veces siento que no me entiende. Jayden... es demasiado reciente y todavía me cuesta decirle algunas cosas y Cass, sabes que ella está lejos. Tú siempre me escuchaste. Incluso cuando regresabas cansado y sin ánimos de nada, siempre fuiste paciente conmigo.

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