Puedo sentirlo: el peligro se acerca.

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- ¿Segura que quieres salir?

Me senté en la cama y me puse los zapatos.

-Por supuesto que sí. Ya estamos a nada de llegar al puerto de la ciudad y quiero disfrutar lo que queda del paisaje- Max se puso de rodillas y me puso el otro zapato -Además, quiero que el aire nos pegué en la cara. Desde que pusimos un pie en el barco no has salido para nada y eso no es justo.

Me sujetó de la cintura para ayudarme a levantar. Salimos de la recamara -que en los barcos se llama camarote. Eso lo acabo de aprender- y tuvimos que cruzar un laberinto de pasillos para poder llegar a la cubierta -otra palabra nueva-. El aire se sentía tan bien. Me encantaba la combinación que hacía con la humedad del mar.

- ¿Y si nos acercamos al barandal?

Max asintió y me llevó hasta allá. A lo lejos se alcanzaban a divisar los edificios de la ciudad. Y lo mejor era el mar. Cuando nos subimos al barco, en el puerto de Santa Úrsula estaba tan cansada que lo único que quería era volver a tocar un colchón.

- ¿Te sientes bien?- preguntó sin dejar de verme con cara de angustia.

-No puede ser, Max. Tienes esta maravilla frente a tus ojos, y tú ni volteas a verla- señalé el horizonte.

-Te equivocas. Nunca dejo de mirarte.

Desvié la mirada y sonreí.

-Hablo enserio, Max.

-Yo también.

Suspiré y me agarré al barandal.

-Dejando los malestares de lado, esto ha salido perfecto.

Max me abrazó por la espalda y apoyó su barbilla sobre mi cabeza.

-Junto a ti todo es perfecto.

-Basta- sonreí -, que me enamoras.

-Eso es exactamente lo que quiero. Me encantaría atarte a mí por el resto de mi vida.

-Ah, ¿tan poquito?- dije indignada -Yo soy tan egoísta que, te ataría a mi lado con una cuerda de verdad por el resto de la eternidad.

Escuché la risa de Max.

-Estás loca, Liesel.

-Pero te encanta. No lo niegues- sonreí.

Y no lo negó.

Lo que restó del viaje -que fueron aproximadamente treinta y cinco minutos, según nos informó un trabajador- nos la pasamos riéndonos y enamorándonos con cada cosa tonta que se nos ocurría. Esto era lo que me faltaba para dejar de sentirme tan mal, no tirarme en la cama como Max me obligó a hacer.

Cuando llegamos al puerto, Max fue por nuestras maletas al camarote y pudimos bajar del barco, aunque yo con un poco de dificultad porque aún se me movía el suelo. Claro, el movimiento de las olas no era de mucha ayuda.

Miré a mí alrededor y era imposible que todo lo que veían mis ojos fuera real.

El mar y la arena hacían este lugar más increíble de lo que ya era.

-Ven- jale a Max hasta que llegamos a la orilla de la playa.

Me dejé caer de rodillas.

- ¿Estás bien?- Max se hincó a mi lado.

-Nunca he estado mejor. Nunca.

Tomé un puñado de arena y vi cómo se deslizó de entre mis dedos hasta el suelo, como si supiera que ahí es a donde pertenece.

A mi alrededor había personas pero sobre todo niños jugando con arena húmeda.

-Esto es hermoso. Fue la mejor decisión que hemos tomado, ¿no crees?- lo miré. Él estaba atento a cada movimiento que hacía.

Tu cielo, mi destino. Fanfic de 'La ladrona de libros'.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora