Capítulo 18: Entrenamiento privado

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Al terminar el entrenamiento, como habitualmente, Peeta y yo nos vamos a nuestra habitación a ducharnos y vestirnos para ir a cenar.

Comenzamos a cenar y todo va bien, pero de repente siento náuseas y me levanto deprisa tirando la silla al suelo y corro hasta la habitación. Me adentro a trompicones hacia el baño y me hinco en el váter para devolver rodo lo que he comido durante el día.

Siento entrar a Peeta y agarrarme el pelo para no manchármelo mientras me da suaves caricias en la espalda.

Peeta: - Cielo, ¿estás bien? ¿El bebé está bien? ¿Necesitas que llame a un doctor?

Me enjuago la boca en el lavamanos.

(TN): - Si... Tranquilo estoy bien... Es lo de siempre, las náuseas... No sé cuándo van a desaparecer. Ahora hacia días que no tenía.

Peeta: - ¿Seguro que te encuentras bien? ¿Llamo a un doctor? - No puedo evitar enternecerme por la preocupación de Peeta. No se que he hecho yo para ganarme a un hombre tan maravilloso.

(TN): - Seguro. Está todo controlado.

Peeta: - De acuerdo. Y tú, bebé... -Dice agachándose a la altura de mi vientre. – No le hagas eso a mamá porque entonces me preocupo. Pienso que os ocurre algo y no quiero perderos. -Me agacho a su altura y le doy un beso.


Al día siguiente, nos levantamos y nos vamos a entrenar. Hacia media mañana, interrumpen el entrenamiento y nos hacen ir a una sala contigua a la de entrenamiento donde nos sentamos a esperar a nuestro turno para la sesión privada.

Mientras tanto, me pongo a observar a todos los tributo en la sala.

(TN): - Peeta, ¿Cómo vamos a hacer para matar a toda esta gente? – Le digo en un susurro para que solo él lo escuche.

Peeta: - No lo sé. – Dice entrelazando nuestras manos.

(TN): - No los quiero como aliados. No lo entiendo, ¿Por qué quiso Haymitch que los conociéramos mejor? Esto lo hará mucho más difícil que la última vez.

Los tributos siguen pasando hasta que llega el turno de Peeta. Pasa cerca de cuarenta minutos hasta que finalmente me llaman. La preocupación de que es lo que Peeta estará haciendo en todo ese rato hace que muchas ideas locas pasen por mi mente. Al entrar, percibo un fuerte olor a producto de limpieza y me percato de que una de las alfombras ha sido arrastrada hasta el centro de la sala. Es cuando me doy cuenta de que Peeta ha hecho alguna locura.

El humor es muy distinto al del año pasado, se encuentran serios y entre ellos murmuran con un aspecto hastiado.

¿Qué has hecho Peeta?

La preocupación que sentía mientras esperaba se vuelve más intensa junto a un creciente temor. Sea lo que sea que haya hecho Peeta, no es nada bueno y temo que con ello se haya señalado a si mismo como a un objetivo para la ira de los Vigilantes. Para eso estoy yo, ¿no? Para apartarlo de la ira de ellos y acapararla yo.

Me encantaría poder atravesar el campo de fuerza que les protege y clavarle a más de uno una flecha por usar sus celebros para encontrar formas divertidas y horribles de matarnos.

Me encantaría hacerles ver que a pesar de que nosotros somos vulnerables a las crueldades del Capitolio, ellos también.

Trato de captar la mirada del Vigilante Jefe, pero parece que está ignorándome como ha hecho durante todo el período de entrenamiento.

Recuerdo muy bien, como amablemente me arrancó de los brazos de Peeta para bailar conmigo y como un rato más tarde me enseñó su reloj con actitud amistosa.

De repente, una idea llega a mi mente y se exactamente que es lo que voy a hacer. Voy a hacer, que todo lo que he hecho anteriormente, se quede en nada comparado con esto.

Me dirijo decidida a la estación de nudos y agarro un trozo de cuerda. Comienzo a manipularlo, con dificultad por no haber realizado nunca ese nudo, tratando de recordar como lo hizo Finnick. Tardo unos diez minutos hasta que consigo un nudo aceptable. Con el lazo en la mano, voy a la sección de muñecos de diana y lo arrastro con esfuerzo hasta el centro de la sala. Por un momento no puedo evitar escuchar a Peeta en mi mente regañándome por hacer fuerza. Con una barra, lo coloco de modo que quede colgado del cuello. Me apresuro hasta la estación de camuflaje y cojo un recipiente con zumo de bayas rojas color rojo sangre que me va a ser de mucha utilidad y otro de zumo de bayas negro.

La tela de ropa del maniquí resulta ser un buen lienzo donde cuidadosamente pinto con el dedo, ocultando las palabras de la vista de los Vigilantes. Le dibujo una barba y pelo. Cuando considero que ya está listo, me aparto rápidamente ansiosa de ver la reacción en sus rostros.

El efecto en los Vigilantes es inmediato y muy satisfactorio, para mí. Varios sueltan gritos y otros dejan caer sus copas de vino al leer las palabras que he escrito. SENECA CRANE, el nombre del antiguo Vigilante jefe de los juegos en los que participé el año pasado. Veo a otras dos personas apunto de desmayarse y la apariencia de shock está en todos los rostros por igual.

Puedo ver que ahora Plutarch me presta atención

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Puedo ver que ahora Plutarch me presta atención. Se me queda mirando fijamente mientras el zumo que sale del vaso que está estrujando corre por sus dedos.

Plutarch: - Ya puede retirarse señorita Smith. – Dice con voz autoritaria.

Hago una reverencia en modo de despedida y me giro con una sonrisa de satisfacción en mi rostro. Me percato de que aún llevo el recipiente en las manos por lo que no puedo resistirme a lanzar el recipiente sobre mi hombro. Escucho como el contenido da de lleno en el muñeco mientras el sonido de más vasos de vino rompiéndose y de exclamaciones llena el ambiente.

Salgo de la sala y me subo en el ascensor con una sensación de gran satisfacción. Sé que lo que he hecho ha sido muy precipitado y que sin duda lo pagaré bastante caro, pero me permito saborear el intenso sentimiento de euforia que me recorre.

Me apresuro por la planta en busca de Haymitch para contarle inmediatamente lo que he hecho en mi sesión, pero para mi gran decepción no le encuentro.

Me dirijo entonces a mi habitación, para contárselo a Peeta y de paso, preguntarle qué es lo que ha hecho él. Al entrar... 

En llamas (Peeta Mellark y Tu )Where stories live. Discover now