El misterio de un cerezo

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[Normal]

I.

Sasuke se replanteó la idea sobre formar parte de la fila empedernida de la pastelería, donde únicamente al entrar todas las mujeres comenzaron a cuchichear* sobre lo bien parecido que era y lo adorable que se veía ante la elección de un pastel, o simplemente abortar la misión e irse directo al trabajo y pensar en un regalo con menos esfuerzo y humillación.

—"E-Esto es tan bochornoso..." —pensó para sí mismo mirando con cautela a su izquierda, donde un par de señoras le sonreían con cariño y picardía.

Un pastel; una forma tan arcaica de pedir disculpas. No era como que los Aoyama se vieran como un par de hermanos a los que les fascinaran las cosas dulces. Simplemente un desconocido impulso lo llevó ahí.

Me gustan las cosas dulces, ¿Qué hay de ti, Sasuke-kun?

—Las detesto —contestó inconscientemente. 

Tuvieron que transcurrir un par de segundos para que se diera cuenta de que había respondido a una pregunta de la cual no sabía su origen. Miró a ambos lados, parpadeando repetidas ocasiones, en donde alcanzaba a observar a las mujeres seguir hablando de él seguramente. La voz en su cabeza había sonado femenina y demasiado joven como para pertenecer a una de ellas. Sacudió la cabeza, seguramente el chocolate amargo que Itachi le había ofrecido en la mañana se le había subido al cerebro.

Estaba indeciso. A Itachi le fascinaría estar ahí, pensó, viendo toda la variedad de pasteles, roscas, panecillos y mil cosas que seguramente su hermano mayor examinaría con su delicadeza. 

Pensó en ella también, en la hermana de su jefe y en la manera en que podría descubrir que tipo de cosas le gustaría con solo recordar su físico. Por alguna razón su instinto lo llevó a pensar que un pastel sería un regalo vistoso y viable. Siendo una chica debería encantarle, además de que había sido puesta a prueba en el momento que había aceptado el poco sano y dulce chocolate amargo de Itachi.  

Pastel de moras o pastel de fresas. Estaba ahí, siendo la comidilla de la clientela y las dependientas, de pie frente al aparador de pasteles con una mueca de indecisión nunca antes vista. Era casi como ir de compras al almacén, o incluso peor. 

¿Pastel? ¿Qué tipo de pastel crees que va conmigo? *risas* Es muy sencillo, Sasuke-kun.

—Mmm, ¿cerezas?... —Ni uno ni otro; y con la mirada ausente respondió a la voz en su cabeza, asintiendo como si fuera obvio. Cuando su vista se aclaró nuevamente, se dio cuenta que efectivamente, su elección lo había llevado a pagar aquel pastel y ahora estaba afuera de la tienda con una bolsa de plástico con el logotipo de la pastelería, un conejito con un sombrerito de chef— "¿S-Soy idiota?"

Estaba comenzando a creer que el mismo cansancio le estaba afectando las neuronas. Ahora hasta oía vocecillas.

Resignado, dejó de recriminarse, encaminándose a la mansión Aoyama. Al llegar tragó grueso, rezó, algo no muy usual en él, y pidió a todos los dioses existentes que si al menos ese sería su último día con empleo, deseaba entregar el pastel en disculpa y salir vivo de ahí antes de que un cubierto se le enterrara en el cuello o en alguna parte sensible de su cuerpo.

Sin embargo nada de lo que esperaba ocurrió. Se sorprendió mucho ante las sonrisas dedicadas a él desde el momento en el que puso un pie en la casa.

Primero estaba ese hombre, el de cabello platinado que, debajo de esa mascarilla de tela strech* podía suponer que estaba sonriéndole. Luego estaba la chica de piel apiñonada, Amaru, quien parecía no desbordar tanta felicidad como el resto; pero era consciente de que el asentimiento de su cabeza al verlo era una clara aceptación a que estuviese nuevamente ahí. Y por último estaba la rubia, quien le sonreía cálidamente guiándolo por los pasillos exteriores, debajo de esa pérgola que, debido a los rayos intensos del sol de ese día, creaban sombras encima del piso de duelas.

Permite sanar tu corazón [SasuSaku]Where stories live. Discover now