Capítulo 4

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Había fallado y su clan... sería quien lo pague.

No lo había logrado, y ahora debía abstenerse a las consecuencias. Yumi arrastraba los pies con pesar hacia el interior de la guarida. Sus pensamientos estaban lejos de aquel sombrío lugar, de los pasadizos arenosos y el olor a tierra. Su mente paseaba en esos momentos por una pequeña villa, rodeada de montañas y escondida entre la vegetación, en donde las casas eran pequeñas y los niños entrenaban desde muy temprana edad... Un lugar regido por un tirano que ponía en peligro la vida de los más jóvenes cada vez que los exponía a luchar entre ellos hasta caer inconscientes.

Mordiéndose el labio inferior, intentó por todos los medios no llorar, no mostrar debilidad frente a los tres pares de ojos que la miraban. Pero no pudo evitarlo... porque no había podido hacer nada. Le había fallado a Sorato, a su padre, su madre y a todo su clan. No sabía qué hacer. Se sentía desconsolada, vacía e inútil.

Apretó los puños irritada por su comportamiento y debilidad, por no haber podido vencer a ese hombre mutante con apariencia de reptil. Por haber dejado que el albino la detenga de escapar. Por... El chico Uchiha la estudiaba con aquella frialdad que helaba hasta la más cálida de las fogatas que de niña solía disfrutar a escondidas, provocando en ella cierta alerta. No, él era inocente de su actual estado, su falta de habilidades era la única culpable. Levantó una vez más la mirada, encontrándose con los orbes negros que optaron por apartarse apenas chocaron con los suyos.

«Una vida es una vida», le había dicho cientos de veces su papá y por ello, no se arrepentía de haber salvado a Sasuke. Con disimulo, limpió la nueva gota salada que resbalaba por su barbilla y tomó su decisión. Quizá no podría hacerse cargo del clan como alguna vez su progenitor deseó, pero podía liberarlo. ¡Sí, de eso no cabían dudas! Salvaría a más de uno, al precio que fuese; incluso si eso significaba cargar con el peso de la muerte el resto de sus días.

―Y-yo...

Tres cabezas se giraron en su dirección, poniéndola más nerviosa. Muy tarde se había dado cuenta que no sabía cuál era la salida, y que prácticamente se hallaba en mitad de un laberinto de túneles que la dejaban como única alternativa hablar con respeto y exponer de forma amable sus deseos, a pesar que cierta parte de sí le decía que huyera y no mirara atrás.

―Quiero despedirme, Orochimaru-sa... sama.

Los desagradables ojos que habían visto morir a más de un inocente, la observó con curiosidad enfermiza.

―¿Despedirte? Temo que no será posible.

Todos los miembros de su cuerpo se tensaron al comprender que sin el permiso de Orochimaru no podría dar un paso fuera. Sus opciones se habían acabado, solo le quedaba rogar hasta que acepte, ya que las amenazas no surtirían efecto con el poco chakra que le quedaba, las náuseas que volvieron a invadirle y las heridas que ardían a lo largo de sus extremidades. No podía rendirse ahora, no después de las horas sin descanso a las cuales había sido sometida desde pequeña. Una Hikari no se rendiría tan fácilmente, y mucho menos si salvar a su familia estaba en juego.

Sorato... La sonrisa de su alegre hermanita menor inundó sus memorias cargadas de cansancio. Y fue eso, lo que le sirvió de agarre. Debía librar a las almas sin culpa de las garras de un clan tan crudo como era el suyo ahora, necesitaba que los niños tengan la infancia y adolescencia que ella ni los de su generación habían gozado debido a las constantes amenazas por parte de otros clanes, del miedo a los líderes que los explotaban y a las absurdas promesas de comenzar guerras contra las grandes aldeas.

La paz que alguna vez había caracterizado a su clan se había ido. Pero ella, se encargaría de traerla a su hogar y dejarla allí para siempre.

―Si Orochimaru-sama no me da permiso...

Kimi ga suki | Tú me gustasWo Geschichten leben. Entdecke jetzt