✿ Capítulo 26 ✿

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Margarita

Me encontraba sentada a duras penas en una de las sillas de mi comedor. Napoleón estaba echado a mi lado. Me había lamido el pie izquierdo, provocándome un gran dolor, seguro creyendo que con eso me curaría mi luxación. Me preguntaba qué pasaría por su cerebro. Lo más probable era que creyera que, con ese simple gesto, yo volvería a caminar. ¡Qué tierno y fiel era mi querido perro!

Volvió a levantarse del piso en otro afán de lamerme el pie. Tuve que impedírselo. No quería que me provocara, sin querer, otro dolor como antes.

—No —le ordené mientras me agachaba para apartar con mi mano su hocico de mi pie.

Soltó un leve gemido. De nuevo insistió.

—¡Que no!

¡Qué terco era!

Mi teléfono sonó. ¡Mi corazón comenzó a latir de la emoción! Estaba segura de que era Luis para hacerme saber que ya estaba aquí. En efecto, era así.

—¿Es usted Margarita Luque? —Lo escuché decir a través del teléfono con un tono de voz muy formal.

—Luis, qué bueno que ya est...

—Señorita, no me ha contestado a mi pregunta.

—¿Cómo? —pregunté, sorprendida.

—Le pregunté si usted es Margarita Luque.

¿Me estaba preguntando por mi nombre? ¿A qué estaba jugando? Bien, supuse que, como siempre, quería sorprenderme con sus clásicas bromas y piques conmigo. ¡No había cambiado para nada! Así que, le seguí la corriente.

—No, no soy Margarita Luque. Me llamo Fulgencia Eufrosina Austragilda Efracia —contesté tratando de contenerme la risa.

Mencioné los primeros nombres ridículos que se me vinieron a la mente. De solo pensar que de verdad pudiera existir alguna pobre mujer que tuviera esos nombres tan absurdos —aunque, ¿quién sabe? Había de todo en esta viña del Señor— sentí pena de aquella.

Soltó una risotada al otro lado de la línea. Seguro que le hizo mucha gracia mi improvisación. Ay, Dios, ¡cómo extrañaba oírlo reírse así!

—Bien, señorita Fulgencia Eufrosina Austragilda Efracia. Soy don Pantuflo Anacleto de Rocavalle y Fuengirola.

¡Ahora era yo la que no podía aguantar la risa! Solté una carcajada ante el nombre tan ridículo que dijo, a pesar de que el dolor de mi pie me seguía dando guerra por los hincones que me provocaba.

—Me encuentro aquí, en la puerta de su departamento, señorita. Recibí hace media hora su llamado de S.O.S. Y me pregunto, ¿cómo puedo hacer para rescatarla? —habló con una voz muy grave, algo muy común en él cuando quería imitar a algún actor de televisión.

—¡Cierto!

La emoción de alegría que sentí dio paso a la realidad.

¿Cómo haría para abrirle la puerta? Tendría que arrastrarme con mucha dificultad o saltar como una coja hasta ella. Si apenas me había sentado a la silla al lado de mi teléfono, ahora tenía que bregar de nuevo para hacerlo entrar al edificio y luego a mi casa. No quería esforzarme doblemente para ello, así que opté por una salida.

—Espérame un rato, Luis. Ahora te vuelvo a llamar, ¿está bien?

—¿Cómo?

—Confía en mí —alegué—. Pero, antes de cortar, quiero decirte que estoy muy feliz de que estés aquí...

Sentí que las emociones estaban traicionándome otra vez. La ola de sentimientos tristes por echarlo de menos y por mi dolor físico quería vencerme de nuevo, pero me contuve. No era momento para llorar.

Decídete, Margarita [Saga Margarita 1] ✓ - [GRATIS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora