✿ Capítulo 14 ✿

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Margarita

Al escuchar las palabras de Luis me quedé estupefacta.

‹‹Está esperando un hijo mío››.

‹‹Está esperando un hijo mío››.

‹‹Está esperando un hijo mío››.

Rápidamente, me libré de su abrazo y me quedé observando el vacío. No sabía cómo reaccionar. ¿Qué decir ante la noticia que acababa de caerme como un balde de agua fría? ¡Dios santo!

Debieron de pasar pocos segundos hasta que sentí que las lágrimas estaban cayendo de nuevo por mis mejillas. El frío de la noche, que entraba a través de la ventana entreabierta del conductor, golpeó muy fuerte sobre mi piel, enfriando el líquido que corría por mi rostro. Sentí que Luis enjuagaba mis lágrimas con sus manos, lo cual me sacó de mi estado de estupor.

—¡Tonto! ¡Tonto!

Comencé a chillar y a insultarlo. Aparté muy rápido su mano de mi mejilla. Empecé a darle pequeños golpes en el pecho, como respuesta a todo el daño y la rabia que estaba sintiendo por él.

—¿Por qué me haces esto? ¿POR QUÉ?

No estaba en mis cabales. Estaba herida, decepcionada y, sobre todo, ¡traicionada!

Si todo lo que me había contado era cierto, él tenía un deber que cumplir con Diana. Un hijo era un lazo que unía a una persona a otra para toda la vida, y yo ahí ya no tenía nada que hacer...

Me habían inculcado que un matrimonio era para toda la vida. En mi caso me había costado mucho tomar la decisión de divorciarme de César, ya que me era muy difícil ir en contra de las enseñanzas católicas de mi familia. Y cuando la había tomado, había sido objeto de reproches por parte de mis padres y de varios conocidos.

Siempre había pensado que un niño debía crecer al lado de sus padres. En mi caso, al no tener ningún hijo con César, esto me ayudó mucho en no declinar en mi decisión de divorciarme.

Él y yo habíamos planificado tener hijos hacía dos años atrás. No obstante, esto nunca se concretó por mucho que lo intentáramos durante bastante tiempo. En un momento determinado, le planteé que, ante nuestros esfuerzos infructuosos, decidiéramos visitar a un especialista, pero se negó rotundamente. Machista como era, decía que no estaba dispuesto a someterse a pruebas invasivas que solo dañarían su pudor; en tal caso, que yo sola me sometiera a aquellas y que, lo más probable, era que la culpa de nuestra falta de concepción fuera solo mía. Ese tipo de actitudes de su parte era una de las tantas que hicieron que me desencantara de él, y que el amor que sentía por mi aún esposo fuera desapareciendo de a poco.

Demás no está decir que no me sometí a alguna prueba de fertilidad. Si César no estaba dispuesto a hacérselas, yo tampoco me las haría; aparte de que, estos exámenes médicos no eran baratos y mi seguro médico no los cubría. No quería correr sola con dichos gastos, ya que era algo que nos implicaba a los dos, no solo a mí.

Pero, para dicha época, la actitud de César hacia mí cambió de forma radical: llegaba muy tarde a casa, se justificaba con que había ido a reuniones sociales del trabajo y demás excusas baratas —descubriendo más tarde que la causa de aquellas eran sus infidelidades— y nuestra vida sexual se había vuelto un cero a la izquierda.

Al saber que me era desleal con otras mujeres, a mí me daba hasta cierto temor el tener intimidad con César. No sabía si usaba protección con aquellas, así que procuraba, en lo posible, de no tener sexo con él. ¿Quién sabría lo que podría contagiarme?

De aquella manera, nuestras intenciones iniciales de tener hijos nunca se vieron concretadas, y mejor para mí y mi vida futura sin él. Ya luego, cuando se fue de la casa, me hice varias pruebas médicas. Quitando que tuve una infección vaginal, que después me traté, todo estaba correcto en mí. Él no me había contagiado de nada, ¡felizmente!

Decídete, Margarita [Saga Margarita 1] ✓ - [GRATIS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora