✿ Capítulo 24 ✿

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Luis

—Oye, huevón, ¡despierta!

Las palabras de Pablo junto con el pedazo de papel enrollado que me había lanzado a la cara, me habían sacado levemente de mi ensimismamiento. Ambos nos encontrábamos en la cafetería de la universidad junto a otro grupo de amigos, charlando de todo y de nada.

No había prestado atención de lo que ellos estaban conversando. Creo que planificaban una fiesta o algo. Estaba tan perdido en mis pensamientos respecto a Margarita, que nada de lo que ocurría a mi alrededor me importaba.

Brother, ¿estás aquí? ¿O tengo que mandar un cohete a la luna para que te traigan? —Escuché que dijo Ariel.

Desde la última charla que tuve con ella había pasado varios días sin que tuviésemos comunicación. Creí que después de irme enojado de su casa me detendría en el ascensor de su edificio para decirme que cambiaría de parecer, pero nada. Esperé en vano a que me llamara ese sábado o al día siguiente. Y así pasamos varios días distanciados el uno del otro, los cuales se me hicieron eternos, como si hubiera pasado cien años para mí.

¿Tanto le importaba a ella el qué dirían los demás sobre nosotros para mantenerse varios días alejada de mí?

Tan acostumbrado había estado en verla a diario, que no pasar siquiera un día a su lado se me hacía insoportable. Todo lo que yo hacía durante estos días era simplemente por inercia, el bañarme, el comer, el venir a la universidad, asistir a clases y estar con mis compañeros; sin nada más que me motivase, hacían que la rutina me fuese insufrible. ¡Me encontraba muerto en vida!

—Oye, choche, creo que Lucho está con la gripe. ¡Seguro tiene fiebre! ¿No ves cómo sus mejillas se pusieron rosadas cuando Pablo le lanzó el papel?

En más de una ocasión intenté llamar a Margarita desde mi celular, pero más pudo mi orgullo. No obstante, creo que diez u once veces acudí a un locutorio cerca de la universidad, llamado Manchitas, para comunicarme con ella, ya que cuando se llamaba de esos lugares no salía identificado el número emisor. Cuando me contestaba, yo colgaba de inmediato.

¡Me comportaba como un niño haciendo esas tonterías! Y yo que me las quería dar de hombre maduro antes... ¡Era solo un estúpido!

Pero, desde la última vez en que la dueña del locutorio me observó con mal gesto y me atendió de mala gana (‹‹¿Para eso vienes aquí? A jugar y a hacerme perderme el tiempo nomás, ¡tonto!››.), ya que siempre entraba a su negocio sin consumir nada (por una llamada de menos de cinco segundos, como siempre era en mi caso, no te cobraban), no regresé nunca más a ese lugar. Y ahora me encontraba desesperado, porque no escuchar la voz de ella diciéndome ‹‹Hola›› diariamente, era como si algo faltara en mi vida... ¿Mi vida? ¡Mi vida era una pura mierda!

—Quizá está con la regla y ni nos ha avisado. Por eso está así, con cara de baboso y ni nos hace caso. Oye, Chino, ¿seguro que no tienes pastillas de esas, que siempre usas tú para los dolores menstruales?

—Ay, sí. La chinita siempre está con sus dolores de Pepe Rojas.

—¡Calla, imbécil!

Si no fuera porque la última broma de mis amigos sí fue escuchada por mí —ya que era una de las payasadas que inventé y siempre era recurrente en nuestro grupo— no hubiera sonreído y soltado una carcajada. Mi cúmulo de pensamientos y emociones tristes por Margarita había sido gratamente interrumpido. Y todo gracias a mis amigos. ¡Bien!

—Sabía que volverías en ti si le tomaba el pelo al Chino con tu broma, choche —dijo Pablo mirándome con complicidad y sonriéndome.

Le devolví la mirada y solté una mueca. ¡Qué buen amigo era este huevón!

Decídete, Margarita [Saga Margarita 1] ✓ - [GRATIS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora