Capítulo 44

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Miré el sobre durante cinco minutos. Como si cogerlo me fuera a quemar o algo por el estilo. Pero ya había decidido que no quería volver a saber nada de él. Nunca. 

Aún así lo cogí, pero no lo leí, solo lo dejé en el bolsillo de la cazadora de cuero. No sabía si querría leerlo en algún momento, pero desde luego, ahora no. 

Salí de su casa para no volver nunca. 

Recorrí algunos callejones, pero ahora iba más segura con pistola y todo. También ayudaba que había luz y la oscuridad no bañaba las calles desiertas. 

Llegué a mi coche, aparcado perfectamente en una calle principal cerca del banco. Arranqué, ya sabía cual iba a ser mi destino y aún me quedaba casi una hora de viaje. 

Al curso de tiro. 

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Me costó encontrarle, era pequeña y no le recordaba muy bien. Pero bueno en cuanto puse el GPS en el móvil todo fue mejor. 

Me encontraba en medio de la nada. Eran como almacenes, había gente, no me malinterpretéis, pero todo como trabajadores. Se parecía esto a un polígono industrial. 

De pequeña la idea de tener una pistola en mis manos me maravillaba, me sentía poderosa, y me alegré de mi regalo. Tanto, que no me  fijé en que esto era una especie de polígono perdido de la mano de Dios. 

Aparqué mi Audi cerca de un almacén de artilugios de pesca. ¿Quién viene aquí a comprar eso? Parecían ventas al por mayor. Cerca había otro almacén, pero este ponía clases de boxeo. 

Mi cara era de sorpresa por cada cosa que me encontraba. Era un lugar, cuanto menos, extraño. 

Y entonces lo vi. Cursos de tiro. Tenían propaganda. Dentro se practicaba la puntería en una pistola normal, fuera había tiro al plato... Y más opciones que me cansé de leer. 

Estaba nerviosa. Por cada paso que daba, más agarrotada me sentía. Comprobé al menos diez veces que llevaba la pistola. Ya era malo que no tuviese el móvil, como para encima no tener armas... No sabía lo que me iba a encontrar. 

Me paré en la puerta y de repente un señor la abrió y apareció en mi campo de visión. 

Tendría unos cuarenta y tantos. Era alto, estaba musculoso para su edad. Sus ojos azules me escaneaban detalladamente. Se pararon demasiado en mis piernas, pero no le di más importancia de la que tenía. 

- Te esperábamos - comentó con una voz muy masculina. 

- ¿A mí? - pregunté atónita. 

- Brooke Davis Stone - hizo comillas en mi último apellido y supe que sabía cosas sobre mi madre. 

Asentí no muy convencida, pero entré. 

Era tal y como lo recordaba. Blanco, muy blanco y muy espacioso. Tenía una mesa en la zona central donde mi madre le dio a una mujer no sé qué papeles. Ahora había un hombre vestido de negro, que daba un poco de respeto. 

- Pasemos a mi despacho Señorita Davis - se rió por lo bajo y yo no lo entendí. 

Después de recorrer los pasillos. Izquierda, izquierda, derecha y al final del todo. Nos situamos en frente de la puerta y me la abrió. Pasé yo primero obteniendo así una vista detallada del despacho. Tenía una gran mesa negra, con papeles y un ordenador fijo. La silla también era negra y de cuero. Estaba girada, solo podía ver el respaldo y un apoya brazos. En él alguien apoyaba su brazo. Me giré y el señor ya había pasado e incluso había cerrado la puerta. 

Te enseñaré a tenerme miedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora