Capítulo 29: "Rescate"

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LIZBETH:

El gorila que cuida la puerta sacó a la ardilla mutante peluda que lo mordió, sus ojos daban escalofríos, jamás veré a las ardillas de la misma manera.

Pasaron supongo que horas y Edrick no aparecía, Johana llegaría en cualquier momento y eso no era bueno. La muy maldita me tuvo un día muriendo de hambre y sed solo porque intenté escapar. Es una perra malparida sin sentimientos.

Como si la invocara con el pensamiento, la puerta se abrió y una muy molesta Johana entró. Me encogí en mi lugar en el incómodo colchón inflable.

—Ese imbécil cobarde huyó y estoy segura que tratará de ayudarte para que no quede algo más en su sucia conciencia —masculló con los dientes apretados. Me miró con esos ojos que me hacían estremecer, se acercó a mí y me jaloneó a la entrada. No podía hacer o decirle algo porque el gorila estaba en la puerta con los brazos cruzados y la verdad me hacía sentir muy intimidada.

— ¿A dónde vamos? —pregunté con la esperanza de distraerla y Edrick llegara con la ayuda, quería confiar en él, era mi única opción.

—Lejos de aquí, antes de que tu noviecito llegue, porque sé perfectamente que Edrick no irá a la policía, también saldría perjudicado —contestó sin dejar de caminar, mi estómago se revolvió al pensar en Jakov.

La luz del sol me cegó por unos instantes, respiré una gran bocanada de aire puro y me paré en seco al ver el lugar. Resultó que estaba en una cabaña que está en medio del bosque, un lago apareció a mi vista pero no era cualquier lago, se veía profundo y yo me moría de miedo. Johana me miró furiosa.

— ¡Camina, estúpida! —gritó, alterada. Yo negué enérgicamente con la cabeza.

—N-no —susurré, el tipo se alejó a donde lo esperaba el otro gorila que se veía un poco golpeado, dejándome con Johana. Ella me golpeó en la cara, me tambaleé por la falta de fuerza y traté de recomponerme.

— ¡Harás lo que yo diga! —farfulló, jalandome del cabello. En eso se oyó un grito del tipo entre los árboles.

— ¡Están aquí! —mi corazón se detuvo unos segundos, luego miré a Johana que parecía asustada.

—No quiero ir a la cárcel, no quiero ir a la cárcel —murmuraba una y otra vez.

Reaccioné, ya no había porqué preocuparme del gorila, aprovechando que estaba distraída tomé su cabello rubio teñido y la tiré al piso. Ella gritó y pataleó, haciéndome caer, rodamos en el lodo entre tirones de cabello, rasguños y hasta uno que otro puñetazo de mi parte.

Ella se levantó, yo la seguí, miré a mis costados y me asusté, quedamos al borde del lago, en mi descuido, Johana me tomó de los hombros para empujarme al agua.

— ¡No saldrás viva de aquí! —gritó antes de lanzarme, alcancé a llevarla conmigo, se oyó el sonido de nuestros cuerpos al caer y yo aguanté la respiración lo más que pude.

Moví mis brazos tratando de salir a la superficie pero Johana me jaló de los pies al fondo, se acercó a mí y puso sus manos alrededor de mi cuello en un intento de ahorcarme. Alcancé a levantar mi pierna y con toda la fuerza que me quedaba la golpeé en el estómago.

Pequeñas burbujitas salieron de su boca en señal de la pérdida de aire y su espalda impactó con la pared de piedras detrás de ella.

El agua se tornó roja y supuse que se había golpeado la cabeza. Ya no pude contener más la respiración y el agua empezó a entrar en mis pulmones, quemándolos por dentro.

Pronto mis párpados cedieron y me consumió la oscuridad.

De nuevo.

*****

JAKOV:

Edrick nos dijo que Johana tenía a Lizbeth en una cabaña en el centro del bosque, mis padres insistían en llamar a la policía pero yo le prometí al idiota que no metería a la policía en esto a cambio del paradero de mi chica. Daniel se unió a nosotros y a pesar de los constantes reproches de mi madre, salimos en su búsqueda.

Íbamos en mi coche en un silencio tenso hasta que Daniel lo rompió.

— ¿Crees que estén armados? —preguntó serio.

—No lo están —afirmó Edrick—. Son unos tipos arrogantes que creen que es suficiente con su fuerza.

— Pues viendo cómo te dejaron, puedo comprender su arrogancia —resopló Daniel. Lo miré de reojo y fruncía el ceño pensando.

—Sólo les diré que no será fácil pasar por ellos —suspiró el idiota. Apreté las manos en el volante y aceleré.

—La sacaremos de ahí —mascullé con los dientes apretados, mirando fijamente la carretera. Una mano se posó en mi hombro y supe que era Daniel.

—Tranquilo, hermano, por supuesto que la sacaremos de ahí, una psicópata como Johana no se saldrá con la suya.

Asentí sin mirarlo, nunca había odiado tanto a una persona como odiaba a esa rubia, me arrebató lo que más amo en esta vida solo por una estupidez.

—Es ahí —dijo Edrick, señalando una entrada escondida entre los árboles. Me detuve, escondiendo el auto y bajamos en silencio—. Síganme.

Lo seguimos por un camino invisible entre troncos y ramas, después de unos minutos que se me hicieron eternos, divisamos la cabaña. Nos escondimos entre los árboles.

— ¿Y ahora qué? —susurró Daniel.

—Debemos averiguar dónde están los guardias —murmuró Edrick. Una rama crujió a nuestras espaldas, volteamos sobresaltados para encontrarnos con dos tipos como de un metro ochenta con cuerpos anchos cruzados de brazos en una posición intimidante.

— ¿Nos buscaban? —preguntó el tipo golpeado, quien miraba a Edrick con una mirada asesina.

— ¡Están aquí! —gritó el otro sobre su hombro.

Mientras el otro atacaba a Edrick, comenzaron a pelear y a Daniel y a mí nos tocó enfrentarnos al más grande. Seguimos entre puñetazos y patadas por unos minutos hasta que se escuchó agua a lo lejos. Me alejé del tipo al que Daniel golpeaba con sus puños sangrando. Él estaba en mucha mejor condición que yo. Mi nariz también sangraba, me sentía mareado pero la adrenalina me mantenía en pie.

— ¡Ve a buscarla! —gritó Daniel sin mirarme. Salí corriendo en dirección a la cabaña, al entrar a ésta, no había nadie, sólo un colchón inflable y una silla metálica con cuerdas.

¡¿Dónde demonios están?!

Luego recordé el sonido del agua, se había escuchado como si alguien se lanzara. ¡No no no! Lizbeth no sabía nadar.

Me moví desesperado, corriendo hacia el lago, saqué mis zapatos y camisa, tomé una bocanada de aire y me lancé al agua. Enseguida distinguí su cabello oscuro y me espanté al ver el agua de un color rojo sangre. A lo lejos, vi la cabeza rubia de Johana pero no tenía tiempo para ella, agarré a mi chica por la cintura y nos impulsé a la superficie.

Salí, tomando aire y nadé a la orilla, la recosté en el suelo y chequé su pulso.
Sus latidos eran lentos, mi corazón se latió desbocado y las lágrimas se acumularon en mis ojos.

Sus labios estaban morados, sus ojos cerrados y estaba golpeada.

Esto no podía estar pasando.










































Corazón de piedraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora