Julie Dash - Coleccionando sonrisas

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Era mi segundo día lejos de casa.

Todavía el cielo tronaba, y no había dejado de llover. Lo vuelos seguían cancelados. Los canales de televisión invitaron a los habitantes a mantenerse en casa por aviso de tormenta. Por lo que tampoco Andrea pudo irse. Su torneo era en dos semanas y ese día amanecimos con una mala noticia al menos para ella. Una crisis existencial inundó la sala de estar cuando la pareja de dobles de la pelirroja anunció su lesión. No iba a poder competir. Andrea colgó el teléfono y le insistió una y otra vez a Ksenya. Diciéndole que era su única alternativa. Le imploró de muchas maneras y Ksenya seguía gritándole a la pantalla del video juego, y aparentando varios botones en simultáneo, hasta que le dijo:

—No puedo hacer nada por ti.

—Sí hay algo que puedes hacer y es competir conmigo.

—¿Y por qué haría eso? —preguntó la rusa mirándola con suficiencia, antes de volver a concentrar en el juego, como una niña con los dos pies en el mueble saltando y gritando que mataría a quien sea con quien jugara.

—Porque hemos entrenado mucho, y nos compenetramos bien en la cancha. ¡Porque podemos ganar!

—No estoy compitiendo, solo te entreno para que dejes de dar lástima y por fin puedas ganar. Pero no te confundas, solo es misericordia. Yo no juego dobles.

—Con ella lo hiciste... y te fue bien.

—La única mujer que estuvo a mi nivel —fue todo lo que dijo antes de concentrarse en gritar y gritar mientras aniquilaba a disparos a alguien en el videojuego—. ¿Quieres jugar, Dash? ¿O vas a ser una inútil todo el día hasta que los niños salgan de la clase de música?

—No sé jugar.

—¡Muérete! Muérete —gritó y luego empezó a decir cosas en ruso y soltó el control. Había ganado.

Se tiró en el mueble que era gigantesco, con una cara de victoria, de que amaba ganar, y sobre todo: de que en ocasiones como esa podía parecer una niña grande.

Andrea seguía allí, pero lejos de molestarse con Ksenya, se sentó cerca de ella y comenzó a peinarla. Sí. Con un peine acariciando el cabello de la persona que acababa de tratarla mal.

¿La sorpresa? Ksenya se dejaba hacer. No la apartó. Al parecer, le gustaba su presencia.

Me quedé mirándolas, mientras que Andrea le dijo algunas cosas en el oído. Su clara intención era que yo no escuchara y aunque lo intenté, preferí irme. Me llevé a dolores fuera de la sala de estar para que me ayudara a preparar todo para la clase de natación de los niños. Su primera clase.

—Tengo una idea con Bastian —dije hacia dolores una vez abandonamos la sala y les dimos la privacidad que requerían.

—Sí, pero antes de que me diga esa brillante idea, yo quiero decirle algo.  ¿Por qué no me dijiste que tenías la semilla?

—¿Cuál semilla, Dolores? —quise saber.

—¡La del chisme, niña! La del chisme. ¿O cree que no me di cuenta que estaba afilando su oído para escuchar lo que le decía la señorita guapa a mi jefa? A mí no me engaña. Tiene la semilla.

La escuché reír y no pude evitar recordar a Paula. Era idéntica, pero de la tercera edad.

—Yo no estaba escuchando.

—El primer síntoma es la negación, pero es su día de suerte. Yo puedo contarle. Andrea busca cualquier excusa, cualquierita para acercársele y hablarle en el oído. Ella está buscando que le den su revolcada. Y mi patrona no es de hierro, yo creo que en el fondo falta  poco para que escuchemos gritos en la noche. Yo soy de mente abierta. ¿Usted también es de ese bando? Porque tengo una sobrina que la hará sufrir menos que Ksenya. Además, Andrea lleva mucho tiempo intentando hacerla feliz. Aunque...

El capricho de amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora