Y, por si el clima no fuera suficiente para convencerla de que Cancún era mejor opción que Harvard, allí estaba él. Sin duda, mejoraba las vistas.

Observó, por encima de la montura de sus gafas de sol, cómo Levi se acercaba a ella: los reflejos rubios de su cabello y la arena blanca contrastaban con su piel dorada por el sol, y más que un médico parecía un auténtico modelo profesional, uno de esos que volvían locas a adolescentes y adultas. Valerie estuvo a punto de ahogar un chillido cuando Levi se pasó una mano por el pelo, peinándoselo hacia atrás.

Con uno de sus característicos gruñidos -que no eran nada congruentes con su cuerpo atlético-, el rubio se sentó en la toalla, justo al lado de la psicóloga. 

Levi se limitó a cerrar los ojos para disfrutar de la calidez del sol. Alguna que otra gota de agua rebelde se resbalaba aún por su pecho, donde descansaba una fina cadena plateada. Valerie aprovechó que su mirada estaba oculta por el cristal de las gafas para observarle sin descaro. Siempre había sido una chica con suerte -y contactos- pero, sin duda, con Levi le había tocado la lotería. 

Habían continuado su estudio y contaban con los fondos suficientes como para contratar a ayudantes para la investigación, aligerando así la carga que soportaban. Salían a cenar juntos de vez en cuando. Iban a algún que otro partido de baloncesto con la esperanza de recrear el escándalo de la Kiss Cam. Hablaban. Follaban. Se despertaban en la casa del otro y se hacían un café con toda la naturalidad del mundo. Levi arregló el grifo de la cocina de Valerie. Ella aprendió a cortar en brunoise. Todo iba bien con él. Tan, tan bien, que ni siquiera el miedo de cagarla y perderle había vuelto a atormentar a Valerie.

Lo único malo de su relación era que la psicóloga había desarrollado alergia a los gatos. 

Levi le presentó a un alergólogo casi al instante y ella pudo seguir disfrutando de la compañía de los tres mininos. 

—Sé que me estás mirando, Valerie. —bufó el rubio. A sus mejillas quemadas por el sol se sumó un leve sonrojo. 

—Es que pareces una chica Bond. —comentó ella con una sonrisa juguetona tirándole de las comisuras. —Sexy, atemporal, elegante... Solo te falta un buen bikini.

Levi se tomó la libertad de soltar una carcajada suave. —Y andar en tacones, supongo. 

—Podemos trabajar en ello. Ah, acabo de leer tu email. Así que soy tus motivos personales, ¿eh?

El cardiólogo se inclinó hacia Valerie y la besó, como si aquella fuera la única forma de poder borrar la sonrisa socarrona que curvaba sus labios. A pesar de ser un beso corto, ella pudo notar el cariño que desprendía y pudo saborear el salitre que se había quedado sobre la piel de Levi.

—Sí. —dijo él, conciso y sin avergonzarse de la respuesta. 

El primer email que envió para excusarse de un día de trabajo por ''motivos personales'' se debió, curiosamente, a ella. Valerie se había quedado estancada en uno de los aeropuertos de Nueva York, y Levi, resignado y preocupado a partes iguales, decidió subirse a su coche y conducir durante tres horas y media para poder rescatarla. Nadie cuestionó sus escasas palabras; por eso, cuando le preguntó a Valerie si quería celebrar su primer aniversario en Cancún, optó por utilizar la misma estrategia. 

Al fin y al cabo, llevaba un año saliendo con ella, así que le pareció lícito considerarla su principal motivo personal. 

Valerie volvió a dedicarle una sonrisa burlesca. —Mmh, ¿por encima de Snow, Salem y Ginger?

A matter of heartWhere stories live. Discover now