treinta

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Los días pasaron con más pena que gloria: Levi recuperó su coche pero también su mal humor, y Valerie comenzaba a sentirse cada vez más nostálgica. Echaba de menos la Gran Manzana y, teniendo en cuenta que era la víspera de Acción de Gracias, a su familia. Una simple llamada por teléfono no arregló las cosas -de hecho, las empeoró- y a Valerie no le quedó otra que quedarse en su sofá, envuelta en una manta y con el portátil sobre el regazo, registrando las sesiones que había llevado a cabo con los pacientes del estudio. 

Su cena, como de costumbre, consistió en algo de comida a domicilio y en una copa de vino que le sentó algo mal. Nada de estofado, nada de una cena especial hecha por su madre. Decidió que lo mejor era irse a dormir lo antes posible, así que limpió los cubiertos que había utilizado y se marchó a la cama.

A pesar de haberse prometido a sí misma que no volvería a caer en los viejos trucos de buscar validación masculina, la melancolía y la soledad le hicieron abrir Tinder mientras se hundía en el mullido colchón de su habitación. Las sábanas envolvieron a Valerie y ella, en la semioscuridad de su cuarto y con su pijama de franela, comenzó a deslizar hacia la derecha, esperando que alguno de sus match fuera, al menos, mayor de veintiún años. 

La noche comenzó a cerrarse y Valerie aún no encontraba el sueño. Había iniciado un par de conversaciones con un par de chicos lo suficientemente divertidos como para despertar su interés. Con expresión seria y sin un ápice de emoción en el rostro, Valerie fue capaz de conducir las conversaciones hacia donde ella quería, sin dificultad alguna. Lo más probable era que, después de aquello y del ''nos veremos pronto'' que envió a ambos, la psicóloga no diera señales de vida. Ya le habían entretenido lo suficiente. Sabía de sobra que no era algo honesto y estaba intentando trabajar en ello, pero ¿qué era una psicóloga sin problemas?

El reloj marcó la medianoche y el teléfono de Valerie empezó a quedarse sin batería. Ella, resignada, estiró el brazo para buscar el cargador del móvil, normalmente situado sobre la mesilla de noche, pero no lo encontró. De no haber sido por las conversaciones en Tinder y por haber dejado el cargador en la sala de estar, Valerie se hubiera asustado mucho más al oír los golpes y gritos en la puerta de su apartamento.

Vivía en una calle céntrica, ruidosa, en un edificio viejo donde las paredes eran de papel; se había acostumbrado a los sonidos de tal forma que ignoró las sirenas que sonaron justo debajo de su apartamento. Y también ignoró el irritante y metálico sonido de la alarma de incendios. 

—¡Bomberos! ¿¡Hay alguien dentro!?

Valerie abrió la puerta con el cargador de su teléfono en la mano. Se encontró con dos hombres altos, pertrechados con bombonas de oxígeno y cascos rígidos de color amarillo. No era muy difícil comprender que había sucedido algo grave. Valerie echó un vistazo rápido por el pasillo y vio a otros dos hombres comprobar si había gente dentro de las viviendas.

—¿Qué ha pasado? —logró preguntar, entre angustiada y aún algo suspicaz. Si aquello era un robo, le parecía demasiado elaborado. Era más costoso conseguir el equipamiento y las placas del cuerpo de bomberos de Boston que encontrar algo de valor en casa de la psicóloga. 

—Un incendio en las plantas de abajo, señorita. —le informó uno de los hombres, el que parecía más mayor— Debe desalojar su vivienda; derrumbe y, además, no es seguro quedarse aquí mientras el incendio esté activo. 

—Oh. —musitó Valerie. 

—Dese prisa. —urgió el bombero. —Tiene un par de minuto para llevarse lo necesario. 

Valerie apenas tuvo tiempo para ir corriendo a por su móvil y a por una mochila que llenó con algo de ropa interior y las primeras prendas que encontró. Correteó por su habitación y se llevó un par de álbumes -por si acaso-, su CD más preciado -un disco firmado por nada más y nada menos que Justin Bieber-, su pasaporte y unos cuantos ficheros de pacientes. Se colgó la mochila a un hombro. Al otro, se colgó el bolso con el que iba a trabajar. Guardó su portátil dentro, se aseguró de que su cartera y llaves estaban ahí y agarró su abrigo favorito. Se calzó y salió junto al bombero justo cuando este ya empezaba a bramar sandeces. El hombre acompañó a Valerie hasta la calle, donde el resto de vecinos miraban con desconsuelo cómo las llamas engullían los dos primeros pisos del edificio. 

A matter of heartDonde viven las historias. Descúbrelo ahora