cuarenta y tres

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Levi estuvo a punto de amordazar a su mejor amiga. Ni siquiera tapando la boca a María fue capaz de silenciar sus chillidos, sinónimo de la emoción y curiosidad que le producía el encuentro entre el Doctor Braun y Berkowitz. Ansiosa por preguntar cómo había ido, la neuropediatra se deshizo del agarre asfixiante de Levi. Sus ojos marrones brillaban con emoción, esa emoción que espantaba al rubio. Sabía que no iba a poder irse de allí sin responder todas las preguntas que le planteara, fueran íntimas o no. Con un suspiro, Levi se dejó caer en la silla de oficina y se tapó la cara con las manos. María se sentó en una de las sillas destinadas para los pacientes, inclinándose hacia el escritorio y clavando su mirada en un abochornado Levi.

—Dios, ¿he llegado cuando las cosas estaban candentes?

—María, ¿por qué te interesa? —bufó, alzando la vista lo suficiente como para ver a su amiga. 

—¡Es interés científico! ¿Qué quieres que le haga? ¡Es un gaje del oficio! —se defendió ella, llevándose una mano al pecho y actuando ofendida. —Por tu pinta, tu cara llena de pintalabios y demás... Voy a suponer que estabais a punto.

—No. —Levi fue rápido en contestar, resolviendo las dudas a María de manera inconsciente. 

—¿Y... cómo ha sido? ¿Besa bien?

Levi volvió a mirar a su amiga. —¿Lo dices en serio...? —analizó su rostro y supo que sí, que lo decía sin un solo atisbo de ironía. El médico volvió a suspirar. —Mi turno ha acabado hace casi dos horas. Tendría que ir a cambiarme.

Sabía que aquello -que no era más que la verdad- no iba a ser suficiente excusa para dejar de hablar de lo sucedido. Además, no iba a ser capaz de transmitir en palabras lo que sentía. Se levantó de la silla y se quitó la bata, dispuesto a guardarla en el armario metálico de la consulta. María también se levantó y se posicionó a su lado, apoyada en armario, mirándole con altas expectativas.

—¿Tanto te gusta? —le preguntó —Te has lanzado mucho antes de lo que esperaba. ¿Te gusta tanto tantísimo como para besarla así?

Otra vez, suspiró. Levi sacó una de las perchas del armario y colgó la bata, dejándola justo al lado de la de Valerie. Tardó unos cuantos segundos en buscar una respuesta adecuada, que tradujera bien sus caóticos pensamientos. —No sé. —fue lo único que logró decir. La lucidez volvió a él y, de forma algo apresurada, dijo: —además, ha sido ella la que se ha lanzado.

María ahogó el enésimo grito del día. —¿¡En serio!?

Levi asintió. —Sí. Yo solo la he besado porque...

—¿¡Ella quería que la besaras!? — completó, gritando— ¡Levi! —golpeó a su amigo en el hombro— ¡Eso significa que tú le gustas a ella!

A lo largo de su carrera, Levi había visto cosas difíciles de creer y entender, pero era la primera vez que algo en su cabeza le decía que aquello era imposible porque era demasiado incongruente, aunque las acciones de Valerie dijeran lo contrario. Sí, ella era la que se había acercado primero. Ella era la que le había dicho que le parecía mono, la que había iniciado el contacto, la que había aceptado su beso. Levi frunció los labios un instante, dubitativo. ¿Era su inexperiencia social o había algo detrás de las acciones de Valerie?

—¿Segura?

—¿¡Eres tonto!? —exclamó María. —¡Os acabáis de dar el lote en la consulta de un hospital, Levi! ¿Cómo no le vas a gustar? ¡Mírate! ¡Si te ha comido la cara entera! —sacó su teléfono del bolsillo trasero de su pantalón verde botella y obligó a Levi a verse reflejado en la cámara frontal. Sus labios estaban enrojecidos por culpa del carmín de Valerie. — ¡Le gustas! ¡Os gustáis! —aseguró. —Y si os gustáis, ¡pues liaros!

A matter of heartWhere stories live. Discover now