treinta y cuatro

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Ni siquiera la estridente y repetitiva alarma de su teléfono móvil fue capaz de despertar al Doctor Braun, que dormía bañado por los primeros rayos de sol de la mañana. Molesto por el ruido, fue el grande pero ágil gato blanco el que se subió a la cama de un salto. Snow demandó a su dueño que apagara la alarma dándole golpes con su pata. Levi, conocido por ser el que siempre daba las órdenes, el inexorable Doctor, obedecía tan solo a sus gatos. Quién lo diría.

El rubio paró la alarma por fin y se reincorporó en la cama con un gruñido. Snow se colocó rápidamente sobre el regazo de Levi, que no tuvo más remedio que acariciar a su gato. Una curiosa forma de dar los buenos días. 

Tras pasar por el baño, arrastró los pies hasta la cocina. Snow y Salem le siguieron de cerca, pero el gato negro terminó adelantándose y colocándose al lado de su cuenco. Al fin y al cabo, Levi llevaba años siguiendo la misma rutina junto a sus gatos: no podía pasar ni un solo minuto de las seis y cuarto sin que los felinos tuvieran su pienso servido. Levi se acuclilló para echar la comida en los tres cuencos metálicos y se dio cuenta de que faltaba el pequeño de los tres mininos. Alzó la vista para echar un vistazo hacia la sala de estar; Ginger solía quedarse cerca de la ventana, en el rascador, pero no estaba allí. El médico estiró las rodillas y, extrañado, caminó hacia el enorme ventanal.

Se giró al no encontrar a Ginger y fue entonces cuando se dio cuenta de que Valerie no dormía sola: el gato atigrado se había quedado dormido cerca del pecho de la psicóloga, cómodo, y ella se había acurrucado en una esquina del sofá. Levi se quedó observando un instante la escena. Valerie dormía con el ceño levemente fruncido, como si no estuviera teniendo un sueño del todo plácido o como si los rayos de sol comenzaran a molestarla. El gato, por otro lado, parecía haber encontrado el lugar perfecto para echarse una siesta. Levi estuvo a punto de sentarse en el sofá y reclinarse contra Valerie para comprobar si Ginger estaba en lo cierto.

Aquel pensamiento se desvaneció de la mente de Levi tal y como había llegado: rápido y sin dejar mella. Se cruzó de brazos y decidió mantener las distancias en lugar de seguir su primer plan, que era recuperar a Ginger cogiéndolo en brazos.

—Valerie. —dijo, con un volumen más bien intermedio pero tono algo grave. —Despierta.

La joven psicóloga abrió los ojos despacio en cuanto escuchó la voz del cardiólogo, demostrando que su sueño era más bien ligero. Inspiró por la nariz y soltó el aire mientras estiraba las piernas. 

—¿Qué hora es? —preguntó, llevándose las manos a la cara para proteger sus ojos del sol e intentando distinguir mejor la sombra que se situaba justo delante del ventanal. 

—Las siete. Levanta.

Valerie estaba dispuesta a obedecer, pero el gato que había dormido a su lado durante toda la noche le impidió incorporarse y destaparse. Sonrió, enternecida, y volvió a alzar la vista para mirar a Levi. 

—¿Puedes quitarme a Ginger de encima? No quiero que se despierte...

Resignado y preguntándose por qué no lo había hecho antes, se acercó a Valerie y agarró al gato atigrado con delicadeza, intentando no asustarle. Se pegó a Ginger al pecho, acunándolo como si fuera un bebé humano, y vio cómo Valerie abandonaba el sofá. Aunque en un principio iba a decirle que podía quedarse como el día anterior, cambió de idea al ver que era ella misma quien empezaba a recoger sus cosas. Levi dejó al gato en su pequeño nido, dentro del rascador en escalera situado cerca de la ventana, y arrastró los pies hasta la cocina para hacer algo de café.

—Imagino que hoy también trabajas, ¿no? —le oyó decir a la psicóloga mientras doblaba las mantas y las dejaba sobre el sofá. Ante el silencio sepulcral de Levi, Valerie sofocó una carcajada y agachó la cabeza. —No eres muy mañanero, por lo que veo. —sacudió las mantas recién dobladas— Yo vuelvo a casa, por fin.

A matter of heartWhere stories live. Discover now