setenta y tres

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Alles gut, Sir. 

Brauche ich sonst nichts?

Nein. Passen Sie in diesen Tagen auf sich; es ist kalt.

Con una última sonrisa recta y cordial, Levi se despidió del hombre de pelo blanco y aire afable que acababa de llegar a su nueva consulta. En realidad, él no se refería a aquel lugar como su consulta, a pesar de que llevaba trabajando allí cerca de un mes; seguía siendo la consulta de su padre. De hecho, algunos pacientes, sobre todo aquellos que tenían una media de edad de setenta y tres años, se sorprendían cuando, al entrar, no veían al Doctor Braun que conocían, sino a un joven extrañamente parecido a él, solo que más joven, atlético y con más pelo en la cabeza. 

Con un largo suspiro, miró el cuadrante que contenía los pacientes que debía atender durante la mañana. Solo quedaba uno. Frunció el ceño al ver el nombre. Le resultó familiar, pero luego supuso que era una simple coincidencia. Lo único que tuvo claro es que no se trataba de un nombre alemán. Tragó saliva antes de levantarse de su asiento. Con una mano escondida en el bolsillo de su bata blanca, abrió la puerta y se asomó a la sala de espera, iluminada por la pálida luz natural de la gris Alemania. 

—¿Margaret Berkowitz? —preguntó al aire, con un acento que gritaba Boston en lugar de Múnich. Vio como una mujer de cabello ondulado y caoba agarraba su mochila y se acercaba a la puerta. Él volvió a ocupar su lugar tras el escritorio mientras la mujer, quizá un poco más mayor que él, entraba a la sala. 

Guten Morgen, Doktor. —le saludó. Su acento también la delató; claramente, el alemán no era un idioma que hablara a menudo. Cerró la puerta tras ella.

Levi hizo un gesto con la mano. —Siéntese.

—Oh, ¿habla...?

—Por su nombre he supuesto que no es de aquí. —admitió. Sin pensarlo mucho, fue al grano: —Cuénteme. ¿Cuál es el motivo de su consulta...?

A primera vista, no se parecía en nada a ella, pero, conforme escuchaba y observaba a la tal Margaret, se dio cuenta en que sí compartían algunos rasgos familiares, como su nariz ligeramente respingona, algunos lunares en sus mejillas y, sobre todo, sus ojos verdes. Los de aquella mujer no estaban tan llenos de determinación y malicia como los de ella; su mirada estaba algo más apagada y parecía, ante todo, amable. 

La mujer suspiró con algo de alivio cuando Levi se puso a escribir en el ordenador tras decirle que todo se solucionaría con un simple cambio de medicación. Clicó en el botón de 'imprimir' y tendió el papel recién tintado a la mujer.

—Gracias. —le dijo, con voz suave. —Pensaba que no iba a ser posible venir al médico antes de volar a Estados Unidos. La verdad es que no tenía ganas de ir allí; ya sabe, por la factura...

Levi sofocó una risa. —¿Lleva mucho tiempo viviendo aquí? —le preguntó, con cierta curiosidad. A juzgar por su vestimenta, que se alejaba del típico athleisure estadounidense, Margaret llevaba alejada de su país natal unos cuantos años.

—¿En Europa? Seis años. Y es la mejor decisión que he tomado nunca. —se sinceró. —Gracias a Dios, voy a Estados Unidos solo por una temporada.

—Mmh, no es la mejor época, pero al menos huirá del temible otoño centroeuropeo. Si por casualidad va a Boston, en el centro Hillfrigdes podrán administrarle la medicación sin cargos adicionales al presentar esta receta.

La mujer volvió a sonreír. —Muy amable, ¡gracias! pero vuelo a California. Mi hermana está allí y, la verdad, es a la única que aguanto de mi familia. Es profesora en la universidad- oh, perdón, perdón. Estoy malgastando su tiempo. Gracias, Doctor Braun. —se levantó de la silla echándose la mochila que llevaba al hombro. Agachó la cabeza en un gesto de agradecimiento. Se marchó justo después de que Levi levantara la mano en sinónimo de despedida.

A matter of heartDonde viven las historias. Descúbrelo ahora