cuarenta y cuatro

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Pronto, justo cuando notó que Valerie aceptaba su beso, Levi dejó de apoyarse en la puerta y, con una mano, sostuvo el cuerpo de la chica, rodeando su cintura. Ella fue quien se encargó de colocar la mano libre de Levi cerca de su cuello, entre su hombro y clavícula, en un intento de guiar al médico. Sin duda, aquel beso no fue tan torpe y espontáneo como el del hospital, pero seguía siendo igualmente simple, como el de un novato. Valerie supuso que Levi había estado premeditando el beso toda la mañana. Al final, se vio en la obligación de guiarle. Consiguió frenar el ritmo apresurado del beso colocando sus manos en la mandíbula de Levi, empujando su rostro hacia atrás con sutileza. 

Con el tiempo, Valerie fue capaz de hacer que el beso fueran varios, más cortos, más húmedos, con más pausas para respirar. Era como si, por fin, un Levi sediento hubiera bebido el suficiente agua. Pudo alejarse de él escasos centímetros para comprobar que, en efecto, él tenía la intención de seguir besándola. Cedió, dejando que Levi pegara aún más sus cuerpos, sintiendo su respiración rápida contra su pecho.

Valerie tomó de nuevo el rostro de Levi entre sus manos. Le observó: su mirada aún seguía sus labios, buscando un nuevo indicio que le indicara que podía continuar con su tarea, y no fue hasta pasados unos segundos cuando sus ojos ocre decidieron mirar a los de Valerie. 

—No eres tan tímido como esperaba. —le dijo, susurrando, haciendo que el rubio esbozara una sonrisa de lo más efímera. —¿Tienes algo que decirme o solo me has hecho venir para esto?

Levi se humedeció los labios por última vez, despacio, como si ya estuviera echando de menos la sensación de cosquilleo de tener los de Valerie muy cerca. Dejó de sujetar el cuerpo de la psicóloga y se separó, carraspeando. —No, eso es todo.

Caminó hacia el escritorio y retomó su asiento frente al ordenador. Frunció el ceño, extrañado, al ver que Valerie se había quedado en la puerta, inmóvil, puede que indecisa. Vio cómo se alisaba la tela de la falda y, sin decir nada, se acercó a la gigantesca mesa.

Era cierto que Valerie no se esperaba una charla de lo más profundo con Levi, y mucho menos un ''me gustas'', una confesión explícita que le hiciera confirmar que su plan iba por buen camino... pero había descubierto que aquel momento era idóneo para marcar los límites que no quería sobrepasar. Sabía de sobra que el orgullo de Levi no le iba a dejar confesarse así, de la nada, y su más que evidente atracción por ella le iba a hacer aprovecharse de su posición; en el fondo, él seguía siendo el Doctor Braun, y Valerie era la novata. Era la excusa perfecta para poder besarla sin tener que dar explicaciones y, sobre todo, sin tener que comprometerse a ser algo más que compañeros y coautores de un prometedor proyecto.

Valerie rodeó el escritorio y se quedó justo en el hueco que había entre la mesa y el cuerpo de Levi, que permaneció sentado. La psicóloga se apoyó en la madera del escritorio. Él alzó la vista y Valerie reconoció el anhelo en ella. Colocó su mano debajo de la barbilla de Levi, obligándole a mantener la cabeza alta y los ojos sobre los suyos.

—Sé que te mueres por besarme, pero no puedes hacerlo en cualquier sitio.

Encandilado, casi hipnotizado por ver a Valerie desde un ángulo nuevo, con la luz del ventanal reflejándose en sus ojos verdes y sus largas pestañas cayendo hacia abajo, Levi solo pudo musitar: —¿Eh?

—No puedes pedirme que venga aquí para que me beses, o en el hospital, o en cualquier sitio que esté relacionado con la universidad. Hay mil ojos por todas partes, Levi, y pueden vernos. —le explicó.

Al médico le costó concentrarse en las palabras de Valerie. Cuando por fin lo consiguió, se alejó, se cruzó de brazos y tomó aquel porte soberbio, desafiante. Valerie posó su mano en la madera del escritorio, algo decepcionada. Mucho había durado el Levi aparentemente dócil que había estado, en el sentido literal, sobre la palma de su mano.

A matter of heartOnde histórias criam vida. Descubra agora