cuarenta y siete

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Para cualquier ciudadano de a pie, las zonas más lúgubres y aterradoras del hospital serían la morgue, los pasillos del ala de Psiquiatría... todos aquellos lugares que fueran sinónimo de oscuridad y espíritus en el imaginario colectivo. Sin embargo, para Levi, lo más terrorífico era el pasillo de pediatría y neonatología: a pesar de los coloridos murales de las paredes, el aire le resultaba mucho más pesado, más triste. Levi comprendía que cualquier hospitalización era dura, pero cuando se trataba de niños o bebés con toda la vida por delante, creía que era mucho peor. Con un desgarrador y agudo llanto de fondo, Levi recorrió el pasillo acristalado de la zona de neonatos hasta llegar al control de enfermería. Apoyó los brazos en el mostrador, llamando la atención de dos enfermeras jóvenes que, como todo sanitario pediátrico que se preciara, llevaban accesorios de dibujos animados. 

—¿Está Eckford por aquí? 

Una de las dos chicas asintió. —Está con un ingreso. —respondió, girándose en su silla y señalando la diminuta área de descanso de los médicos y enfermeras de la planta, invitándole a pasar. —Puede esperar en la sala...

Justo antes de que Levi declinara la proposición, María apareció en mitad del pasillo, vistiendo su larga bata llena de parches, un pijama quirúrgico y sus zuecos de varios colores. Sonrió al ver a Levi y tendió la libreta que llevaba consigo al hombre que la acompañaba, un enfermero del que se despidió con un par de palmadas en el hombro. Con sus pendientes tintineando, María se acercó a su amigo. 

—¿Una guardia aburrida? —le preguntó, socarrona, echando un vistazo a su reloj. Ya había pasado la medianoche. —Yo tengo un par de niños nuevos. Ya que estás aquí, ¿les puedes echar un vistazo? Tenemos un prematuro que tiene fibrilac-

Levi negó enérgicamente con la cabeza. —No, no es mi campo. —le cortó. Fue una forma sutil de decirle ''cualquier cosa antes que un recién nacido del tamaño de mi meñique''. —Prefiero ir a por café.

María, soltando un suspiro resignado, miró a las dos enfermeras y se encogió de hombros. —Qué se le va a hacer... Vuelvo enseguida. —se disculpó. Empujó a Levi hacia la salida del pasillo de maternidad y pediatría, apremiándole para que su pausa para el café fuera lo más corta posible. 

Decidieron bajar las escaleras en lugar de tomar el ascensor. La de gafas no tardó ni dos segundos en aclararse la garganta y en dedicar una mirada algo maliciosa a Levi, que enseguida giró la cabeza. 

—¿Y cómo te va con Berkowitz?

Ahí estaba la pregunta que había estado evitando. Levi tomó aire y lo expulsó por la boca en una exhalación corta. Sabía que no iba a poder escapar de la curiosidad de María, de las consecutivas preguntas -que irían siendo cada vez más personales- y de su afán por querer saber todos los detalles, desde cuál era el perfume que utilizaba Valerie hasta cómo habían sido todos sus besos. El médico guardó silencio unos largos segundos, intentando ganar tiempo para encontrar una respuesta adecuada. Fue entonces cuando las dudas asaltaron su mente: ¿pretendía solo acostarse con ella? ¿las cosas iban bien, regular o mal? ¿le atraía, le gustaba o simplemente estaba aprovechándose de la situación?

María soltó una risotada y señaló a su mejor amigo con el índice. —¡Quien calla otorga! 

—¿Qué narices he otorgado? —masculló él. 

—Pues que las cosas van bien, tonto. —volvieron a cruzar una mirada y Levi se arrepintió al instante porque María alzó las cejas varias veces con aire juguetón. —¿Habéis...?

Levi, que no solía captar la información implícita a la primera, hizo una mueca y volvió a suspirar. —No. —contestó, frío, puede que con una pizca de indignación. —No tengo tiempo. Además, ¿tanto te importa?

A matter of heartWhere stories live. Discover now