cuarenta y ocho

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Valerie condujo a Levi hasta una esquina del local, hacia el final de la barra, donde una mesa alta parecía esperarles. Soltó la mano del médico para quitarse la bufanda, el bolso y el abrigo. Se sentó en uno de los taburetes y sonrió con amabilidad mientras un camarero les tendía una carta. Observó a Levi de forma fugaz, mientras él tomaba asiento. Seguía sin creerse del todo que su plan estuviera saliendo bien, incluso mejor de lo que esperaba. Le notaba algo inquieto, quizá porque tenía miedo a que el buscapersonas sonara en cualquier momento... o quizá porque el ambiente ruidoso y la mirada incisiva de Valerie eran demasiado para él. Para romper el hielo, la psicóloga optó por soltar otro cumplido. Se inclinó ligeramente hacia Levi.

—Oh, hueles genial. 

El rubio, mientras leía la interminable carta, solo pudo enarcar las cejas y soltar una especie de carcajada irónica. —¿Los psicólogos también olisqueáis a la gente o...? ¿Te parece que huelo a trastorno generalizado de ansiedad? 

Valerie no había calculado aquella respuesta. En el fondo, le hizo gracia. —Vaya, sí que aprendes rápido, sí. —dijo, refiriéndose a cómo Levi, en cuestión de semanas, había añadido palabras del argot de la psicología y psiquiatría a su vocabulario. —Se nota que siempre has sido un alumno aplicado.

Él se encogió de hombros una vez más y leyó la carta por segunda vez, evitando cruzar su mirada con la de Valerie. Su compañera y cita de aquella noche comenzó a explicarle qué platos debían pedirse. Levi dejó de comprender lo que Valerie le decía; simplemente escuchó su voz melodiosa. Por alguna razón, agradecía que ella fuera bastante más habladora que él. Valerie no parecía tener miedo a rellenar los silencios con sus palabras, por muy vanas que fueran, con el único objetivo de hacer que la situación fuera menos incómoda. 

Al rato, llegó un camarero para tomarles nota. Valerie, sin dar tregua a su voz, se giró hacia el chico, le sonrió y pidió un par de platos. El camarero lo apuntó en una pequeña libreta. —¿Y de beber?

—Yo... un margarita, gracias.

Levi volvió a alzar las cejas. —Pues sí que empiezas fuerte. —comentó, en bajo, casi para el cuello de su camisa blanca. Se giró también hacia el camarero y le tendió la carta para que la recogiera. —Yo una Paulaner.

Valerie pestañeó varias veces ante la pronunciación de aquella palabra que jamás había escuchado. —¿Qué es... eso? 

—Cerveza. —respondió, escueto como de costumbre. Al ver el aire aturdido de Valerie, que parecía estar un poco perdida al escuchar un acento que era de todo menos estadounidense, Levi se rio. 

Ella hizo un esfuerzo enorme por no sacar su teléfono móvil para realizar una búsqueda rápida en internet. A veces, le fastidiaba que Levi fuera una de esas personas académicamente inteligentes, de esas que siempre utilizaban cultismos y palabras en desuso, de las que siempre tenían guardado en la recámara algún dato para rebatir otro, de los que de vez en cuando se reían con soberbia cuando alguien no sabía de lo que estaba hablando. Después, el fugaz enfadó dejó paso a una rápida asociación de ideas -o más bien, de tópicos: acento fuerte, aspecto robusto a la par que atlético, mirada seria, cabello rubio, demasiada puntualidad, apellido extranjero, una extraña conexión con los Alpes

Valerie hincó los codos en la mesa, entrelazó los dedos y posó su barbilla entre ellos. —Oye, Levi. —dijo, cruzando una mirada interrogante con él —¿eres... alemán?

El cardiólogo volvió a reírse. No fue una carcajada sonora, ni mucho menos, pero Valerie la calificó como natural. —¿Ahora te das cuenta? ¿No has leído en mi LinkedIn que he estudiado doce años de mi vida en un colegio de Múnich? 

—Oh, ahora encaja todo. —masculló. —Eres asquerosamente alemán. 

—Y tú asquerosamente neoyorkina. —contraatacó él, viendo la copa decorada con sal que justo llegaba a la mesa. Él dio un trago largo a la cerveza que le acababan de servir.

A matter of heartWhere stories live. Discover now