|treinta y tres|

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Cole observó al rubio sentado en el sillón de la habitación. Su mirada estaba en las pequeñas que estaban dentro de la incubadora tranquilamente. Sus signos vitales estaban estables y su temperatura corporal estaba perfecta, sin embargo, River las miraba tan fijamente como si temiera que dejaran de respirar o como si fueran a desaparecer.

Una pequeña sonrisa se posó en sus labios, observando al gran hombre luciendo tan vulnerable y preocupado. Estaba todo herido, todo vendado, y todo débil, pero parecía luchar por parecer fuerte y capaz. Le dio ternura. River seguía siendo digno de admirar.

—Oye.—Cole se puso de pie lentamente, queriendo salir de la cama.

River desvió la mirada rápidamente y ya estaba a su lado en un abrir y cerrar de ojos.

—No deberías levantarte.—Dijo tratando de hacerle sentar de nuevo.

Cole amplió su sonrisa.

—Debería decirte lo mismo. No soy yo quien tiene una herida en el muslo, en la costilla y en la cabeza.

River negó.

—Lo mío es superficial. Tú tienes una herida importante en el vientre.—River se sentó a su lado.

Cole apoyó su cabeza en su hombro. Se sintió bien. Se sintió seguro. Había extrañado su olor, su calor, su presencia. Era esto lo que había anhelado todas las malditas noches de insomnio y pesadillas.

—Somos padres.—Dijo Cole, observando a sus gemelas.—¿Te lo puedes creer?

River rodeó a Cole, abrazándole.

—No.—Confesó.—Estoy asustado.

Cole soltó una pequeña risa y levantó la cabeza para mirarle a los ojos.

—Vas a ser un padre magnífico.—Él le sonrió con ternura.

—Los dos lo seremos.—Él le dio un beso casto en los labios.—Ahora tenemos nuestra propia familia.

Cole sintió algo bonito en el pecho. No podía creerse que de verdad se había convertido en padre y que tenía una pareja de la cual se sentía bastante enamorado.

Casi se rio de sí mismo. No sabía en qué momento lo había empezado a aceptar pero estaba seguro que el Cole de hacía más de un año se hubiera burlado de él por cómo había acabado.

Cole iba a decir algo pero River de repente se puso tenso y miró hacia la puerta.

—Alguien viene.—Murmuró y se puso de pie.

Cole lo observó dirigirse a las gemelas. Las miró durante unos segundos antes de ir al sillón donde estaba antes y sacar un arma. El pelinegro se sorprendió. ¿En qué momento había metido aquello ahí?

—¡River!—Él le reprendió en voz baja.—¿Por qué tienes una maldita pistola cerca de mis hijas?

River le ignoró y Cole rodó los ojos.

La puerta sonó con leves toques.

—Si alguien nos quisiera matar, no entrarían de esa manera.—Cole caminó hacia las niñas para mirarlas. No se cansaría de hacerlo. Eran una belleza, digan lo que digan. Prematuras o recién nacidas, eran la maravilla más hermosa que Cole podría ver, tocar o crear.

Ellas no se movían mucho, durmiendo delicadamente, pero una tenía un gorrito azul y la otra tenía uno de color amarillo con sus respectivas iniciales bordadas que les hacía lucir demasiado adorables.

—Sí, por confianzas como esa es que no pude estar durante el embarazo y perdí demasiados amigos.—River mordió.

Cole hizo una mueca pero tuvo razón.

Último sentimiento (4)حيث تعيش القصص. اكتشف الآن