Llamó la atención del joven camarero y estuvo a punto de decirle lo típico de ''ponme lo más fuerte que tengas'', como en las películas. Optó por pedirse un margarita con un extra de tequila. Probablemente sería el primero de muchos. Sabía que emborracharse no era la alternativa más segura para despejar su mente -de hecho, era algo que siempre desaconsejaba a sus pacientes-, pero, de cometer una locura, el alcohol sería su excusa perfecta. ¿Que había salido de la cena de gala con un estudiante de la Universidad Estatal de Louisiana del brazo? Sí, era cuestionable, pero estaba borracha. ¿Que había decidido dar un discurso sobre lo mucho que, en realidad, odiaba revisar la bibliografía citada en APA? Nada importante, estaba borracha. ¿Que se le ocurría recorrer las calles del centro de Boston para llegar hasta el hospital central para gritar el nombre de Braun en urgencias y terminar detenida por un delito de daños materiales? Bueno, es que estaba borracha. En su cabecita no sonaba tan mal; además, el licor del tequila que le acababan de servir le supo a gloria, no a malas decisiones.

Mientras charlaba en la barra con un hombre que claramente le estaba mirando al escote, notó cómo su teléfono vibraba dentro de su bolso. Con una sonrisa fingida y alzando el índice para callar a aquel hombre que debía rondar los cuarenta, Valerie sacó el móvil y vio la notificación que se reflejaba en la pantalla.

Era un simple mensaje. Una palabra. Ni siquiera estaba segura de si se trataba de una frase gramaticalmente hablando. Pero fue lo suficiente para que su garganta se cerrara de golpe, para que el aire se quedara atascado en sus pulmones y para que sus manos perdieran la fuerza.

Levi Braun

Sal.

00:34

—¿Estás bien? —le preguntó el hombre, claramente preocupado por el repentino silencio de Valerie y su expresión facial, que casi rozaba el terror. 

Ella tardó unos instantes en contestar. Los músculos de su cara no respondían y sus cuerdas vocales ni siquiera hicieron el esfuerzo de emitir una respuesta corta. Simplemente asintió, bebió de golpe lo poco que le quedaba del margarita y esbozó una sonrisa a modo de disculpa. Agarró su bolso de mano y se marchó de allí con la sensación de mareo acompañándola una vez más, como en el taxi. Sabía de sobra que no era por el tequila. 

Analizó la situación cuando encontró un hueco alejado del resto de asistentes, que charlaban en las mesas o a lo largo de una especie de pista de baile. Valerie inspiró por la nariz despacio mientras sujetaba su teléfono con ambas manos. Hizo amago de escribir un ''creo que te has equivocado'', pero sus dedos temblaban. Expulsó el aire por la boca en un suspiro, cerró los ojos y agitó la cabeza.

—Joder, céntrate. —se dijo a sí misma. —Tú no eres así.

¿O no has querido serlo? murmuró una voz en su cabeza. Decidió ignorarla y, justo cuando estaba dispuesta a contestar el mensaje, recibió una foto.

Era el edificio donde se estaba celebrando el congreso. La foto parecía haberse tomado desde la plaza que se situaba justo delante del centro de eventos. Y parecía actual. 

Valerie volvió a quedarse paralizada unos segundos que le resultaron eternos. Intentó ser lo más lógica posible: ¿y si era una encerrona? Tenía la desventaja de ser una mujer joven viviendo en un ambiente hostil... Pero Levi no era así. ¿Pero si volvía a verle? Corría el riesgo de deshacerse en mil pedazos, y su orgullo no se lo iba a permitir. ¿Y si...?

—A la mierda. —masculló, asiendo su teléfono con fuerza y dirigiéndose a la salida más cercana.

Como siempre decían, en casa del herrero... cuchillo de palo: Valerie era el ejemplo perfecto de cómo jamás se enfrentaba a sus propios sentimientos, a sus propias batallas, y era lo suficientemente hipócrita como para soltarle a sus pacientes que debían hacerlo para no sufrir. Pero, por fin, decidió que era el momento de poner en práctica la teoría que tan bien se sabía.

A matter of heartWhere stories live. Discover now