04 - 🔥SIANA🔥

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Estaba nevando, como casi siempre. A unos metros de distancia de mí, se encontraba el cuerpo tirado de algún esclavo que había aprovechado la noche para escapar de su despiadada dueña. Debía darle mérito por intentarlo. Así era alashiai; de noche uno no debía salir o se arriesgaba a morir congelado. Lo ignoré. Ese cuerpo ayudará a mantener ocupadas las tropas vigías de Impuros. Caminé como pude entre la nieve mientras me alejaba de la capital, vigilando atentamente si nadie me seguía.

Al fin pude divisarla entre tanta blancura. Un montículo de piedras sinuosas que daban a un prcipicio. Cruzar por ahí era complicado, pero para una hija del silencio, entrenada desde pequeña para estas cosas, era solo revivir traumas mientras mantenías el equilibrio. Entré a una cueva, un lugar oculto que me había encargado de hacer que permaneciera oculto.

Habían pasado dos años, creo, ya no llevo la cuenta, pero estaba segura de que estaba pisándole los talones a la maldita que había asesinado a mi madre. No entiendo cómo dejé que pasara tanto tiempo, apenas comiendo y encima cuidando del anciano ese que...

Él estaba en cama, o al menos un intento de cama, sentado en la orilla, como siempre tratando de ponerse en pie.

Le hice unos gestos con movimientos alterados de mis manos.

—¿Qué estás haciendo? —le dije—. Maldito anciano, trata de ser más consiente y no salgas de la cama.

Él decía que no tenía cataratas, así que supuso que vio perfectamente bien mis peticiones. Era feo y arrugado como una pasa de uva. Apenas tenía carne, era como un saco de huesos. Estaba segura que si le daba su cuerpo a un oso, el solo se enfadaría conmigo por la ofensa.

Hizo el gesto de lo siento.

—Llevo mucho tiempo acostado —me dijo en señas.

Lo obligué a sentarse de nuevo en el camastro.

—Cuando te recuperes saldremos —le respondí en señas.

—No pienso volver afuera —me dijo—, no te preocupes. Solo pensaba lavarme un rato mientras no estabas.

—No hace falta —le dije. Lo miré con desdén—. No te huelo.

Fui a por una tabla y la puse sobre una mesita improvisada.

Él me miró confundido y movió las manos temblorosas.

—¿Qué vas a cocinar? —preguntó.

—Asane me enseñó un emparedado de ensalada. —Cada vez que hablaba de ella mis gestos eran suaves y nostálgicos. Detrás del anciano su sombra bailaba por el crepitar de la llama que había tratado de mantener viva, aunque apenas iluminaba el lugar porque era difícil encontrar cosas para quemar.

—¿De nuevo me vas a hablar de ella?

Miré al anciano con fuego en los ojos.

—Sí. Es la única mujer que conozco.

—Entiendo, es que me parece muy raro todo esto.

Corté mi tomate lentamente mientras lo miraba de reojo. No sé cómo el anciano había aprendido el lenguaje de señas, pero encontrarlo fue bueno. Al menos no estaría sola en mi búsqueda. Y esos dos años cuidándolo fueron bastante entretenidos.

—Explícate, anciano —exigí.

—Hablas de Asane esto, Asane aquello y que te arrepientes de dejarla —explicó él con gestos agresivos—, pero sigues aquí cuidando de un anciano con un pie en la tumba, cosa que agradezco, y andas buscando a una mujer que no sabes si existe para una venganza que no vale la pena.

—Sí vale la pena.

—Niña, cuando yo era pequeño ni siquiera conocí a mi madre. Me enseñaron en el orfanato que a los hombres se nos arroja en la nieve para ver si tenemos suerte o morimos. Y si nos quieren, aunque sea un poquito, en el fondo de su corazón femenino, nos donan al ejército.

—Sé cómo funciona el Imperio Alashiano, ¿cuál es tu punto? —Corté las cebollas rápidamente en rodajas y las puse a un lado de la tabla.

—Yo amé una vez a un grupo de otros Impuros como yo, créeme. —En sus ojos pude ver una inmensa melancolía, así que me puse seria—. Y por amar tuve que pagar caro y por intentar vengarme perdí aún más. Tuviste la fortuna de tener un ser que te amara, así como tu madre. Y luego tuviste la oportunidad de tener a Asane y la dejaste ir.

—Asane está viva, mi madre no.

—Por eso mismo debes estar con ella. Eso hubiera querido tu...

—No —le interrumpí con un gesto—. No hables como si la conocieras. —Puse las verduras en el pan aceitado con un poco de sal marina y luego apunté hacia la tabla—. Come.

Le pasé un emparedado y lo tomó en silencio.

—Sea como fuere, la memoria de mi madre no quedará limpia hasta ver la sangre de su ejecutora desparramada en el suelo.

—Comprendo. —El anciano saboreó el emparedado—. Algunas personas toman el camino que les parece correcto. Yo también me equivoqué mucho.

No respondí para poder zanjar la charla.

—Hoy estuviste mucho tiempo afuera —dijo con señas alashianas—. ¿Conseguiste información?

—No, solo sé que Hiala tomó una caravana y un pequeño grupo de Impuros y marchó hacia el centro.

—La guerra parece no acabar. —Agachó la mirada, preocupado.

—Creí que estabas acostumbrado a la guerra.

—Es diferente —afirmó el anciano—. La guerra contra ese reino extranjero que dijiste es quizás igualada, pero en caso de rebeliones es distinto. Los Impuros tenemos todo en contra cuando desafiamos a las que creemos son diosas. Cuando era solo un niño temía mirar a una mujer porque creía que leían la cabeza y que si pensaba en ellas podrían destruir mi mente con solo una mirada.

—Conozco a alguien que podría hacer eso.

—Creí que solo conocías a Asane. —Arqueó una ceja.

—Bueno, ella tenía una especie de guardaespaldas athoní.

—¿Athoní?

—Provenientes de Atho, otro reino extranjero.

—¿También estamos en guerra con ellos?

—No, de hecho, parece que son aliados de los alashianos.

—Me estás confundiendo, niña.

—Entonces no me preguntes sobre política. —Solté un largo bostezo—. Ni siquiera sabes escribir.

—No es culpa mía, es culpa de donde nací.

Fijé mi vista en el fuego de la fogata.

—¿Entonces cuál es tu plan? —preguntó con señas.

—Meterme en el palacio e interrogar a una Hija del Silencio.

—Meterme en el palacio e interrogar a una Hija del Silencio

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ASANE (Ya en físico)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant