25 - 🕯️El rastro y el peligro🕯️

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ATHENA

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ATHENA.

Mi tierra en el Reino de Atho era extraña y tenía animales igual de extraños. De niña había visto caballos gigantes y gordos con un tubo en vez de nariz. Le llamaban "trompa" y medía lo mismo que dos hombres de largo. Esa bestia se había convertido desde entonces en la que más me asustaba, aunque nunca lo confesé. Pero un elefante no podía usar lanzas o hachas.

Ellos sí.

Y nos tenían rodeados. No pude contarlos, pero eran tantos que parecían un ejército. No eran hombres, eran bestias. Su pelaje era diverso. Pelirrojos, de pelo negro o de pelo marrón. Tenían lanzas tribales y esperaban algo.

—¿Qué mierda son? —pregunté, desenvainando mi daga preferida. La de acero mansadiano.

—Son mushais —respondió Eloín. También sostenía su espada, protegiendo a Asane—. Se supone que son una raza pacífica.

La niña los miraba con asombro, ladeando a un lado la cabeza, como si se tratara de algo mágico. No los miraba con miedo como lo haría una niña de su edad.

—¡Hola! —les dijo ella.

Eloín hizo una mueca confundida.

—No parecen querer dialogar —señalé.

Asane estaba cansada por el entrenamiento. Huir era imposible, pues nos rodeaban desde todos los flancos. Aunque tal vez no íbamos a tener posibilidad de salir vivos, debíamos pelear. Pelear por Asane, por todo lo que podría ser algún día. Por lo que representaba.

Yo estaba dispuesta a morir por ella.

—Asane, enciende tu vela —le dije.

—¿Es una prueba? —preguntó ella.

—Ojalá —respondí, seria.

Una de las bestias saltó a atacarla. Me interpuse y lo empujé. Grité para espantarlo, pero no retrocedió. Traté de apuñalarlo, pero su brazo era larguísimo. Agarró mi muñeca y me levantó con facilidad, tirándome luego a un lado.

Rodé en el suelo y me incorporé, pero otro animal saltó sobre mí. Y luego otro. De pronto tenía a tres mushais cerca. Tenían un olor asqueroso que me dio nauseas. Por alguna razón no peleaban a pesar de su ventaja. ¿Tenían miedo?

Eloín peleó con unos cuantos, pero ninguno se encontró con su espada. Eran rápidos y agiles. Lograron tumbarlo pero no lo mataron a pesar de que podían haberlo hecho. Estaban en ventaja numérica.

Uno tomó a la niña y ella gritó. Sin embargo, a pesar de patalear y golpear, no podía liberarse de su captor. Era dos veces más grande y tres veces más fuerte. Saltaron y golpearon sus pechos, vitoreando un extraño cántico. Iban de un lado a otro y luego se la llevaron al bosque.

—¡No! —exclamó Eloín, poniéndose de pie. Pero ya era tarde, todos habían desaparecido.

El bosque se silenció. Eloín parecía choqueado, confundido. No tenía palabras para lo que acababa de ocurrir. Ni yo tampoco.

—Busquémosla mientras podamos —le sugerí, poniendo una mano amiga sobre su hombro. Comprendía su preocupación—. No deben de estar lejos.

Me miró. Sus ojos estaban llenos de ira. Quizá no con las bestias, sino consigo mismo. Había estado tanto tiempo cuidando de ella, trayéndola tan cerca de Ashai y se la llevaron con tanta facilidad. Seguramente se sentía un inútil. Lo sabía porque me sentía igual.

—¿Se la van a comer? —pregunté. Traté de ser lo más delicada, pero no podía pensar en otra posibilidad.

—No te preocupes —respondió con firmeza. Al parecer sabía mucho sobre ellos—. Son animales herbívoros. Comen frutas y plantas.

—Si son tan indefensos, hay que degollarlos a todos —sugerí enervada—. Esta vez no dejaré que esas mierdas peludas se me escapen. Nos..., nos atacaron por sorpresa.

—No hay que precipitarnos —dijo al fin, tratando de ser sensato—. Deben habérsela llevado a su madriguera. Esos son animales territoriales. Aunque no entiendo como aprendieron a usar las armas.

—No saben usarlas —dije con seguridad. Los había estudiado mientras peleábamos—. Créeme, sino ambos ya estaríamos muertos. Seguramente solo usan esas armas precarias para intimidar.

—Tienes razón —expresó encaminándose hacia donde habíamos venido—. Hay que regresar a la caravana y traer a los hasei.

Este hombre siempre era la voz de la paciencia. Habilidad de la que yo carecía.

—¿Vamos a rastrearla? —pregunté.

—Es la única forma.

Cuando llegamos a la caravana, luego de una larga caminata entre las malezas, encontramos a Melina preparando una hoguera para cocinar. Le explicamos todo lo ocurrido con los mushais y su hija, y casi se puso a llorar.

—Iré a buscarla yo misma —dictó la madre, frustrada y llena de miedo—. Denme una espada. Díganme hacia donde se fue.

—Melina —hablé buscando que se calmara—. Déjanos esto a nosotros. No puedes arriesgarte también. Te aseguro que está a salvo. Los mushais no son violentos por lo general, me dijo Eloín.

—¡No quiero saber nada! —Cayó de rodillas, mirando el suelo con los ojos lacrimosos.

Eloín volvió y logró tranquilizarla, luego buscó a los hasei. Lilo estaba lista con una montura sobre ella y ya sabía las órdenes. Su macho fue difícil de despertar, pero con un par de empujones estratégicos, o golpearlo con un pescado en la cara, logramos conseguirlo.

—Tendrás porción doble en la cena —prometió Eloín, acariciando el hocico del animal. Se veía tan tierno que me dieron ganas de golpearlo. Se veía que amaba mucho al animal. Por momentos hasta deseé ser Lilo.

El ave graznó en respuesta y se dejó montar.

Nos metimos al bosque montados en las aves mientras nos guiaban persiguiendo el aroma de Asane. Debíamos llegar antes de que oscureciera.



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ASANE (Ya en físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora