EPILOGO

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Eloín se cubrió el rostro con una mano, tratando de hacer sombra. Había un sol abrumador aquella tarde en el puerto reconstruido. A dos meses del ataque, la ciudad había recuperado una buena parte de su movimiento. Las fuerzas del ministerio imperial habían hecho un buen trabajo rescatando una gran porción del Gran Bazar, aunque los extranjeros que venían a vender sus productos a la capital, en vista de una guerra, comenzaron a regresar a sus naciones con la cola entre las patas.

—¿Me vas a dejar de nuevo? —lloró Melina. Abrazaba a una Asane completamente uniformada y con su nueva insignia de la Primera Orden en el pecho. La melena negra bajaba por su espalda, cada vez más parecida a la que presumía su madre.

—Es solo por un tiempo, madre. —La muchachita no parecía estar incomoda con el abrazo a pesar de que sus nuevos compañeros recién ingresados la estuviesen observando.

—Irás a un lugar peligroso —dijo la madre—. ¿No puedes solo negarte? Hablaremos con Aline y...

—Yo fui quien pidió ir —confesó la hija.

Melina se apartó un instante y arqueó una ceja.

—Pero ellos ocupan las Islas Impropias...

—Hasta que llegue yo a desalojarlos —le dijo—. Esta guerra terminará pronto.

—Eres solo una... —Se detuvo. Melina sabía que a su hija no le gustaba que le dijeran eso.

—Ya no lo soy —terminó Asane, mirando hacia el barco por el que subían Guardias Imperiales y ahumadores por igual—. Soy algo más. Algo que todavía no comprendo, pero que voy a descubrir. No lo descubriré si me quedo aquí escondiéndome toda la vida.

Se apartó de su madre, ella no lo impidió.

—¡Sube ya, Asane! —ordenó Mina, que ya estaba en el barco con su uniforme amarillo. Las velas de la fragata todavía no habían sido levadas.

—¡Un momento, Jefa! —pidió la velablanca y miró a Eloín, que trataba de resistir la tentación de sentarse sobre una pila de barriles que estaban en el muelle.

—Apenas pude verte y ya te vas —dijo el velazul. A su lado estaba Athena y el hasei de plumas rojas.

—Ha estado dos meses en la capital —interrumpió Salasai, quien no iba a acompañar a Asane en ese viaje—, pero tú te la pasas yendo a la extraña casa de ese extraño amigo que tienes. El científico.

—¡Oh, cierto! —recordó Eloín—. Tengo que ir hoy.

Asane lo abrazó con todas sus fuerzas. El calor de esta nueva mujer hacía a Eloín estremecerse, recordando cuando viajaba en una caravana por todo un continente con dos extrañas y una asesina.

—Regresaré con recuerdos —dijo Asane y luego se apartó del velazul con un súbito movimiento.

—Será mejor que subas ya —dijo Salasai. Su maestra ya no era su maestra, pero seguía teniendo grandes responsabilidades con la Primera Orden.

—A sus órdenes, subcomandante —dijo Asane. Iba a marcharse, pero sintió una mano sobre su hombro y se giró. Sonrió al ver la cara seria de la pelirroja athoní. Sus miradas decían más que sus palabras.

—No mueras —masculló Athena—. Yo ya no podré protegerte. Cuida de la daga que te di, es una de mis favoritas: con ella desollé vivo a un estafador. —Miró hacia el barco—. Ya era hora de que te curtieras un poco.

—Lo haré —dijo Asane.

Asane pensó un momento en Siana. Era muy difícil olvidar a alguien por quien sentiste tanto apego, menos si cada vez que la recordaba se imaginaba su figura, recordaba su aroma, veía sus ojos de nuevo. Ni siquiera se había despedido; simplemente la dejó.

ASANE (Ya en físico)Where stories live. Discover now