EPÍLOGO.

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La Emperatriz se había enterado todo sobre la Velablanca y ordenó a sus subordinados celebrar una enorme fiesta por la tarde. En los pasillos del Sagrado Palacio Asane caminaba de la mano con su madre, aún preocupadas.

Los vestidos que llevaban madre e hija eran confeccionados a la medida por costureros reales. Seda de mibe de colores crema con ornamentados diseños dorados y blancos en la espalda y los hombros. Era una exageración. Asane nunca había visto o tocado algo similar a la seda de mibe, fabricada solo para los más ricos de la región. En su estancia por Ashai no había visitado todavía las calles y los famosos mercados interiores, confinada en el palacio y siempre vigilada por Guardias Reales.

—No son Ahumadores —confirmó Asane, decepcionada.

—No, hija —dijo su madre.

Estaban siendo llevadas a sus aposentos.

—Los Ahumadores están en la Torre de la Vela —explicó el guardia mientras las seguía. Era alto y musculoso, y llevaba un corte militar que lo hacía ver muy cuadrado.

La otra guardia no dijo nada. Ambos vestían de gris con el uniforme que los identificaba. Llevaban una daga como insignia dorada en el pecho junto con un glifo en idioma antiguo que los identificaba. Muchos de los Guardias Reales ni siquiera le miraban. Ella no sabía si era por respeto o por miedo, pero a ese parecía no importarle mucho estar con la Velablanca.

Entonces de la esquina de un pasillo aparece Athena. Parecía ansiosa y como buscando algo. Llevaba una canasta en el brazo cubierta por telas de algodón. Habían pasado ya tres días y se había recuperado de las heridas. Los ingenieros le fabricaron una pierna de metal, pero aun así no se acostumbraba y tendía que caminar usando un bastón. Cuando vio a Asane su sonrisa se ensanchó y se acercó a ellas cojeando. El guardia se interpuso pero Melina les ordenó que la dejen pasar.

—Ya despertó —dijo Athena.

A Asane le dio un vuelco el corazón.

—Está vivo —soltó Melina.

—Debemos ir a verlo —dijo Asane.

—No pueden ir a ningún lado —dijo la guardia.

—Es solo un momento —dijo Asane, molesta—. Si quieren pueden seguirnos al Sagrado Sanatorio.

—Solo seguimos órdenes de la Emperatriz Aline —dijo uno de ellos.

—Si nos lo impiden verán lo que es capaz de hacer una Velablanca cuando se enoja —amenazó la niña.

—La niña puede destruir el palacio con solo pestañear —exageró Athena. También estaba al tanto de que todos la temían. O seguramente estaba Componiendo y usando su habilidad de convencimiento.

Los guardias se miraron.

Minutos más tarde llegaron al Sagrado Sanatorio, ubicado solo a dos calles del Sagrado Palacio. Era de las pocas veces que Asane miraba fuera y había un sol maravilloso. Se adentraron y recorrieron un largo pasillo hasta llegar al fin donde Athena las llevaba.

El lugar era enorme y de una fachada antiquísima como el templo que vio en el bosque de los mushais. No había visto tantos sanatorios como para afirmarlo, pero los heridos y enfermos no se veían tan terriblemente mal como en las regiones más lejanas de la capital.

—Es aquí —dijo Athena y abrió la puerta.

En el interior, sobre una cama en un cuarto que parecía una cómoda habitación de ricos; con velas decorando las paredes y las mesas y los escritorios ornamentados, se encontraba Eloín cubierto en mantas.

—Al fin —dijo él—. Creí que me habían olvidado.

—Creí que ibas a morir ¿sabes cuánto aposté? —preguntó Athena. Ella quizá lo visitaba todos los días. La canasta que traía seguramente era prueba de ello.

—¿Con los amigos imaginarios que hiciste mientras yo dormía? —se burló él.

—¿A eso lo llamas dormir? —cuestionó Athena—. Cuando era niña me echaba siestas más largas.

—Ya dense un beso —dijo una voz femenina. Al costado de la cama estaba una chica uniformada de negro y con la insignia del Ejército Imperial en el pecho. Era joven y de pelo oscuro—. Ayer casi te pusiste a llorar creyendo que moriría y te dejaría sola.

Asane no se había dado cuenta de su presencia.

Athena se puso más roja de lo que ya estaba.

—Ella es mi hija —dijo Eloín.

—Por más increíble que parezca —dijo ella.

—Pero si soy muy guapo—dijo él.

—Pareces un vagabundo —alegó ella.

Asane corrió hacia él si se tiró encima como si no pasara nada. Eloín gruñó adolorido, pero la recibió con un abrazo de todas formas. Él había sido atendido por un Velamarilla y una Velaverde a pedido de Asane. Era la única forma de que saliera vivo del incidente.

—Al fin llegamos —dijo Asane, casi al borde de las lágrimas. Su cara pegada al pecho de Eloín.

Él acarició su pelo.

Athena se acercó y dejó la canasta a un costado.

—Ojalá Lilo estuviera viva —lloró Eloín.

—Me dijo que era muy importante —dijo su hija, refiriéndose a Athena. Salasai en verdad era hermosa—. Iba a traerte sus plumas como regalo, pero tu novia me dijo que era algo muy macabro.

—¿Novia? —se sorprendió Eloín.

Melina se echó a reír.

—No digas eso —reclamó Athena.

—Lo supuse por tu forma de verlo —dijo Salasai.

—Hacen una extraña pareja —agregó Asane, poniéndose de pie de nuevo.

—Fui a revisar tu caravana destruida —dijo Athena, avergonzada—. Y encontré esto. —Destapó la canasta y debajo estaba un deslumbrante huevo del tamaño de una cabeza—. Supuse que era de Lilo.

Eloín no evitó llorar. Su cabeza daba vueltas. Su hija estaba viva, Asane también. Todo había salido relativamente bien a pesar de ya no tener a Lilo, a su fiel compañera. Ahí estaba su huevo, el que había tenido con el tonto animalucho Sinnombre.

FIN.


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AL FINNNNNNNN.

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ASANE (Ya en físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora