03 - 🔥ATHENA🔥

23 2 11
                                    

Salté sobre otro tejado en medio del mercado de la Ciudad de los Héroes. Flexioné las rodillas y aterricé al otro lado, sobre una terraza inclinada. Me giré y miré a los dos soldados de la Guardia Imperial que hacían su trabajo persiguiéndome, aunque obviamente no me alcanzarían y volverían a sus puestos decepcionados y con las manos vacías.

—¡Detente ahí, ladrona! —gritaban en un intento desesperado por llamar mi atención, lo que me causaba cierta gracia.

Les regalé una sonrisa y volví la mirada hacia delante. La ciudad se veía magnifica esa calurosa tarde, siempre rodeada de esas enormes montañas. Me pregunté por un momento si me acostumbraría a vivir allí. Recuperé el aliento y me lancé de nuevo a correr para llegar al borde del edificio y tirarme hacia otro un poco más alto.

Tras la persecución, al fin los perdí de vista, así que supuse que ya no era necesario seguir saltando edificios.

Luego de tomar aire, di un brinco y caí al suelo como una pluma sobre una almohada de polvo en medio de la calle. Los transeúntes se habían asustado por casi ser aplastados por una maniática encapuchada y, como ya es normal, recibí insultos en todos los idiomas conocidos.

—Muéranse, sucios paganos —les murmuré, recuperándome de la caída y alisando mi ropa—. Y dense una ducha, por Tó.

—Sabes que ya no es necesario que hagas estas cosas, Athena.

Me giré alertada, aun con la capucha puesta y me encontré sorpresivamente con Eloín. Él vestía despreocupado como siempre, como si se acabara de levantar a pesar de ser mediodía. Ni siquiera lo había escuchado aparecerse. Me sorprende lo sigiloso que podía llegar a ser.

Los últimos dos años habíamos pasado de ser una pareja que vivía en alquileres a una pareja que vivía en una de las ciudades más caras del Imperio Elaní. Todo gracias a esa piedra que habían encontrado en la ciudad de los mushai. Eloín todas las veces que podía contarme la historia, lo volvía a hacer con la misma emoción de la primera vez.

—Tengo que entretenerme de una forma —le contesté.

Él se me quedó mirando y le echó un vistazo a la tela que colgaba de mi cuello como una bufanda. Obviamente tenía razón él, pero no por ser ahora personas de clase alta debemos dejar de divertirnos con cosas que hacíamos cuando éramos jóvenes, como robar.

—Podríamos...

—Mentira —interrumpí.

—Ni siquiera me dejaste terminar lo que te estaba diciendo.

—Da igual, es mentira que podríamos hacer algo juntos porque nunca estás conmigo. ¿Por qué no te casas con ese Espinoso?

Creo que soné algo celosa.

—Rojita...

—No me digas así.

—¿Amor? —Arqueó una ceja.

—No —le dije—. Ya lo hemos practicado.

—Me es difícil de pronunciar el athoní.

Por suerte había aterrizado frente a la mansión que Eloín se había comprado gracias a lo que ganaba con los inventos de Espinoso. Era una casona grandota de varias habitaciones y ventanas por todas partes por dónde meterse. Estábamos bastante expuestos en ese lugar y, al contrario de lo que podrían creer, de cierta manera me sentía insegura adentro.

—Dilo —exigí.

Eloín se puso rojo y la gente de alrededor se estaba dispersando.

—Ma Dhusa —pronunció tímido, con su pobre acento. Hace no mucho le había enseñado a decir mi diosa en athoní.

—Continúa —dije al fin, sonrojada.

—Ya olvidé lo que te iba a decir —dijo luego de un largo bostezo—, y no sé por qué estoy enojado.

—Porque robé una tela del mercado. —Le mostré la bufanda.

—Es preciosa. —La tocó.

—Así es. Es un Safu —recordé—. Una tela tradicional athoní que se usa como cinturón en los vestidos. Tal vez use uno esta noche.

—¿Lo harás por mí? —preguntó con los ojos brillantes, como si fuera un niño emocionado por un regalo. Teníamos una importante cena con el inepto regente del Elanato de Eadees.

—Vamos adentro. —Comencé a caminar hacia la casa.

—Robaste una tela por mí...

—Deja las cursilerías, Eloín, o esta noche será tu verga la que cenará el Regente cuando le sirva la mesa.

—Que específica. ¿Lo estuviste ensayando?

—Tal vez.

Luego de entrar a la mansión, nos recibió Onoi, el sirviente que era un mushai grande y peludo y que apenas hablaba el idioma.

—Nosotros tuyos —le dijo Eloín y fue rápido a la cocina.

Yo me dirigí a la sala principal, ahí donde guardábamos libros a pesar de que nunca leíamos. Sería una casa ideal si tuviera sala de armas, pero Eloín insistía que eso espantaría a los invitados.

Me senté en uno de esos enormes sofás de piel traída de Mansade y coloqué las patas sobre la mesita del centro, decorada por una de esas piedras que habían conseguido extraer debajo de esa supuesta pirámide.

—¡Eloín! —le llamé—. ¡Me estoy muriendo de calor!

El mushai apareció detrás de la entrada de la sala y se posó frente a ella con la mirada perdida. Era raro ver a una de esas criaturas peludas vestir con un frac elegante y fingir que te entienden.

—Vete de aquí, Onoi —le dije.

Él fingió que me entendió y se arrancó el cabello. Se acercó a donde estaba y puso su cabello sobre la mesita.

—No, no, Onoi. No pedí tu pelo.

Se volvió a arrancar el pelo.

—No, no. —Miré por todos lados—. ¡Eloín!

—¡Ya voy! —lo escuché decir. Estaba arriba.

Miré al simio.

—Tráeme agua, Onoi —le dije.

—Ague —repitió—. Ague traer.

Le señalé la cocina y se fue hacia allá. Me sentí aliviada.

 Me sentí aliviada

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
ASANE (Ya en físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora