«Asane debe huir de un peligroso grupo de mercenarios que quiere convertir sus habilidades en un arma de destrucción»...
En un mundo fantástico, una niña de 13 años despierta un poder que todos consideraban un mito. Debe huir a Ashai, donde los Ahum...
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ELOÍN
Nos habíamos metido en un gran lío. Y yo no es que no esté acostumbrado, pero en esa ocasión estaba con Espinoso y salir de una situación así, cuidando de alguien más, era lo difícil. Estábamos rodeados de millares, invadiendo territorio de mushai y sin ningún tipo de armas.
—¡Matar hombres! —ladró el mushai pelirrojo.
Me puse frente a mi amigo para protegerlo instintivamente de los monos con lanzas.
—Lleva el cetro —susurró Espinoso.
—No es momento para hablar —respondí.
Analicé la situación y no había manera de enfrentarme a ellos con los puños. ¿Qué no eran aliados de Asane? ¿Qué no me había llamado Progenitor? ¿Era así como trataban a una figura religiosa? Bueno, no era cierto, pero todavía era un invitado de Umun.
Claro, está muerto. Fue traicionado.
Volví a echarle un vistazo al cadáver, que no se había movido. El poderoso Umun, Señor de las Lanzas, Gran Mushai de los mushai del bosque estaba más que muerto: estaba en el cielo de los monos. Quizás comiendo una rica ensalada celestial.
—Retrocede despacio —le dije a mi amigo.
Un pequeño grupo de enervados y rabiosos mushai se comenzó a acercar a nosotros. Teníamos la estatua de Nami detrás y la entrada al laberinto de abajo.
—¡Alto! —les grité—. ¡Deténganse!
Ellos dudaron un segundo. Miraron de nuevo al nuevo Gran Mushai del bosque. Este no se inmutó. En su mirada no había ninguna emoción, como si ya hubiera conseguido lo que deseaba tener.
—No debiste matar a Umun —le dije al pelirrojo—. Asane... ¡La Renacida se va a enfurecer! —Cuando dije eso, muchas caras cambiaron de rabiosas a temerosas—. No querrás verla enojada.
—Umun ser débil —dijo la criatura con tono paciente, pero orgulloso—. Samusa ser el Gran Mushai del bosque. Ganar el cetro. Matar a Umun.
Tragué saliva. Se me habían acabado las distracciones. Tenía la esperanza de que a mi amigo se le ocurriría una idea, pero parecía asustado.
—¿Alguna idea? —le susurré a Espinoso—. Ese monito enojado no parece querer dejarnos ir vivos.
Él lo pensó un segundo.
—Debes pelear con él —dijo—. Si Samusa se convirtió en el líder de la manada matando al anterior, es posible que pueda ocurrir de nuevo.
—¿Quieres que pelee con esa cosa?
—Desafíalo —me dijo—. Al menos así ganaremos tiempo para pensar en otra cosa.
Asentí y levanté ambas manos. Aquello causó que todos me miraran, en especial el líder.
