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Rain

Cuéntame tus miedos, cuéntame tus inseguridades y déjame decirte que no me asustan. El verdadero terror es no tenerte conmigo.

Contemplé sus manos, la forma en la que se movían por vergüenza o quizás por miedo al estar hablando sobre ello. Pero yo no podía dejar de mirarla.

—Solían llamarme pelo mocho, niña del exorcista...

—¿En serio? —Estaba realmente alucinando con ello.

—Sí, los niños pueden ser muy crueles.

—Pues no te lo merecías, April, tu pelo me parece precioso.

Sonrió, una sonrisa tierna y a la vez dolida por haberlo recordado.

—¿Te acuerdas cuánto te lo tocaba de pequeño? Decía que era suave, como un peluche que necesitas abrazar.

Asintió bebiendo agua.

—No todos lo veían así.

—Pues todos esos eran gilipollas, no sabían apreciar la belleza cuando la tenían delante.

No sabía qué hora era, la verdad es que no me interesaba en absoluto, en ese momento estaban hablando nuestras almas y era de mala educación interrumpirlas. Le hablé lo horrible que se me hicieron esos años, lo angustiado que estaba y las pocas ganas que tenía de todo. Era a la primera persona que se lo contaba porque siempre me sentí inseguro de ese Rain problemático, de ese Rain que no sabía lo que quería y sentía. Estaba tan perdido que era imposible ayudarle y si lo veías no le mirabas para no lamentarte por él. Ese que se pasaba más tiempo en la calle, con la mente llena de pensamientos negativos porque creía que jamás llegaría a nada. En aquella habitación éramos cuatro, nos mirábamos sabiendo lo que estábamos haciendo, dándonos todo el permiso para dañarnos, pero confiando en que jamás lo haría. Aquel Rain le miraba a ellas pestañeando sin parar, queriendo levantarse del suelo para abrazarlas con fuerza y llorar, llorar sin detenerse.

Le conté todos mis miedos, le conté cómo creía que sería mi futuro y como estaba siendo. Le hablé sobre mis mayores temores, mis mayores sueños y mis pensamientos más profundos. Y, joder, estaba lleno de miedo, estaba mirándola y pensando en qué se le pasaría por su mente al escucharme, si creería que era raro, si creería que no la merecía. Y entre miedo y miedo hubo risas, hubo bromas y miradas cargadas de mucho sentimiento. Nunca creí que alguien me fuera a importar tanto, que pese a conocer su lado malo y su lado bueno, mi mayor miedo era que se marchase, que me dejase solo de nuevo. Porque tenía esa espina clavada, esa que decía y repetía que ya la habíamos perdido una vez, que no podía volver a pasar más.

Nos tumbamos en la misma cama para leer, porque ese «solo una noche», no se cumplió, fue toda la semana. Y ahora, si ella no estaba, sentía la cama demasiado grande y fría.

—Dijiste que pronto tendrías una revisión. —Recordé apartándome el libro del rostro.

—Sí.

—¿De qué trata?

—Es un control, se supone que en esta revisión ya debería haber subido a mi peso ideal... Quizás me envíen analítica de sangre... La verdad es que no lo sé.

—¿Tienes miedo?

Por su mirada, aquellos ojos perdidos en la nada. Creo que comenzaba a identificarlo, creo que empezaba a entenderla.

—Si no he subido de peso... Bueno, será como si estos meses no hubieran sido de recuperación. Tendría que volver a la dieta estricta, a los horarios planificados a rajatabla. Algo realmente agotador.

Por medio de palabrasWhere stories live. Discover now