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Un buen día mi niña interior dejó de sonreír, y un buen día la hiciste reír a carcajadas de la nada.

April

Mi abuela contemplaba el lago, siempre le gustó mirarlo porque sentía mucha paz. En ese momento yo la acompañé, exactamente no sabía qué mirábamos y la observaba de reojo. Sonreía de oreja a oreja, el viento movía su pelo largo rizado y suspiraba.

—El verano ha pasado muy rápido. —Pasó un brazo por encima de mis hombros y me acercó a su cuerpo—. Este año empiezas el instituto.

—Sí.

—¿Acaso estás triste?

—Rain se va...

Asintió varias veces.

—Lo sé, preciosa. Lo sé. Pero no se va para siempre.

Contemplé a los patos volar, los rayos del sol rebotar en el agua y el olor tan agradable que desprendía la ropa de mi abuela. Olía a suavizante, olía a flores.

—Quiero quedarme aquí contigo.

Soltó una carcajada y me abrazó con más fuerza.

—Ojalá mi amor, yo estaría encantada. Pero tienes que estudiar. A ti te gusta mucho estudiar.

—Pero también me gusta estar aquí, contigo.

Llamábamos granja a la casa porque era muy grande, una vez mi abuelo tuvo animales, pero solo durante una temporada. Lo único que seguían conservando eran las gallinas. En realidad, no se parecía en nada a una granja, la casa estaba renovada y parecía más una mansión. A mi abuela le gustaba ir a la moda.

—Algún día esta casa será tuya y de tu hermano. Así podréis venir cuando queráis.

Suspiré porque no me contentaba con ello.

—¿Podré vivir aquí contigo?

Pasó su mano por mi mejilla y negó con la cabeza.

—Creo que cuando quieras independizarte yo ya no estaré.

—¿Y dónde estarás?

—En las estrellas, en el viento, en la lluvia... Donde tú quieras.

—No lo entiendo.

—Tú solo disfruta, no dudes llenar esta casa con amor, porque tienes mucho amor que dar. Si quieres un gran consejo, no siempre la familia es de sangre, a veces encontramos el hogar con personas que no tienen nada que ver a nosotros. Y si las encuentras, no las dejes escapar.

Su último abrazo hizo que mi corazón se contrajese, me despedí de ella con la mano, después de llegar al coche corrí de nuevo entre sus brazos para un último abrazo y volví al vehículo dando por finalizado aquel verano. Ese verano que había sido muy feliz y en el cual había dado mi primer beso.

Ocho meses después mi madre recibió una llamada en mitad de la noche, una llamada que la dejó llorando por horas y en las que tuvimos que montarnos en el coche hasta la iglesia más cercana de la granja.

Mi abuela estaría horrorizada, ella siempre dijo que no quería un funeral, y mucho menos en una iglesia. Y, sin embargo, mi madre decidió organizarlo así porque decía que era lo más apropiado. Yo contemplé el ataúd abierto, no quise ni acercarme, no quería recordarla así. Quería que fuera mi viento, mis estrellas y mi lluvia. Y ese día llovió muchísimo. La tormenta era tan grande que hacía retumbar las paredes de la iglesia y pensé que estaba enfadada por no haberle hecho caso.

Por medio de palabrasWhere stories live. Discover now