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Donde unos ven libertad, otros ven una cárcel. Donde unos ven fortaleza, otros ven inseguridades. Y yo estaba repleta de las dos.


April

Lili y yo nos preparamos en mi habitación ya que Rain no estaba. Me pasé casi dos horas para plancharme el pelo y recogérmelo, pero al final el resultado mereció la pena.

—Estás preciosa —musitó apoyándose en mis hombros mientras sonreía—. Todos los chicos se fijarán en ti.

—Habló.

La observé de arriba abajo, mientras que yo llevaba unos pantalones de campana y un top, ella llevaba un vestido corto dejando a relucir su piel perfecta, además de un escote que era imposible no mirar.

Era la primera vez en mucho tiempo que me ponía un top, que dejaba ver mi piel y me sentía... Me sentía extraña porque al verme en el espejo sabía que había...

—Estoy muy orgullosa de ti April, que lo sepas. —Me abrazó con fuerza y me besó la mejilla—. De verdad no sabes lo orgullosa que estoy.

Me paré y apreté mis labios entre ellos porque me sentía un tanto culpable. Sí, le había mentido en varias ocasiones acerca de la comida, del ejercicio... No era algo que podía controlar, no era capaz de evitarlo y cuando me daba cuenta ya era demasiado tarde para ello.

Ella siempre estuvo conmigo en todo, jamás podría devolvérselo por más que hiciera. Como aquel día que me quedé ingresada en el hospital y no lograban localizar a ninguno de mis padres... Ella se sentó en el sillón de mi lado y me entretuvo durante horas. Pese a que sabía lo que pasaba, pese a que podía haberse desentendido y dejarme completamente sola, nunca lo hizo. Esperó conmigo hasta que mi madre apareció y nunca se marchó desde entonces. ¿Quién tenía la suerte de decir eso de alguien? Ella era como mi hermana, a veces sentía que lo era. Su vida era más sencilla que la mía y creo que era cierto eso de que los polos opuestos se atraen, porque ambas veníamos de lugares muy distintos y juntas parecíamos una.

Sus padres siempre se comportaron conmigo como si fuera una más, desde el primer día que me conocieron, y por mi lado, mi madre a veces nos presentaba como sus dos hijas. Algo que provocaba que nos riéramos muchísimo. La conocí el primer día de instituto, en esos baños roñosos, pero con ambientador de pino. A veces bromeábamos porque después la gente decía que olíamos a ambientador de coche. Si supieran que en realidad era del baño... Nuestro sueño siempre fue vivir juntas, o al menos compartir habitación, algo que no sucedió y que nos entristeció bastante.

—¿Hablaste con tu padre? —preguntó cepillándome el pelo.

—Sí, quiere que quedemos la semana que viene, el lunes en un restaurante del centro.

—¿Y has aceptado...? Perdona, ya... Joder, no sabes cuánto le odio.

—Bienvenida a la lista.

—¿Sigue pasando la pensión a tu madre?

—Eso creo, se piensa que pago la residencia con ese dinero... Si supiera que con eso no se llega ni a fin de mes...

Suspiró y negó con la cabeza indignada.

—Se piensa que eres una niña tonta.

—Me pasé dos años trabajando para cubrir mis gastos, y sigo trabajando para ello. Ni que necesitase algo de él.

—Pero sigue empeñado.

—Supongo que algún día se acabará.

—Eres mayor de edad, puedes mandarlo a la mierda.

Por medio de palabrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora