No te soñé porque no conocía la dimensión de lo que me venía

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Luisa

—Meri, ¿estás despierta? —le pregunté algo dudosa a la castaña desde el marco de la puerta de su habitación.

Por lo que al no obtener una respuesta inmediata de su parte mordí mi labio pensando en que era una pésima idea hasta que cuando estuve a punto de desistir pude notar cómo sus ojos oscuros pintados de cansancio me alcanzaron somnolientos en un intento de entender qué pasaba.

—¿Qué pasa, Luisi? —soltó preocupada al verme a estas horas de la madrugada en su puerta.

Sin embargo, solo pude observarla insegura de si había sido una buena decisión lo de interrumpir su sueño para pedirle si podía dormir con ella porque llevaba al menos dos horas dando vueltas a la cama sin éxito y quizás si me recostaba a su lado como lo hacía Santi, al fin conseguiría calmar todos esos pensamientos intrusivos que no dejaban de abatir mi cabeza.

—¿Puedo... dormir contigo hoy? —dije finalmente con la vergüenza tiñendo mi rostro ya que no era algo normal en mí buscar a mi hermana para poder dormir mejor.

Pero llevaba días tan extraños que habían desatado una necesidad de no ser la persona fuerte que todo el mundo conocía sino que más bien deseaba ese tipo de contención que solo María podía ofrecerme.

Así que por eso estaba plantada en su habitación a las tres de la mañana con la esperanza de que me aceptara entre sus brazos y me diese esa paz que no estaba disponible en mi semblante.

Y para mi sorpresa, la morena tann solo asintió sorprendida por mi pregunta, pero aquella sorpresa duró menos de un segundo ya que rápidamente se transformó en entusiasmo, por lo que no dudó en abrirme las mantas y removerse para que me recostase a su lado.

—Gracias —susurré antes de regalarle una sonrisa sincera por aquel gesto y como si fuese un instinto natural, me acomodé cerca de su pecho sintiendo cómo mi hermana estiraba sus brazos para abrazarme y refugiarme entre sus latidos tal cual ambas lo hacíamos con Santi cuando tenía pesadillas.

Meri no hizo preguntas sobre por qué estaba ahí sino que simplemente besó mi frente mientras sus manos acariciaban mi espalda, deslizándose con la misma facilidad que tenían las gotas de lluvia rozando contra las hojas de los árboles en una tormenta de otoño donde su único fin no era hacer daño sino que más bien, su trabajo consistía en quitar toda la maleza que opaca el paisaje que hay detrás de hojas secas y destruidas.

Me dejé llevar por la calma que trajeron consigo aquellas caricias, ya que de a poco la tempestad que estaba azotando mi cabeza comenzó a desvanecerse pasando de ser una tormenta a ser tan solo una lluvia sin más que ves detrás de una ventana.

—¿No podías dormir? —inquirió suavemente a lo que asentí impregnándome de aquel olor a almendras y coco que siempre estaba presente en su cuerpo, debido a que era el olor de la crema corporal que utilizaba desde que era una adolescente, pero que para mi mente había sido clasificada como su olor representativo.

Ese que buscas entre toda la gente para sentir que estás en casa y que se impregna en tus recuerdos de tal forma que cada vez que te lo encuentras, es capaz de desatar una Epifanía milenaria con el nombre de esa persona aunque ni siquiera sea ella quien la lleve puesta.

Es por esto que aquel detalle tan íntimo era de las formas más bonitas de no solo recordar a alguien sino de confirmar que la quieres sin necesidad de decírselo.

—Llevaba como tres horas dando vueltas en la cama y no sé, ha sido una noche rara —determiné sintiendo la mirada compasiva de María sobre mí mientras sus manos se encargaban de ocupar un rinconcito de mi alma al conectarse de forma directa con mi cabello, gesto que era característico de ella porque lo hacía desde que éramos niñas, ya que alguna vez mi madre nos había dicho que la mejor forma de llegar al alma de alguien era acariciando su pelo, debido a que es una forma silenciosa de barrer con todas las penas de la otra persona.

Del amor y otras enfermedades sin curaWhere stories live. Discover now